En la compañía

Atlas de geografía humana

  • La Truco ofreció ayer en La Compañía todo su repertorio de movimientos magistrales

Dominio y quebranto en la grandilocuente y pastueña serrana. La dulce pérdida en las alegrías y chuflas de las bulerías de Cádiz. Los prejuicios se presentan en los tonos bajos y altos de la exigente soleá apolá. Las seguiriyas son melancolía y metáfora del fatal desenlace. Cuadratura de círculo. Cascada de sensaciones y sentimientos íntimos. Un hombre en la indigencia ajado y desamparado por culpa del mal de amor, por castigo de Tres Gracias exhuberantes presentadas como prototipos de la mítica femme fatal, tantas veces representada a lo largo de la historia del Arte. El amor, ese horrible precipicio que hay que merodear con valentía, como recuerda Stendhal, si quiere hallarse una flor verdaderamente maravillosa. La flor más bella surge casi al final, con las tres bailaoras con bata de cola blanca moviéndose al son de los tangos. Estampa inolvidable. Evocación almibarada que entreabre la puerta a una esperanza por momentos inalcanzable.

Mis mujeres en esencia, que ayer puso en pie en La Compañía A4 Flamenco, una sociedad preñada de inventiva e inspiración que integran La Truco, Inmaculada Ortega, Carmen La Talegona y Miguel Cañas, habla del amor amargo, del trágico destino de quien ama varias veces en su vida. Y reflexiona sobre los tópicos, los clichés y las falsas apariencias, sobre la deshumanización. Lo hace plasmando un mapa preciso de la naturaleza humana y sus estados de ánimo. Los sentimientos cobran forman en los cuerpos del cuarteto de protagonistas.

Puede que en un tono feminista o como simples taladradoras de esquemas preconcebidos, el primer montaje de este grupo de compañeros que han crecido en Amor de Dios habla del arquetipo de mujer que cruza constantemente una línea entre la bondad y la vileza, y frente a ella ese hombre convertido en pelele, interpretado con fino trazo por un desahuciado Miguel Cañas, un bailaor sobrio y estilizado que cae rendido en brazos de sus amantes y golpeado por el inclemente desamor.

Y canta Talegón, maestro del cante en Amor de Dios, para que baile Carmen La Talegona, que inicia un viaje sin final con toda la dimensión de su enérgico zapateado, con palillos y trazando curvaturas originales y geometrías imposibles. Espectaculares escorzos y una escobilla temperamental. El eco agudo del cantaor de Córdoba se clava en el inconsciente y, junto a la voz en off, da continuidad discursiva a la obra. Toná chica de Triana en la voz ajustada de Pepe 'Bocadillo'. Los números de baile se dilatan demasiado en el tiempo, llega la monotonía por momentos, aunque se rompe con unas transiciones ágiles y unas salidas en las que se consigue que nunca haya un bailaor fuera de escena.

La jerezana Inmaculada Ortega aparece como la Dulce Pérdida, y emerge sentada en una silla de enea como la piconera de Julio Romero de Torres. Paso a dos con Miguel Cañas y baile por alegrías y fiesta por Cai. Tras ella, Eli La Truco de negro y blanco. Con mantón hace la entrada en una nana que mece la voz de Talegón y que desemboca en la soleá apolá. Poderío en los brazos inmensos de la madrileña. Pose elegante, plástica escobilla. Miguel Cañas queda solo para afrontar el patetismo de la seguiriya. El indigente, el desamparado, queda a merced de las tres batas blancas de cola. Agitado por el inevitable destino.

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