Crítica de Cine

Beber de la jarra dorada

Fotograma de la nueva película del director finlandés.

Fotograma de la nueva película del director finlandés. / d. s.

Tal y como están las cosas, seis años sin un Kaurismäki en la cartelera son muchos años. Se entiende así el entusiasmo y la excitación con los que uno atraviesa la ciudad sitiada hasta llegar al cine donde proyectan El otro lado de la esperanza, segunda entrega de una nueva y proyectada trilogía sobre la inmigración en Europa con la que el cineasta finlandés más portugués parece estar ya más cerca que nunca de Chaplin y la depuración esencial del cine mudo para seguir contando fábulas humanistas sobre los marginados de esta aciaga y ruidosa era.

Refugiado en su estilo, su tono, sus temas y sus músicas (del tango al rock callejero) de siempre, acompañado de sus cómplices y rostros habituales, Kaurismäki propone aquí una variación de los asuntos, personajes y peripecias de supervivencia de El Havre, regresando a un Helsinski analógico de bares vacíos, comisarías grises, centros de acogida y muelles portuarios que, bajo su mirada, no difiere mucho del paisaje urbano y humano de su anterior película, de todas sus películas en realidad.

Se trata de construir de nuevo un espacio habitable y cálido para los desgraciados, los solitarios y los perseguidos, un hogar (el hogar del cine) donde aún es posible la pureza del alma, la solidaridad de clase, el desafío al poder y la promesa de felicidad con un trabajo, un plato de sopa, un reencuentro y una vida digna, aunque sea en el almacén de un garaje.

El otro lado de la esperanza está también en el glorioso bar-restaurante La Jarra Dorada, un pequeño paraíso donde pueden convivir un patrón redimido por el dinero del juego, unos empleados sin demasiado ánimo capaces de reciclar el local en un japonés a la última, un perro y un inmigrante sirio de rostro y mirada limpios que atraviesa toda la película, desde su aparición entre el carbón y la basura, buscando un lugar en esa ingrata Finlandia que no parece acordarse ya de otros tiempos de guerra y penurias propias.

Pudorosamente emocionante, sin sostener la emoción ni una milésima de segundo, precisa y elocuente en su depuración narrativa, cómica, tierna, honda y crítica como siempre en Kaurismäki, esta película debería verse cada año en las escuelas de toda Europa.

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