La página ecuestre

Los caballos funerarios

  • Las ceremonias y ritos funerarios dedicados a los caballos eran habituales en numerosos pueblos · Las mismas se debían al valor militar de estos animales

En numerosos pueblos de la Antigüedad los caballos eran sacrificados al dios de la guerra. Uno de los testimonios más antiguos sobre este tipo de sacrificios lo aportó Herodoto en su narrativa sobre el pueblo caucásico de los escitas. Los escitas eran nómadas, vivían en tiendas, combatían a caballo con arcos y flechas y sacrificaban caballos al Dios de la Guerra así como víctimas humanas, habitualmente prisioneros.

Las ceremonias sangrientas de los escitas prevalecieron entre los mongoles, según cuenta el explorador medieval Plano Carpini. Al parecer, cuando un noble moría se le enterraba en posición sentada bajo una tienda. Junto a él se enterraba una yegua y su progenie, así como un caballo ensillado y embridado para que en el mundo de los espíritus el difunto no sólo tuviera techo, leche para beber y un corcel al que montar, sino que este pudiera propagar la raza de los caballos en ultratumba.

Una descripción similar la ofreció el viajero Ibn Batuta en el siglo XIV en relación con la ceremonia mortuoria celebraba en Pekín en honor de un emperador chino muerto en la batalla. Sobre la tumba se construyó un gran túmulo de tierra alrededor del cual hicieron dar vueltas a cuatro caballos hasta que cayeron exhaustos. Después se les mató y embalsamó para que se mantuvieran en pie guardando la tumba del rey y su séquito en el otro mundo. Este tipo de sacrificios equinos estuvo muy extendido en China y a veces llegó a realizarse con un elevado número de ejemplares.

En las tumbas reales de Micenas (Grecia) también hay pinturas murales con numerosas imágenes de caballos. Dichas tumbas datan del siglo XI a.C. y entre ellas figuran las primeras pinturas de carros de guerra encontrados en Grecia. En diversas tumbas micénicas también se han encontrado caballos sacrificados cuyos cuerpos habían sido cuidadosamente colocados uno frente a otro.

Estas prácticas también fueron habituales entre los vikingos. Cuando un rey o un héroe morían, se mataba a su caballo y se le enterraba junto a las otras posesiones del difunto para su disfrute en la otra vida. En una saga se describe, por ejemplo, que cuando Harold, un pariente del rey Ring, falleció en la batalla de Bravalla, su cuerpo fue lavado y colocado en el carro que utilizaba para luchar. Al carro se unció el caballo de Harold que lo llevó a un gran túmulo erigido en su honor y el animal fue sacrificado después.

Estos brutales sacrificios del caballo del caudillo guerrero persistieron en algunas localidades hasta bien entrado el siglo XIV. Otras veces, en vez de sacrificar a los caballos, se le afeitaba.

También los indios comanches de América mataban y enterraban los caballos de sus camaradas muertos para que los difuntos pudieran montarlos en las tierras de caza del más allá. Las viudas rodeaban los cuerpos y con grandes lamentos se hacían profundos cortes con cuchillos hasta que se desangraban y caían exhaustas. Las melenas y colas de los caballos también se cortaban en señal de duelo.

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