Cultura

El Cid vuelve a perder por la espada la Puerta Grande

  • El estoque de Manuel Jesús es como la carabina de Ambrosio · El sevillano corta una oreja y se convierte en el triunfador isidril tras dos faenas de distinto corte

El público de Las Ventas recibió a Manuel Jesús El Cid con una gran ovación, por su última gran actuación en la octava de feria, en la que cuajó una faena histórica a un gran toro de El Pilar, que no rubricó con la espada. Hoy por hoy es el torero predilecto de Madrid y se nota. Como también se aprecia que es el diestro del actual escalafón que mejor lidia y entiende a los victorinos; ya salgan manejables o fieras corrupias. Ayer volvió a perder trofeos al marrar en la suerte suprema. Lástima que en lugar de tizona, como tenía el otro Cid castellano, este Cid de Salteras tenga por espada la carabina de Ambrosio. Ese que -según relata el gran escritor sevillano Luis Montoto- llevaba una carabina cargada de cañamones, en lugar de pólvora. Y así le iba. Y así le ha ido a este Cid en Madrid, donde ha perdido ya varias veces la Puerta Grande.

Tras el paseíllo, como decía, El Cid recibió una gran ovación por esa faena memorable, que compartió con sus compañeros Antonio Ferrera y Domingo López Chaves. Pese a la lluvia, no cabía un alfiler para la victorinada que cerraba San Isidro 2008. El Cid estuvo a la altura de la expectación despertada y se entregó en su lote sin ningún tipo de reserva, incluso salió mermado en su segundo por una accidental patada que le propinó su primer astado en un tobillo cuando lanceaba de salida al tercero. En los medios, sin probaturas, dio dos tandas vibrantes con la diestra, ovacionadas. La tercera fue de escándalo, con muletazos largos y bajando la mano. El toro le desarmó al final de la tanda y, con reflejos felinos, el saltereño recogió la muleta para un pase de pecho. Con la izquierda, por donde se revolvía el toro con prontitud, arriesgó. El toro se desengañó y ya no tragó por el derecho. La faena, muy meritoria, iba para premio. De hecho, pese a no matar a la primera, le tributaron una ovación de órdago.

El Cid salió en el sexto infiltrado. El toro, feísimo, con una cornamenta arremangada y destartalada, desarmó de salida al torero, que se lució tras ello con el capote. Se dejó pegar en un primer puyazo y cumplió en otro. El Cid, en una faena a más, basada en la izquierda, se impuso con valor, inteligencia y garra a un toro encastado, con su pizca de fiereza y un peligroso pitón derecho. Hubo de todo, desde muletazos robados a naturales de trazo largo. Unos arrebujados y otros salvando la violencia del galafate. Se empecinó también en hacerlo embestir por el pitón derecho y lo consiguió en una tanda vibrante que fue el epílogo de una faena larguísima. No entendemos que entrara a matar en los medios. La plaza entera aguantó la respiración cuando El Cid se perfiló. Se tiró con fe, pero pinchó. Luego, estocada. Sudó y expuso lo suyo para conseguir la única oreja del festejo.

Antonio Ferrera consiguió lo más significativo con las banderillas, aunque le sobren sus antiestéticos saltitos en los embroques. En su primero, meritorio par por los adentros, corriendo de costadillo. Y en el otro cosechó muchas palmas en dos pares al quiebro, uno en los medios y otro al hilo de tablas. Con el flojo primero, manejable, no llegó a acoplarse. Lo más destacable, una tanda con la diestra y un pase de pecho muy lento. Con el quinto, de arremangados y enormes pitones, que buscaba por el izquierdo y era difícil por el derecho, tuvo que pasar un trago, sin que su labor calase en el público.

Domingo López Chaves tuvo una actuación desafortunada. El segundo, flojo y descastado, embistió con nobleza, pero sin brío. Labor insípida. El cuarto era feísimo, de cornamenta alirada imposible para que entrara tras las telas. Sin embargo, no tuvo mal aire al seguir la franela del diestro, que no se acopló.

Ha quedado claro que El Cid, independientemente de los trofeos, ha sido el triunfador de San Isidro. Lástima que en lugar de tizona, como tenía el otro Cid burgalés, este Cid sevillano tenga por espada la carabina de Ambrosio.

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