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Tierradenadie

De la lealtad y otras fantasías…

Somosun mundo de personas. Nos juntamos para sobrevivir, nos agrupamos para vivir, nos unimos para sentir. Sin embargo, las mayores frustraciones, los más crueles desengaños y las más tristes desilusiones siempre tienen su origen en alguna de las personas con las que hemos elegido estar, vivir. Tal vez, las devastadoras consecuencias de una traición se deban precisamente a eso: al afecto, cariño o amor que habíamos depositado en quien ahora nos decepciona con intensidad difícil de asumir e imposible de comprender.

Los lazos que vamos tejiendo con aquellos que hemos querido a nuestro lado, se van haciendo cada día más densos, pensamos que más fuertes también. Las suspicacias se van diluyendo, la inseguridad desvaneciendo, los temores desapareciendo… Ese instinto primigenio de supervivencia -no sólo física, también sentimental- que todos tenemos para proteger nuestra integridad corporal y mental, nos permite, cuando entre ellos estamos, el sosiego de sabernos entre gentes que no sólo no nos quieren mal, si no que nos procuran -creemos- lo mejor. Disfrutamos entonces de la tranquilidad de no tener que mirar de soslayo, nos recreamos en la serenidad de poder renunciar a la sospecha, la vida se nos muestra bella, gozosa, merecedora de ser vivida, sentida y exprimida.

Poder echar abajo la empalizada, tirar el escudo y bajar la espada; nos permite dedicar nuestros anhelos a todo lo que merece la pena: la amistad, el compañerismo, la solidaridad, el amor… aquello para lo que estamos aquí. Enterrar el rencor, relegar la venganza, abominar del odio, superar la desconfianza, el único modo que tenemos para realizarnos como personas, para alcanzar esos pedacitos de felicidad suficiente.

Es precisamente ese estado en el que lo anímico manda sobre lo material, el que nos coloca en una situación vulnerable y frágil que hace más difícil, y sobre todo mucho más doloroso, recomponer los pedazos rotos después de la traición.

La disyuntiva no tiene una respuesta fácil: ¿nos parapetamos tras una férrea coraza para evitar que algo semejante nos vuelva a suceder y protegernos así de un posible futuro desencanto?, ¿cerramos las puertas a recuperar esa condición que nos hizo felices, a pesar de lo que luego ocurrió?, ¿o volvemos a intentarlo, volvemos a confiar para tratar de regresar a ese jardín hermoso en el que nos sentimos como deseamos sentirnos…? Creo que la respuesta acertada sólo la podemos encontrar en nuestro interior, un lugar de acceso dificultoso y complejo, si del verdadero -el único válido- estamos hablando. Hay que llegar hasta él, por mucho que nos cueste, con dolorosa sinceridad y sangre fría, sin tapujos, parches ni medias verdades; allí, solos con nosotros mismos, hallaremos respuesta a casi todo lo que de verdad importa.

La amistad viene, pero se puede marchar. El amor llega -cuando él quiere-, pero se puede ir -también cuándo él lo quiera-. Podemos cuidar estos sentimientos, intentar preservarlos, pero si nos alcanza el momento nada podremos contra esa realidad, está fuera de nuestros posibles. Esto es una cosa y otra muy distinta la hipocresía, el engaño o la traición; de esto, sí nos podemos -nos debemos- apartar radicalmente, si no lo hacemos por nosotros mismos, por nuestros valores, al menos por no causar el daño tan demoledor que podemos infligir a quien no lo merece.

Hacer de la lealtad una fantasía es una atrocidad que no tiene perdón. El tiempo se encargará sin duda de poner al traidor en la guillotina que le venga a medida, pero la pena y el dolor causado mientras ese momento llega no tienen enmienda ni reparo, ni tampoco perdón, a menos que seamos capaces de rectificar, si lo hemos hecho; de no volver a hacerlo, si lo hicimos; de tratar, con ganas y honestidad, de evitar que quien nos importa pueda llegar a hacerlo algún día.

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