patrimonio

Desde lo pequeño

  • Antonio Mariscal presenta mañana lunes un libro sobre historias relativas a Jerez a través de 50 objetos

"Por un clavo se perdió una herradura, por una herradura, se perdió un caballo, por un caballo, se perdió una batalla, por una batalla, se perdió el Reino. Y todo por un clavo de una herradura", cuenta una canción popular inglesa. Porque la Historia también se escribe desde lo pequeño, desde el detalle. La Historia no se hace sólo de batallas, economía y hechos épicos. Lo quiere demostrar Antonio Mariscal Trujillo con su última obra, 'Pozo del Olivar. Historias relativas a Jerez a través de cincuenta objetos y otras curiosidades' (PeripeciasLibros), que presentará el lunes 20 de noviembre, a las 19,30 horas, en la bodega Bertemati de Díez-Mérito, cuya introducción estará a cargo del doctor en Filología y vicepresidente de la Real Academia de San Dionisio, Francisco A. García Romero.

Porque un pozo es el lugar donde se tiran o caen objetos, e incluso se ocultan. Pasan los años, el pozo se seca, se limpia y aparecen. Esos objetos que se rescatan del olvido sirven como metáfora para esas 50 piezas relativas a la historia de Jerez que pasan desapercibidas al paseante, al residente. Historias desde lo pequeñito pero que tiene una gran historia que contar.

Las piezas han sido seleccionadas en base "al interés que puedan despertar en el lector"

Se habla de la cruz de la Alcubilla, de los laudes de los condes de Suazo en la iglesia de San Francisco, escondidos tras un altar; de la verja de la bodega Bertemati de Madre de Dios, que tanto se parece a la de la Casa de las Sirenas de Sevilla o a la del Palacio de Kensington en Londres; o de la hornacina-templete sin imagen de la calle Bizcocheros, que además aparece en una novela de misterio inglesa de corte futurista, concretamente en la colección llamada 'El ciclo de la puerta de la muerte' en el volumen VI llamado 'En el Laberinto', de Tracy Hickman y Margaret Weis.

También hace referencia el autor a objetos 'encerrados' en lugares como la Catedral, y en este caso se detiene en la escalera de caracol del templo, a cuyos pies hay un barril de vino de consagrar, con su venencia y sus copas, que recuerda que el monumento se construyó con un impuesto que se otorgó en su tiempo a la exportación de vinos de la tierra. También se conserva allí un silloncito en el que se sentaron algunos Papas, pero, ¿cómo llegó a Jerez? Mariscal recuerda además el misterioso códice del siglo XIII que apareció encuadernado dentro de un libro del XVIII en la Biblioteca Municipal, y esa virgencita de Cuzco de la escuela cuzqueña del tiempo del virreinato de Perú, y que cobija el Palacio del Virrey Laserna. Una obra que el virrey portaba como imagen de campaña y que al parecer le dio bastantes triunfos, menos en la batalla de Ayacucho, que no la portó a tiempo. Perdió.

También están entre los 50 un trofeo de oro que donó el marqués de Torresoto para unos campeonatos de tiro a pichón, en los años 20 del siglo XX . Un trofeo que compró cuatro veces porque los ganadores preferían el dinero y no el galardón. Curiosamente, cuando termina la Guerra Civil, la peseta tenía que estar avalada por el oro que se guardaba en el Banco de España, aquel que se perdió en Rusia. El Gobierno pidió oro a los ciudadanos para recuperar las arcas. El trofeo fue entregado para la causa y curiosamente, no se fundió. Al cabo de los años, vuelve a manos del marqués, que lo compra por cuarta vez.

La capilla del Señor de la Puerta Real tiene otro capítulo, "por la que pasamos tanto y en la que no reparamos". Data desde la Reconquista, pero a mediados del siglo XIX la iglesia se hunde y se hace el edificio actual. Carmen de Villavicencio compra un local comercial para que pudiera estar de nuevo la Virgen, que pasa después a la iglesia y se coloca el eccehomo actual. Los herederos lo donaron a la Iglesia en 1957, algo que se recuerda en una placa, pero la historia viene de mucho, mucho antes. Y al Pozo del Olivar, que da nombre al libro, también se le dedica un apartado. El pozo se encontraba en la avenida de la Cruz Roja, en la finca de Mauricio González-Gordon. Ya en el siglo XVI hizo nombre como pozo de los Olivares, en terreno de realengo, que por unos conductos llevaba agua a una fuente de la plaza Rivero... "Y así vamos recorriendo objetos que parten desde lo pequeño. Podrían haber sido 100, pero yo he seleccionado 50 que son los que pueden despertar mayor interés. Tienen mucho que contar", destaca este "cronista de la Historia", a quien no le gusta denominarse historiador. Un libro con una importante labor de documentación, "y de saber a quién preguntar. Porque historiador no es el que sabe, es el que busca".

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