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Sampaoli y los vientos variables

El autor analiza los frágiles criterios con los que se opina en el fútbol

Ni modelos meteorológicos ni Cristo que lo fundó. La variabilidad de los vientos, en el mundo del fútbol contemporáneo es mucho mayor, incluso, que en el mundo de la política. Mi mujer, con gran capacidad de síntesis y de análisis ella, llegó a patentar una frase: "No hay nada que dure menos que una alegría política. Al día siguiente, ya habrá alguien o algo que lo cuestione todo". Así es, confirmo, y así seguirá siendo, pienso.

Pero hay cosas peores. Piénsese en lo que le está pasando al bueno de Sampaoli, hasta hace no mucho estratega admirado, y pregonado fervorosamente, como fautor posible de unas inmediatas glorias del Sevilla FC, prácticamente inimaginables para el común de los mortales. En cuestión de pocas semanas, todo se lo ha llevado el viento. Lo del fútbol, el actual por lo menos, es más volátil, incluso, que la política.

Lo del fútbol, el actual por lo menos, es más volátil, incluso, que la política

En política democrática, por ejemplo, hay elecciones periódicas, lo cual otorga unos mínimos periodos de estabilidad. Además, de cuando en cuando, hasta puede darse que alguno que otro intente resucitar. Los hay, por caso, que habiendo cosechado, con él de gran jefe, los resultados más horrorosos de todas las competiciones en que ha participado su club -léase Pedro Sánchez-, se lanzan a prometer el retorno al paraíso perdido. Como los fundamentalistas islámicos, que siempre pregonan la vuelta a la pureza del califato original. Esperemos que haya memoria.

En fútbol, por el contrario, los tiempos son cada día más cortos. Sampaoli, de quien hace sólo dos meses y pico se decía que era un genio de la lámpara, y que podía llegar a competir por el título de Liga, ahora habrá tenido que leer, referido a sí mismo y escrito por los mismos, que "a estas alturas, todavía no se sabe cuál es la idea". La volatilidad de los criterios y la evanescencia de los juicios. Ahora, y no sólo en las redes sociales, con razón o sin ella, siendo una persona coherente o una simple plumilla volandera, cualquiera puede tocarle la cara a cualquiera, con escaso o nulo respeto por el oficio y los desvelos de un profesional que, supongo, algo de lo suyo tendrá aprendido. Y todo, de un día para otro. Parece que en el fútbol no sólo no hay memoria histórica, sino ni memoria siquiera.

No se tiene en cuenta, por ejemplo, que el portero siempre estará solo ante el penalti, o que un entrenador, como Luis Enrique, puede estar siempre a expensas de que un tipo tan fiable como Mascherano cometa un error al darle salida a un balón, o que un vestuario de 24 o 25 jovenzuelos endiosados -sin más arraigo que el triunfo y el dinero, de muy diversos orígenes, escasamente formados, y de los cuales sólo una parte juega cada jornada- es más difícil de dirigir y aglutinar que un Consejo de Ministros, que un batallón de combate y hasta que un departamento de Universidad, seguro. Ser entrenador de fútbol es una profesión de alto riesgo.

Entrenadores buenos y confiables, los de antes, que trabajaban con lo que les daban. Como Miguel Muñoz, que fue campeón de Europa con Marquitos y Pachín de laterales. O Helenio Herrera, que casi ganó la Liga con unos tales Estella, Olmo, Ramírez y Esteban. O Manolo Cardo, que elevó a los altares a San José y Ávarez, y convirtió a Pablo Blanco en capitán general del ejército rojo. O Serra Ferrer, que, con Jaime, Ureña, Vidakovic y Josete en la defensa, hizo que Jaro fuera el portero menos goleado de España. ¡Esos entrenadores sí que sabían y hacían! Hoy, por contra, de fútbol predica cualquiera.

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