Veinticinco años de la aventura en la muestra universal de sevilla 36 a 13

Tierras del Jerez: de sueño efímero a larga pesadilla

  • El pabellón de la ciudad en la Muestra Universal hizo un agujero al Ayuntamiento y a varias empresas, con una década de pleitos.

A toda costa. Así se construyó la aventura de Jerez en la Exposición Universal de Sevilla de 1992, de cuya inauguración se cumplen 25 años el próximo jueves 20 de abril. Con un cuarto de siglo de perspectiva se entienden mejor las vicisitudes de este proyecto surgido casi únicamente del empeño y el empuje de un alcalde, Pedro Pacheco, que políticamente estaba en la cresta de la ola. También ahora afloran detalles y datos entonces no hechos públicos. El balance económico fue desastroso. Sólo si se habla de ciertos intangibles se puede reconocer una parte de éxito. Pero Jerez no supo rentabilizar en los difíciles años que siguieron a la Expo una inversión multimillonaria y, como en muchos otros pabellones, la experiencia acabó pasando factura a muchos de los participantes.

El origen

La sociedad Promoción de las Tierras del Jerez y sus Productos, que así es como se llamaba la adjudicataria del pabellón en la Expo, comenzó su actividad en 1990. El Ayuntamiento de Jerez siempre fue el máximo accionista, junto a numerosas empresas de la provincia (la mayoría de Jerez) que reunían una minoría del capital. En su último balance presentado, en 2002, éste ascendía a 2.239.250,90 euros. En 1989 había conseguido la cesión de una parcela para la instalación de un pabellón que tenía vocación de permanencia. El proyecto inicial, obra de los arquitectos Ignacio de la Peña Muñoz y Ramón González de la Peña, tenía un coste de 2.500 millones de pesetas (15 millones de euros), contemplaba un enorme picadero cubierto y una amplia superficie comercial y de ocio. La falta de financiación para acometer su construcción y las nulas garantías de que fuese a lograr el permiso para quedar en pie tras la Expo obligaron a Tierras del Jerez a modificar el proyecto por uno más económico, ya pensando en un edificio para derribar tras la Muestra. Ese nuevo proyecto se valoró en 300 millones de pesetas (que finalmente fueron muchos más, se habla de hasta 500) y lo comenzó a construir a toda prisa la empresa cántabra Tecsa en junio de 1991, apenas un año antes del inicio de la Expo, a base de módulos prefabricados de hierro y hormigón.

La fiesta

El 'pabellón de la fiesta'. Así se vendía en grandes lienzos colgados de su fachada el espacio jerezano en la Expo, situado en la esquina Noroeste del recinto de la isla de La Cartuja. Constaba de un edificio de oficinas en la parte Sur y otro en la Norte. Entre ambos, nueve espacios dedicados a la restauración -'casetas' se les llamaba- y otros para tiendas de merchandising, de ropa, productos de artesanía de la provincia y reservados de tres bodegas del Marco de Jerez. Junto a la plaza de albero, sobre una enorme escalera, estaba el restaurante principal. Los 'caseteros' eran conocidos restauradores de la provincia que se embarcaron en el proyecto. El dueño del restaurante principal era un empresario canadiense que huyó precipitadamente y que, acabada la Expo, estaba ya en busca y captura. La 'estrella' del pabellón estaba celosamente recogida en un espacio oscuro y un tanto misterioso. Era un robot que representaba a un caballero del siglo XVIII que bebía vino de Jerez y recitaba a Shakespeare. Cuando funcionaba, claro. Entre el resto de los contenidos destacaba una exposición permanente de vehículos de Fórmula 1 para promocionar el circuito de velocidad. Y a falta de un picadero enorme, se llevaron desde Jerez unas cuadras portátiles para los caballos de la Yeguada Militar y del Depósito de Sementales, que fueron las instituciones que se encargaron de ofrecer los espectáculos ecuestres diarios, con jinetes y enganches. La falta de sintonía política de Pacheco con los responsables de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre impidió que ésta actuase algún día en el pabellón. Sí lo hizo durante la Expo en un espectáculo especial en la Maestranza. La epidemia de peste equina declarada ese año afectó mucho (o fue una excusa) a la presencia ecuestre en el recinto de la Expo.

Las visitas

El buen ambiente, como en muchos pabellones de Expo 92, atrajo a miles de visitantes, algunos de ellos ilustres. La reina Sofía acudió a conocer el caballo de raza azteca que el Gobierno de México le había regalado al rey Juan Carlos y que había quedado al cuidado de la Yeguada Militar en el pabellón. También estuvo el entonces príncipe Felipe de Bélgica. Artistas como un jovencísimo Alejandro Sanz. Y, por supuesto, muchos cargos públicos y políticos, como Soledad Becerril y Alejandro Rojas-Marcos, entonces socios en el Ayuntamiento sevillano. Acabada la Expo, Tierras del Jerez ofreció la cifra oficial de cuatro millones de visitantes. La anécdota fue que, al no existir tornos de acceso al pabellón, Pacheco no tuvo reparos en afirmar que los visitantes se contabilizaron "por el método de la berrea".

La factura

Una vez acabada la fiesta, el 12 de octubre de 1992, llegó la hora empezar a pagar la factura de la fiesta y fue entonces cuando comenzó la segunda (o tercera) parte de la existencia de Tierras del Jerez. Las malas relaciones de Pedro Pacheco con el consejero delegado de la Expo, Jacinto Pellón, habían convertido el pabellón en una máquina de generar pleitos. Poco tardó el alcalde jerezano en presentar una demanda contra la Sociedad Estatal y contra Telemundi (comercializadora de los derechos de participación en la Expo) por importe de 1.500 millones de pesetas en concepto de daños y perjuicios. La negativa a dar el carácter de permanencia al edificio tras la Muestra y a conceder la exclusividad de la venta de vinos en el recinto eran la base de esa demanda, que durante una década llevó el bufete cordobés de Antonio de la Riva. Un pleito que no se ganó y al que hubo que sumar muchos otros para atender impagos a diferentes empresas proveedoras. Las demandas, a veces cruzadas, empantanaron la sociedad hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XXI. Comenzaron en pesetas y acabaron en euros.

El abandono

Un enorme manojo con las llaves de todas las puertas del pabellón tirado en el suelo describe cómo termino Tierras del Jerez. Fue en 1995, tres años después de la Expo, cuando este Diario acudió al recinto para ver qué pasaba con aquel edificio que aún seguía en pie. La escena era impactante, como la de una huída precipitada o la caída de una bomba de neutrones. En muchas oficinas había papeles titados por los suelos, muchos de ellos confidenciales. El espacio donde estuvo el robot, totalmente destrozado (años más tarde se supo que el costoso androide había sido desguazado por desconocidos). El dietario del dueño del restaurante principal, el canadiense, también en el suelo, describía cómo fueron aquellos días: "El pescado ya huele, hay que salir de él como sea", se podía leer. Aquel edificio fantasma que representaba el sueño jerezano de la Expo trató de ser vendido a la desesperada, por piezas, al Colegio de Médicos de Sevilla. Pero un año después, en 1996, acabaría siendo víctima de la piqueta. Un derribo por el que Agesa (la sociedad de gestión de activos de la Expo) acabó pasándole una factura, otra más, de 80 millones de pesetas (481.000 euros) al Ayuntamiento de Jerez. El solar sobre el que se escenificó esta alegoría de la fiesta quedó así despejado y poco después se construyó allí un nuevo edificio, con carácter permanente, el que hoy ocupan unas oficinas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Lo único que se volvió a saber de aquel pabellón, como denunció entonces este medio, es que algunos de sus muebles y exornos pagados por el Ayuntamiento de Jerez acabaron decorando la sede del nuevo partido de Pacheco, el PAP, en la calle Tetuán de Sevilla.

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