Cultura

Autoediciones (de lujo) para un arte (siempre) en crisis

  • El año en que Morente saca disco, lógicamente, se erige en protagonista.

El año en que Morente saca disco, lógicamente, se erige en protagonista. En 2008 puso en la calle, al fin, Pablo de Málaga (Discos Probeticos), una obra acariciada durante años. Además, el de Granada ha protagonizado también 2008 al nivel escénico: doce años después ha resucitado Omega para seis conciertos señalados, uno de ellos, el único en Andalucía, el que protagonizó en Alcalá de Guadaíra el pasado julio en el festival Vaivenes Flamencos-Riberas del Guadaíra, dedicado al flamenco innovador. Otros pesos pesados del cante que ofrecieron nuevas perspectivas de su arte fueron Carmen Linares, en su homenaje a Juan Ramón Jiménez, compuesto por Juan Carlos Romero (Raíces y alas, Salobre), y El Pele, con un disco (Ocho guitarras y un piano, World Music Factory) de corte tradicional. Respecto a las voces jóvenes me quedo con el disco Barcas de Plata (Flamenco World Music) de Encarnita Anillo, la mejor comprobación, junto a Palomar (Trimilenaria, Pae-Dezza), del buen momento en el que se encuentra el cante joven en Cádiz.

El año guitarrístico, por el contrario, ha sido protagonizado por los jóvenes. El mejor disco de 2008, y en años, ha sido Son de Ayer (Cano) de Juan Antonio Suarez Cano, con una propuesta inédita, al que cabe añadir Viento del Norte (Flamenco World Music) de Jesús Torres. En el campo puramente instrumental lo mejor fue el Flamenco Big Band (Universal) de Perico Sambeat. Sobre la escena nos sobrecogieron Israel Galván, con su visión del Apocalipsis, y Rocío Molina con Oro Viejo. Sevilla descubrió a El Carrete, un bailaor malagueño y fundamental, olvidado sin embargo, que desde 2005 está experimentando un renacimiento, ampliando de esta manera el lenguaje escénico flamenco actual, pese a que sus innovaciones datan de las décadas de los 60 y 70, sólo que hasta ahora eran desconocidas: un caso extraordinario. Nuevos festivales, con nuevas orientaciones, se sumaron a los ya existentes: así Flamenco en Escena de Arcos de la Frontera, o el mentado Vaivenes Flamencos-Riberas del Guadaíra de Alcalá, ambos orientados a las últimas tendencias de lo jondo.

El maestro y amigo Mario Maya se nos fue con la naturalidad y el arte que siempre prodigó en vida: en mitad de una Bienal de Sevilla más bien insulsa en la que había presentado su último espectáculo, Mujeres. Una Bienal deslucida, que no obstante nos proporcionó emociones como las de Tejidos al tiempo de la Choni, que recibió el galardón a la compañía revelación, pese a que este espectáculo se había presentado en el ciclo Flamenco viene del Sur y en los Jueves flamencos de Cajasol. Se nos fueron también el guitarrista Antonio Arenas, los bailaores Marienma y Alberto Lorca, el agitador flamenco Miguel Candela y dos cantaores irrepetibles, llorados, anárquicos y geniales: Juan el Camas y Gaspar de Utrera.

En el plano institucional, el año ha estado marcado por dos transcendentes decisiones, cal y arena, con clave malagueña. La de arena fue la defenestración de Málaga en Flamenco: un duro golpe para el sector, no sólo malagueño, que tenía grandes esperanzas puestas en esta Bienal de Málaga. La decisión se tomó en agosto, de forma unilateral, sin consenso previo, al menos que haya trascendido. La otra noticia fue la promoción de Bibiana Aído como miembra del Gobierno central y el nombramiento de Paco Perujo al frente de la Agencia Andaluza del Flamenco. La noticia fue bien recibida por lo que suponía de cambio en la orientación de la institución: por vez primera, a la tercera fue la vencida, el Gobierno andaluz colocó al frente de la misma a una persona del gremio, un investigador flamenco con un importante currículo jondo a sus espaldas.

Javier Barón recibió el Premio Nacional de Danza, afianzando así el sano proceso de normalización cultural del flamenco en nuestro entorno institucional. Un proceso de normalización que continúa al nivel académico con el calado cada vez mayor en universidades y conservatorios, no sólo de Andalucía, también de otras geografías flamencas como la Universidad de Barcelona, que celebró su cuarto curso de verano flamenco, o Extremadura, con un ciclo en colaboración con la Peña Amigos del Flamenco de Cáceres.

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