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Su mirada en un sueño

  • Fue bendecida hace medio siglo, pero el tiempo no pasa por Ella. Eterna juventud. Es el milagro de que la Madre de Dios siempre tenga 15 años

Virgen de Guadalupe, la dolorosa más joven de la Semana Santa.

Virgen de Guadalupe, la dolorosa más joven de la Semana Santa. / Eugenio Borrego

Un chaval de 15 años vio la cara de la Virgen en un sueño. Era casi una niña, pura, inmaculada, que se despertaba a la vida. Quizás presagiaba que algún día un dolor lacerante traspasaría sus entrañas. Quizás era la misma niña a la que se le apareció un ángel, para anunciar un misterio que Ella aceptó. Desde aquel momento, esa niña sería la Madre del Hijo de Dios. Y aquella Niña (ya con mayúsculas), de tan pura como era, nunca envejecería; y tendría 15 años así que pasaran 50, y seguiría siendo una Niña cuando hubieran pasado todos los siglos de los siglos. Aquel chaval decidió que aquella Niña del sueño se convertiría en una imagen. Todavía nadie sabía que se llamaría Guadalupe.

La juventud no es sólo un divino tesoro, como en el poema de Rubén Darío. Es el tiempo en que amanece, cuando los sueños se cumplen, porque mantenemos intacta la ilusión de la primavera. Es la mística de una rosa que imaginamos inmortal, porque creemos que nunca se marchitará. El chaval de 15 años empezó a tallar la madera. Poco a poco, el sueño se convirtió en una imagen. Y así la juventud eterna de la Niña se hizo real. Ella ya existía.

El niño empezó a tallar la madera. Y así la juventud eterna de la Niña se hizo real

Y entonces Luis Álvarez Duarte, el niño imaginero, llamó a Fernand y le pidió que le hiciera fotos a la Niña , vestida con una mantilla y con una saya de la Trinidad que le habían prestado.

Aquellas fotos en blanco y negro las llevó a la parroquia de San Bartolomé. Habló con Pepe Calvo, el sacristán, que fue el primero que la vio. Con aquellas fotos acudió otro día el niño hasta un despacho de la plaza de Cuba, donde trabajaba el hermano mayor, un abogado que se llamaba Juan Delgado Alba. Pero, antes de reunirse, el chaval fue hasta la calle Pureza, a la capilla de los Marineros, a rezarle a la Esperanza de Triana, a pedirle que le ayudara. Entonces no sabía que algún día restauraría a la Esperanza para devolverle la belleza que hoy tiene.

Don Juan se entusiasmó con las fotos. Le preguntó dónde estaba aquella dolorosa, que si era de Juan Astorga, que de dónde había salido... Le contestó que era una obra suya, aunque no lo creyera, que estaba en su casa, una modesta vivienda del barrio de San José Obrero, que allí la podría ver, y que si la Hermandad de las Aguas la quería, la tendrían para siempre.

Por aquel piso de San José Obrero (en una calle que hoy tiene el nombre del niño) pasaron muchos cofrades de las Aguas, como Juan Delgado Alba, Ernesto Barragán, Joaquín Delgado-Roig, José Ignacio Artillo y varios más. Entre ellos, Francisco Mesa García y José Joaquín Serrano Magro, que decidieron donarla. A todos les gustó aquella dolorosa, menuda, grácil, casi infantil, con algo inexplicable que la hacía diferente, quizá fuera la gracia según Sevilla. El chaval le dijo a Delgado Alba que valía 12.000 pesetas, aunque se podía quedar en 10.000. Su verdadero precio era infinito, imposible de cuantificar, porque había nacido del amor de un niño que tuvo un sueño. Su padre, que había muerto aquel mismo año, le ayudó a construir el candelero. Su madre fue la cómplice de su ilusión.

A esa Virgen, en un cabildo de hermanos de las Aguas, le iban a elegir nombre. Entre Oliva y Humildad. Pero alguna inspiración celestial debió tener un cofrade joven entonces, Pedro Marcos Bustamante. Se levantó y propuso que se llamara Guadalupe. Y al párroco de San Bartolomé, el padre Salvador Díaz Luque, le pareció muy buena idea; y eso se aprobó por amplia mayoría. Fue difícil de entender. Iban a elegir entre otros dos nombres, pero Ella prefirió llamarse Guadalupe. Desde aquel día pasó a ser el nombre de la Virgen de la eterna juventud. Y el nombre de Guadalupe marcaría la vida del chaval que la imaginó.

La Niña de San Bartolomé fue bendecida hace 50 años. Hoy es la Niña del Arenal. Se mudó a la vera del río, junto al teatro, frente a la Santa Caridad, donde Ella desafía, cara a cara, a la muerte de los lienzos de Valdés Leal, con la fuerza implacable de su esperanza, de su juventud que no se pierde, de saber que no pasa el tiempo por su mirada, de entender que la vida eterna es como Ella, que siempre tuvo, tiene y tendrá 15 años.

La juventud inmarchitable frente a la muerte de un obispo que se pudrió entre las glorias efímeras del mundo. La pintura que evoca la ruindad del paso del tiempo frente a la imagen de una belleza perpetua. La vida eterna siempre estará en tu mirada, Guadalupe, porque es limpia, porque es pura, porque es verdadera, porque nació de un sueño, como aquel Niño que te anunció un ángel.

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