Bodegas

El capataz del vermú y 'La Chacha'

  • Rojo, blanco, amargo y rosado bitter, el vino macerado en hierbas es la estrella en la Bodeguita del Pelirón, el despacho de vinos fundado por Juan Domínguez en 1968, capataz de vinos y de pasos

Las cofradías rezan como su gran pasión y el vino como su dedicación de toda la vida. Juan Domínguez disfruta a sus 94 años y tres meses cumplidos de su plácido retiro con la tranquilidad que le reporta saber que el despacho de vinos que fundó en 1968 tiene continuidad en su nieto homónimo -Juan Domínguez Alconchel-, miembro de la tercera generación de esta familia vinatera.

El vermú (vermut, vermouth...) es la estrella de la casa, un despacho de vinos comunes conocido como 'La Bodeguita del Pelirón' desde que el negocio se asentó hace dos décadas en esta barriada, aunque su origen se remonta cincuenta años atrás en Caulina, donde inició su andadura el tándem formado por Juan Domínguez Benítez y Juan Ucha Andrade, cuyo acrónimo 'Dominucha' dio nombre al primer vermut que comercializó la sociedad constituida en 1968.

Cuando Jesús Domínguez, hijo del fundador y padre del sucesor del negocio, entró en escena años más tarde se encargó de diversificar la producción del vino macerado en hierbas con la elaboración de las cuatro modalidades que hoy día embotellan como 'Vermouth Sol y Fuego': el rojo, el blanco, el rosado bitter y el amargo, el más popular y con diferencia.

"El vermut funciona muy bien por el boca a boca", pero tarde o temprano pasará a denominarse 'Vermouth Pelirón' o 'Pelirone' para evitar problemas con la propiedad de las marcas 'Sol' y 'Fuego', ya registradas, confiesa Jesús, quien se mofa de los curiosos que intentan sonsacarle la receta, el secreto mejor guardado de los Domínguez, a los que manda a cierta carretera en la que asegura que a un lado crecen las hierbas verdes y al otro las flores blancas -lo que ahora en plan tiquismiquis se llaman botánicos- que emplea para la maceración del vino base que adquieren a cooperativas, ya sean del Marco, de Montilla o de Extremadura. "Los nuevos vermuts son de mi hijo, que es un técnico maravilloso, pero me sigue pidiendo consejo. Prueba esto a ver que te parece, me dice cuando saca algo nuevo", explica el patriarca.

Juan, Jesús y otra vez Juan representan a las tres generaciones de los Domínguez vinateros/vermuteros, herederos de aquel 'Vermouth Dominucha' que se perdió el día que se rompió la sociedad a cuenta de una disputa futbolística entre Juan Ucha y el Domínguez hijo, para más señas en un Real Madrid Barcelona.

Cuenta Juan Domínguez el nonagenario, que para eso esta es su historia, que tras la ruptura él se quedó con el despacho de vinos y su socio con el bar 'Dominucha' que ambos abrieron en el polígono de San Benito, convirtiéndose en el primer negocio de la barriada que por entonces empezaba a construirse.

Antes de asociarse, Ucha, que por entonces estaba en el paro, recurrió a Domínguez para pedirle asesoramiento para la compra de mostos con idea de abrir un viejo tabanco en El Pellizco (San Enrique). "Compramos unos bocoyes en Trebujena y yo seguí asesorándole durante dos o tres años, en los que le fue muy bien, por lo que decidimos montar a medias el despacho de vinos en Caulina y, más tarde, el bar en San Benito".

Pero la historia de este capataz de bodega y de pasos comienza mucho antes, en su tierna infancia. Nacido en el barrio de San Miguel en la primavera de 1924, el patriarca de los Domínguez se inició en el mundillo cofrade cuando aún vestía pantalón corto de la mano de los 'Gorrión', una de las grandes estirpes jerezanas de capataces desde los tiempos de las cuadrillas asalariadas en los que "se daba a los cargadores una barra de pan y un papelón de pescao frito".

Sus primeros pinitos en la esfera cofrade fueron de contraguía en San Miguel y San Francisco, pero no tardó en agarrar el martillo, oportunidad que le ofreció la hermandad del Santo Entierro como capataz del 'Cristo de la Guadaña', el paso alegórico del Triunfo de la Cruz sobre la Muerte más conocido como 'La Chacha' que dejó de procesionar a finales de la década de los cincuenta.

Por aquellas fechas, Jerez vivió con gran entusiasmo su primera Procesión Magna, en la que nuestro protagonista, ya doctorado en el arte de las 'levantás' tras su paso por las Tres Caídas y la Oración en el Huerto, sacó a la calle a Jesús del Prendimiento.

Casualidades de la vida, Domínguez transitó ese mismo año de capataz de pasos de misterio a capataz de vinos, pues curiosamente en 1958, y con el oficio aprendido después de 16 largos años en bodegas Hidalgo, se incorpora a Vinícola Soto de capataz general, casa a la que estuvo vinculado hasta su jubilación anticipada a mediados de los ochenta, poco antes de la venta a 501 de la firma que finalmente acabaría integrándose en Nueva Rumasa.

Más casualidades de la vida, como tantos otros jerezanos, este nonagenario acabaría siendo víctima del fraude de los pagarés del entramado empresarial de los Ruiz-Mateos, con el que se esfumó gran parte de sus ahorros, nada menos que 28.000 euros que da por perdidos, aunque el tema está en manos de los abogados.

Y como tantos otros jerezanos, al abuelo Juan le impactó la expropiación de Rumasa, sobre la que se decían "auténticas barbaridades" en el sector y en las barras de los tabancos de entonces. "Era difícil creer muchas de las cosas que se oían, pero el caso es que los Ruiz-Mateos han acabado muy mal y debiendo dinero a todo el mundo, dinero que no se va a recuperar".

Los Ruiz-Mateos rompieron la hucha de este capataz como también se rompió la sociedad Domínguez-Ucha por la pelotera de su hijo con su ex socio en un Madrid-Barça, pero nada de esto le quitó el sueño a Juan Domínguez, que encajó ambos reveses sin rechistar para seguir con lo que más le gusta, los vinos, su profesión, y los temas cofrades, su devoción.

A sus 94 años y tres meses cumplidos, que ya es mucho decir, Juan Domínguez cuenta que sigue yendo todos los días al despacho de vinos, "que me sirve de distracción". "Me recogen por la mañana para traerme a la bodeguita, donde me tomo dos o tres copitas de vino, es lo único que tomo de alcohol, y charlo con los clientes".

El capataz por partida doble cree que el negocio tiene futuro pese a que hoy día los tabancos están muy lejos de lo que fueron en su día, cuando los trabajadores de bodegas al salir del tajo tomaban los vinos por rondas hasta no poder más. "Algunos entraban por la mañana y se iban de noche borrachos; no digo que esté bien, pero es que ahora mucha gente no sale de casa y de ver la tele", espeta Juan Domínguez, quien echa en falta en la barriada más movimiento como el que había antes del expolio de la fábrica de botella, cuyo cierre considera una "pena" y una "torpeza" -no hace falta precisar hacia dónde apunta este último dardo-.

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