Jerez

El vacío

El vacío

El vacío

Un vacío sin herrumbre, una indiferencia generalizada, un silencio que se renueva, una rosa recogida que se queda como a oscuras, la noche sin terminar de ver luz, una vitrina sin nada que albergar, una vida que dormita hasta un indeterminado momento, unas voces que se van y que se alejan, la cofradía que, por un momento, parece que se pierde como un rastrojo de incienso en medio de un humo que no cesa, un archivo desolado en la secretaría por la dejadez, el suelo recién limpio, sonidos cóncavos que chocan y rebotan en la oquedad, como el susurro en el eco de una bodega vacía, como una bota de vinagre de Jerez. Una foto colgada de los Titulares sin nadie que la observe, una hoja de geranio sin piropos que recoger, un patio insulso y sin grifo que la riegue, el sonido de una campana lejana que, sin embargo, no parece irse nunca por pura monotonía, unos niños que hoy juegan en la calle, unas agujas desoladas porque no tienen una saya cercana para bordar, un juego de damas guardado en el cajón del olvido, el runrún del motor de una nevera enchufada y que enfría tantos recuerdos de otros ámbitos, las luces apagadas, el ruido inerte de la nada, un techo de palio que ya no está y todo parece sin sentido, un manto destapado, las varas repujadas de la junta de gobierno que se han ido, un cartel anunciador de Semana Santa sin nadie a quien gritar desde la pared, un nazareno pequeño de vestir buscando con sus dedos la hucha donde los devotos arrojan sus donativos, una estampa recogida y mil veces repetidas, la puertas cerradas, olor negro sin nada que percibir, las cortinas echadas, los enseres en la iglesia, el cortejo formándose y, aquí, ya no queda nada. Un aplauso lejano, un vacío sepulcral, una vida sin sentido, el recuerdo de un hermano que este año no se viste, una casa sin hermandad, una saya de la Virgen de diario, todo quieto y a la espera, una ventana sin poyete, una marcha que se esconde en la esquina, una igualá ya lejana, el eco de un cabildo, la risotadas nerviosas de los jóvenes, un techo sin esquinas, una tristeza por llegar, un cúmulo de emociones que se disipan en el aire, una mosca solitaria, la voz del capataz, los hermanos de la cofradía unidos por el túnica, el abrazo franciscano, un retumbar de tambores, un piropo a la Virgen, un tablón de anuncios que ahora no anuncia nada, unos papeles traspapelados, un bolígrafo sin tinta, la sartén por el mango, un diputado de cruz que pasa por delante de la puerta de la casa de hermandad, una ausencia prolongada y anual, la cofradía ya en la iglesia, la cofradía ya en la calle. ¡Ya es Semana Santa! Todo esto y muchas pasiones más, indescriptibles para una glosa que pretende ser siquiera algo torpe ante tantos sentimientos sentidos y encontrados. La dificultad que aporta en estos casos la literatura, la torpeza de éste que ahora les habla a través de la radio y que no atina a describir ese vacío en el que se encuentran estos días las casas de hermandad. Hoy sólo quería acercarme a esas casas de hermandad de las que hemos tenido estos días pasados nuestro referente. Esa era la idea hoy. Verlas o contemplarlas solas como están en estos días, a la espera de que el ciclo comience de nuevo y sus paredes vuelvan a la normalidad ordinaria de la vida de hermandad en cualquier otro tiempo del año. No sé si lo he logrado. Sin embargo, ahí están ellas: solas y quietas. Ahí está mi canción escrita a través de la radio, totalmente insuficiente y limitada, como no podía ser menos. Hoy ya no sé qué decir más, así que disculpen las molestias. Y que Cristo Resucite en nosotros. Para mí ha sido un placer. Yo ya he dicho bastante. Feliz Semana Santa a todos.

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