Jerez íntimo

El espíritu se ensancha en San Francisco

Breve proemio de la oficiosa pre-Cuaresma acontece esta tarde noche -20.30 horas- en la céntrica iglesia de San Francisco. La Hermandad de las Cinco Llagas -siempre tan ajena al ringorrango de la superchería mediática- traslada a su Divino Nazareno Franciscano de la Capilla del Voto al altar mayor de cultos. Solemne Quinario anuncia una convocatoria de hechuras antiguas. La penumbra antecede al color del silencio. Sólo adviertes siluetas de cofrades y devotos concurrentes. El clásico grecolatino diría que esta cita está (pre)destinada para una inmensa minoría. De cofrades selectivos. En el capítulo X –‘La doctrina del punto de vista’- del ensayo ‘El tema de nuestro tiempo’, Ortega y Gasset proclama que, ante los hechos que bullen a su alrededor, el hombre selecciona y nunca deforma: “Ésta es la función del sujeto, del ser viviente, ante la realidad cósmica que le circunda (…) Su función es claramente selectiva”. Las Cinco Llagas mantiene intacto el manual de estilo legado por sus predecesores. ¿Verdad que sí, Camilo Guerrero, tan preterido y solito tú al filo de la muerte -in hac lacrymarum valle- y ahora ya -en loor de multitudes- abrazando el Cuerpo de Dios Vivo: in God is our trust?

San Francisco, hoy, dimana otra vez la reválida del canon cofradiero. In facie ecclesiae. Puro Séneca: Quid setad. Sin hojarascas ni novelerías. Sin ningún asomo de ostentación. Allí, en el versátil recogimiento de tu yo -niégate a ti mismo-, aguza la mirada, visibiliza a tientas y hallarás cómo al albur se espanta el nihilismo del desorden moral y existencial. Un portentoso Nazareno de tez morena e ingrávido porte marca (la) petite différence. Porque, al arrullo del vuelo del faldón de su túnica morada, el mundo se ha ensanchado. Ya no sólo hay hombres. También -en la viruta de esta doctrinal fascinación- humanidad. Desdoble de longitud y latitud de las oraciones musitadas por hermanos de luz que preceden al paso de traslado. Miguel de Unamuno, en su trabajo ensayístico ‘La dignidad humana’ indica que “si se pudiera apreciar la diferencia que hay entre los individuos humanos, tomando cual unidad de medida el valor absoluto del hombre, se vería, de seguro, que la tal diferencia nunca pasaría de una pequeña fracción (…) Entre la nada y el hombre más humilde la diferencia es infinita; entre éste y el genio, mucho menor de lo que una naturalísima ilusión nos hace creer”.

Se alza la parihuela a hombros de los costaleros de la Esperanza. Es entonces cuando Jesús de la Vía-Crucis será ya, rotundamente, el Señor. A secas. Así lo dictan los vellos erizados de quienes ahora elevan la retina al techo de la majestad divina. La gran penetración psicológica de La Rochefoucauld nos aleccionó al punto: “Conocer por sentimientos es la más alta manera de conocer”. Aquí hay que detenerse y así evitar cuanto el filósofo español Jaime Balmes denomina como “los inconvenientes de una percepción demasiado rápida”. Las Cinco Llagas refrenda aquello que Azorín -levedad, diafanidad-, aleccionaba en su artículo ‘Autores de máximas’ cuando descubría "todo lo referente a la idealidad trascendente de los tiempos modernos”.

¿Para redefinir este íntimo acto cofradiero sería necesario reconstruir un trapecio de filólogos y recrear un tótum revolútum de neologismos? Dios avanza en su quietud. ¿Avanza, quietud? Ya leímos en ‘División de la naturaleza’ cómo el escritor medieval Juan Escoto Eriúgena reafirmó que “no dije que Dios se moviera fuera de Él, sino desde sí mismo, en sí mismo y hacia sí mismo. No puede creerse que se dé en Él otro movimiento que no sea el deseo de su voluntad por el que quiere que sean hechas todas las cosas. Como no debe entenderse su reposo como una quietud que siguiera al movimiento, sino como aquel propósito de su misma inmutable voluntad por el que define la permanencia de todas las cosas en la inmutable estabilidad de sus razones”. El patrimonio inmaterial de la ciudad anuncia que la pre-Cuaresma comienza hoy en Jerez. Porque de nuevo el latido sensitivo de la Plaza Esteve reescribe la proclama inmortal de la obra ‘El Principito’: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

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