Teatro

Juan Echanove o el teatro como temblor

  • El actor se mete en la piel de Quevedo en 'Sueños', que se representa hasta el domingo en el Lope de Vega

Juan Echanove, con Gerardo Vera, en la puerta del Lope de Vega.

Juan Echanove, con Gerardo Vera, en la puerta del Lope de Vega. / belén vargas

El actor Juan Echanove y el director Gerardo Vera habían colaborado en varias ocasiones, pero esa alianza entre ambos no dejaba de ser intermitente. "Digamos que bailábamos una sevillana infinita, pero cada uno acababa en su rincón. No encontrábamos la manera de abrazarnos de verdad", asegura Echanove. Pero, tras el revés de un proyecto que se frustró, el intérprete le preguntó a Vera cuál era espectáculo con el que realmente soñaba y no se había atrevido a hacer. "Los hermanos Karamázov, me dijo. Y lo hicimos". Y después de la adaptación del texto de Dostoievski, reforzaron el vínculo que les unía y se marcaron otra empresa difícil: llevar a escena los Sueños de Quevedo. Un montaje que se representa hasta el domingo en el Lope de Vega, y en el que Echanove defiende la visión que tiene de su oficio tras casi 40 años de trabajo: "Al teatro se viene a temblar, que es algo que he aprendido de Gerardo".

Para este desafío, Vera y José Luis Collado han creado una dramaturgia "que es una partitura donde hay mucho espacio para el sentimiento", afirma su protagonista. Una propuesta que retrata al autor de El Buscón ya en el final de su vida, pero releyendo una obra que empezó a escribir en su juventud, los Sueños. Una transformación que perturba a Echanove cuando se sube al escenario. "Quevedo muerde. A mí me pasan cosas con esta obra que tienen que ver más con la tauromaquia que con el teatro. La única vez que me ha sucedido algo tan bestia fue con El cerdo", confiesa el intérprete. Aquel tour de force, por cierto, se estrenó en 1993 en el Lope de Vega bajo la dirección de José Luis Castro. "Cuando yo empecé a decidir el actor que quería ser, tenía las llaves de este teatro. Por las noches me venía, me ponía a cantar, me escuchaba", recuerda.

Los años han pasado desde entonces, y Echanove ha alcanzado un estatus que ni siquiera sospechaba. "Empiezo a tener una edad en la que lo que uno soñó que nunca llegaría ya es posible. Hoy soy un primer actor, no quiero parecer petulante pero es la terminología que se usa en el teatro. Yo admiraba a gente como José María Rodero, José Bódalo, Agustín González o Alfredo Alcón, y nunca pensé que tendría esta responsabilidad", admite. Pero añade, más tarde, que detesta la "soberbia" de los de su gremio. "A los actores nos echan de los trabajos, nos dejan las parejas, nos duele el estómago. Somos como los demás: no sé por qué damos tanto la tabarra con nuestra profesión", protesta.

A estas alturas del juego, a Echanove sólo le atrae arder. Jugársela. "Sólo me interesa el riesgo, yo no quiero repetirme", insiste. El teatro que diga cosas, que hiera y abrase, que sea "como un espejo con muy mala hostia para que veamos donde estamos. El problema es que hoy quieren un teatro lobotomizado, que ayude a pasar el rato, que no deje huella". Quevedo, testigo de un imperio que se descompone, de un país de corruptos, propone aquí a los espectadores un dolido reflejo de sí mismos. Como dice Gerardo Vera, "el público, acostumbrado por otras obras a ser un voyeur de los demás, en este espectáculo será un voyeur de su alma".

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