Querido hijo

Busqué la noche precisamente para desvelarme, la oscuridad para perderme. Y a todo ello sobreviví. Pero todo llega

Qué me preocupa, me preguntaste cuando dije que esa noche me había costado conciliar el sueño. Aunque ahora no lo puedas creer, créeme que hubo un tiempo en el que, adrede, busqué lugares en los que naufragar, abismos por los que precipitarme aposta hacia lo desconocido, arrostrando sin miedo los destrozos que sabía quizá me esperaban a la vuelta de la esquina. Busqué la noche precisamente para desvelarme, la oscuridad para perderme. Y a todo ello sobreviví. Pero todo llega, y así debe seguir siendo, y en estos momentos mis precipicios se ubican a ras de suelo. Pienso preocupado en los estragos que el frio polar que no cesa ha causado a cientos de familias desamparadas por su gobierno y por su mala cabeza; en el sufrimiento inútil que un animal apenas racional ha podido ocasionar a una incipiente mujer, acaso una niña aún; en mi continuo debate interno sobre la prisión permanente revisable -y por tanto no tan permanente-, ahora en boca de tanta gente; en la endémica forma de organizar nuestro mercado laboral y la enorme masa de parados y de gente viviendo de espaldas al fisco; en la alegría que me da ver cómo el desencanto está rompiendo por el lado de Ciudadanos en vez de por el que apunta hacia aquellos que tienen como premisa desbordar el sistema; y en el enorme hastío que me causa ver cómo una parte de mi país ha decidido seguir instalada en la confrontación reescribiendo para ello la historia, el Derecho y la lógica (para ellos claramente utópica). También pienso en cómo me gustaría que el dichoso Brexit fuera reversible, y tengo que mover la cabeza para despejar esos pensamientos que me insinúan que no todo lo que está haciendo ese teatrero presidente americano es malo, por mucho que me cueste reconocerlo, por más interés que tengamos en que se largue a su casa cuanto antes. Sigo dando vueltas al eterno problema de Israel, aunque ahora lo entiendo un poco mejor, y nuestras relaciones con Rusia y los países emergentes. Ya sé yo bien que no soy yo quien pueda arreglar el mundo. No hace falta que nadie venga a recordármelo, pero es que a veces echo de menos estar sentado en el tranco de una puerta, con un Lucky Strike colgando entre los dedos manchados de nicotina y escuchando Kentuky Avenue, de Tom Waits, esperando, mientras tu madre aparece con el pelo suelto y húmedo envuelta en el tumulto de la calle. Y eso, a veces, no me deja dormir.

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