Tierra de nadie

Seis orejas y dos rabos... ¡en la plaza de Zahara!

Zahara de los Atunes no tiene plaza de toros, pero, para esta ocasión, se habilitó un coso en el que un reconocido diestro en el arte que Goya pintó y Lorca alabó, ofreciese lo que terminó siendo un auténtico triunfo para el matador y, eso sí, un fracaso para la "ganadería".

Se lidiaban morlacos de un hierro mohoso: "Animalistas y Asociados", en este caso era un encierro en solitario del torero frente a los cinco astados.

Que no se perpetúe, al menos demasiado, la semilla de la intolerancia

Cenaba tranquilo y en buena compañía, el maestro. Hicieron su entrada a la plaza los cinco animales, de escaso trapío, querenciosos en tablas y reculando a la puerta de chiqueros, muestras de lo manso de su condición, los cinco se sentaron en un rincón. Amparados en su número y lejos del centro del albero, insultaron y amenazaron al diestro que, bien asentado y en su sitio, capote en mano, aguardaba la embestida de cualquiera de los que, de lejos y en cobardía, amagaban un arranque que no llegaba.

Mandó el torero los toros a picar… ¡ni media puya fueron capaces de encajar! Resabiados y temerosos, seguían con sus provocaciones sin cumplir con una bravura de la que presumían, pero no tenían. El maestro, dueño de la situación, cambia el tercio a banderillas. Les coloca tres pares "en todo lo alto". Los morlacos, se levantan de su mesa arrinconada y pasan por la vera de la de matador que, a lo suyo, con temple y autoridad, controla lo incontrolable. Se detienen junto a él, y la señorita que lo acompañaba, les increpan, ofenden y amenazan, de eso si fueron capaces los cinco "valientes" juntos.

El único que allí de verdad mandaba, decide tras una brillante faena con el capote seguida de otra impecable con la muleta, "cuadrar" a los mansos para terminar con el triste espectáculo que estaban dando y devolverlos a pastar a los prados, donde podrían ser de alguna utilidad como la de abonar la tierra con el productivo estiércol que generan, tanto a la entrada como a la salida de su tubo digestivo.

Terminan, el torero y la compaña, su ágape, salen al exterior donde los "bravos" morlacos, arrastrados y vengativos, les aguardan. Sin mediar palabra, con un derrote traicionero propio de la casta que los juntó, empitonan al diestro en un ojo, luego, tirándole del cabello y a empujones, acaban con su compañía por el suelo.

La plaza -el público del restaurante- puesta en pie, ovaciona al maestro y su "cuadrilla", mientras pitaba y abucheaba sin contemplaciones al manso y descastado hierro. El presidente -personal del establecimiento- accede de buena gana a la petición, muy justa y más que merecida, del respetable: manda cortar las dos orejas a tres de los astados del encierro y el rabo a los otros dos. Esta última labor resultó muy complicada, puesto que al tenerlos -los rabos- bien metidos entre sus piernas, el alguacilillo encontró grandes dificultades para poder encontrarlos primero y seccionarlos después.

Dos vueltas al ruedo, entre ovaciones, y salida a hombros por la puerta grande. Con los apéndices de los mansos en su poder, el maestro, el público de la plaza, los aficionados en general y toda la gente educada, razonable y respetuosa con la libertad ajena, esperamos poder echárselos de comer a los cerdos para que no se perpetúe, al menos no demasiado, la semilla de la intolerancia y el desprecio absoluto a los derechos de los demás.

Ocurrió en Zahara, el pueblo bonito de los atunes, hace unos días, en del año del Señor de 2017, en pleno siglo XXI, dentro de un país de la Unión Europea, civilizado -es un suponer-, democrático -ya es mucho suponer- y libre -¡amos anda ya!-.

Dedicado al maestro José Antonio Canales Rivera, y compañía.

PD: ¿Cuántos muertos necesita "Podemos" para condenar a Maduro, el dictador asesino de Venezuela? ¡¡Ya son 71!!

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