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Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Memoria artificial

Ni siquiera los que carecen de redes sociales están a salvo de la pandemia de las charlotadas que difunden

Hemos estado incontables veces en reuniones, no necesariamente de ocio, también de trabajo, en las que hemos asistido -hasta de protagonista- a chascarrillos que han provocado la hilaridad de la audiencia con el añadido de la coletilla "qué bestia". El autor bien ha podido echar mano de la actualidad o de algún hecho pasado cuya trascendencia lo ha convertido en histórico, pero no por ello exento de estar sometido a la reconversión de la que es capaz la imaginación del hombre, tan sensible como cruel. Un hecho trágico en su momento, transcurrido el tiempo se nos puede llegar a ofrecer transformado en un episodio cómico. Será la solvencia del emisor y la inteligencia de los receptores las que refrenden su éxito o lo condenen al fracaso.

Esto que antes del florecimiento de las nuevas tecnologías ocurría en el ámbito de lo estrictamente privado -una reunión de amigos cómplices encerrados en una habitación con las afinidades conectadas entre sí circulando a través de ondas etílicas-, dio con internet el gran salto, de suerte que ya no asistimos a ocurrencias limitadas a un reducto del que no saldrían nunca o lo harían muy lentamente por el boca-oreja, sino que son lanzadas al vasto (también con b) espacio tuitero para el desparrame de unos y la indignación de otros. En aquellas farras privadas nos doblábamos por la mitad con el chiste de alguno que se había pasado una comarca entera al mofarse de los que en el futuro la corrección política definiría intocables -también muertos-, después alguien, al que el centro de gravedad no se le había desajustado aún, se levantaba para cambiar la cara del disco que llevaba dando vueltas a saber cuánto y llenábamos los vasos para retomar las risas con otro asunto frívolo y banal que olvidaríamos a las claras del día.

Ahora no hay reunión, ahora alguien solitario y en silencio está con su móvil, ordenador o lo que sea dándole vueltas a la cabeza, da con la gracia, se ríe solo igual que un tarado bamboleándose en su celda del hospicio y cuando para envía su chanza a la estratosfera para que la recojan sus iguales y la retransmitan en una cadena sin fin, convirtiendo así al orbe entero en receptor de su majadería, pues hasta quienes carecen de Facebook, Twitter, Instagram o cualquiera de esas redes inventadas o por inventar no están a salvo de ser invadidos por esa pandemia de charlotadas que algunos almacenan en su memoria. La del móvil, claro. Se desconoce si tienen de la otra.

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