Educación

En busca de la educación emocional

En busca de la educación emocional

En busca de la educación emocional

¿Es la educación emocional una asignatura pendiente en nuestros colegios? Afortunadamente, por fin disponemos del I Estudio Nacional sobre Educación Emocional en España, que puede consultarse gratuitamente a través de la web del Observatorio de la Infancia y Adolescencia de la Junta de Andalucía. En este estudio participaron 557 docentes de colegios tanto públicos como privados o concertados de todas las provincias españolas con una media de edad de 44 años. Entre muchos de sus interesantes resultados, nos interesa sobre todo la estimación realizada sobre el número de centros educativos que incluyen educación emocional en sus proyectos educativos. A pesar de no existir datos oficiales previos, en el informe se estima que sólo un 5% de los centros educativos en España incluye la educación emocional de forma estable en sus programas. Tan sólo la comunidad de Canarias lo incluyó de forma obligatoria en el año 2019.

Por tanto, a pesar de que el concepto de Inteligencia Emocional fue desarrollado en 1990 por Mayer y Salovey como una competencia que se puede adquirir y entrenar y, más tarde, divulgado e incluso convertido en un Best Seller en 1995 por Daniel Goleman, seguimos sin enseñarla a los alumnos y alumnas en España. A pesar de que el número de investigaciones sobre los beneficios de la Inteligencia Emocional y de las habilidades para gestionar nuestras emociones se han multiplicado por 100 en los últimos 10 años, aún no se implantan de forma oficial en las aulas. A pesar de que la educación emocional facilita el aprendizaje, facilita las relaciones interpersonales, reduce el fracaso académico, el consumo de drogas y los comportamientos antisociales, seguimos sin que se implanten oficialmente programas oficiales avalados por la evidencia científica.

Además, a pesar de la importancia que han cobrado en los últimos años las competencias digitales, la mayoría de los docentes que participaron en el estudio coinciden en que la pandemia ha puesto de manifiesto la importancia de la educación emocional en el manejo de las consecuencias derivadas de la misma: el confinamiento, la pérdida de familiares, el estrés o la ausencia de relaciones sociales entre otras.Para oficializar la presencia de la educación emocional en los colegios e institutos, el primer paso ya está dado. Disponemos de un buen número de programas de estimulación de la Inteligencia Emocional y de resultados positivos de la investigación sobre sus beneficios. Entre ellos podemos destacar el programa Fortius (Méndez, Espada y Orgilés, 2012), el programa PIECE (Vallés, 2007), el Programa para la mejora de la Inteligencia Emocional INTEMO (Noguera, Aranda, Martín, Berrocal, Pacheco y González, 2014) o el programa PROBIEN (Carpintero, Sánchez, del Campo, Visa, y Rubio, 2016). Cada uno de estos programas aunque con sus particularidades se dividen en distintos módulos entre los que se trabaja el conocimiento de las emociones en uno mismo y en los demás, los alumnos y alumnas pueden aprender a detectar la relación que existe entre los pensamientos y las emociones, practican estrategias para mejorar la comunicación de las emociones y las relaciones interpersonales y, los maestros, pueden proponer ejercicios que permiten la generalización de los contenidos aprendidos a su vida personal y familiar fuera de los centros educativos. Así que, dado el primer paso, puede que el segundo paso sea conseguir los recursos necesarios para la formación del profesorado en esta disciplina, para que puedan aplicar estos programas con el mayor rigor y conocimiento posibles.

Por último, cabe destacar, que desde muchos centros de psicología y educación como Psicología Diez, llevamos años trabajando con alumnos y alumnas con distintos tipos de dificultades de adaptación escolar, familiar o personal entrenando la Inteligencia Emocional, desarrollando estos programas de forma personalizada y comprobando el incremento en los niveles de bienestar emocional que facilitan tanto en los menores como en sus familias. Este bienestar que algunos autores concretan en tener: actitudes positivas hacia uno mismo, autonomía, relaciones positivas con los otros y el sentimiento de formar parte de algo más amplio (Ryan y Deci, 2000).

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