En los telediarios del día de Navidad fue noticia relevante la celebración en el salón de baile del Circulo de Bellas Artes de Madrid de una especial cena de Nochebuena en la que un prestigioso chef vasco (de esos que acumulan tantas estrellas que más que cocineros parecen generales) preparó un exquisito menú para los 200 indigentes que acudieron gozosos a la llamada de la oenegé que ofrecía el distinguido ágape que además se vio realzado por la presencia de destacadas personalidades como la alcaldesa de la capital y el arzobispo de Madrid. Si no fuese porque la película tiene más de medio siglo y tanto su guionista como su director están ya muertos, uno juraría que Azcona y Berlanga se inspiraron en noticias como esta para crear la comedia costumbrista Plácido, un film tremendamente aleccionador si RTVE tuviese el coraje de emitirlo todas las navidades en lugar de la empalagosa "Qué bello es vivir", ya que resulta difícil encontrar un retrato social más certero -a la vez que devastador- de la España de 1960 y… de la de 2017. Su hilo argumental es la campaña navideña que bajo el lema 'Siente un pobre a su mesa' patrocina la empresa de ollas Cocinex para asignar mediante sorteo un mendigo a las cenas de Nochebuena de las familias más acomodadas del pueblo. Los más pudientes aspiran a limpiar sus conciencias compartiendo tan significativa celebración cristiana con el vagabundo que aleatoriamente les corresponda confiando en que no les cause demasiadas molestias: "Mi pobre se ha puesto enfermo. Ah, pues el mío huele fatal". A una de las familias incluso se les muere -de una indigestión- el pordiosero: "¡Claro, es la falta de costumbre de comer!", dice airada la señora que a continuación ordena a la criada que rocíe el cadáver con insecticida. Berlanga pone en evidencia la hipocresía de una sociedad que, entonces como ahora, utiliza a menesterosos y desheredados de la misma manera que al árbol de Navidad o las figuritas del belén, esto es, los sacan del desván para escenificar las tradicionales ceremonias de caridad cristiana (comidas, tele-maratones, recogida de juguetes…) que tan bien hacen quedar a promotores y donantes hasta que -el 7 de enero- se les vuelve a arrinconar junto a los adornos navideños en espera de las siguientes Pascuas. Ese puntual aguinaldo es apenas una anécdota en la miserable existencia de las personas desvalidas que a la hora de la verdad confían su suerte a las manos de gente anónima que día a día les alimentan en los comedores sociales, les buscan ropa para resguardarse del frío o les consuelan en su infortunio. Al contrario que los otros, estos modernos samaritanos no quieren notoriedad, ni buscan reconocimiento social alguno. Su callada labor altruista solo espera la bendición de Dios.

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