De libros

Decálogo del nuevo mundo

  • Timothy Garton Ash se aproxima al papel de la información y al nuevo modo en que se genera, se suministra y se censura a través de la red.

El historiador y editorialista británico Timothy Garton Ash (Londres, 1955).

El historiador y editorialista británico Timothy Garton Ash (Londres, 1955).

Si el título del libro nos aclara el ámbito que Garton Ash ha escogido para sus indagaciones, en el subtítulo se nos indica ya -Diez principios para un mundo conectado-, no sólo la voluntad, sino el carácter con el que se han escrito las presentes páginas. Por un lado, la voluntad de de establecer unos criterios, unos principios, desde los que acercarse a la nueva realidad del siglo; y de otra parte, el carácter provisional que su autor reconoce a este decálogo, que no es sino una primera aproximación -seria, normativa, rigurosa-, al papel de la información y su compleja textura en la "aldea global" de Marshall McLuhan. Aldea que Garton Ash prefiere llamar, no sin razón, "Cosmópolis", y en la que nos hallamos inmersos de un modo mucho más profundo y abrumador del que quizá sospechamos.

Si hubiéramos de expresar algún desacuerdo con este obra, sería con el planteamiento inicial que se deduce del primer capítulo, titulado Pos-Gutenberg. Según Garton Ash, el cambio introducido por internet es sólo comparable al que se produjo, mediado el XIV, con la imprenta de tipos móviles de Johannes Gutenberg. Sin embargo, el resultado de la imprenta de Gutenberg significó el paso de un mundo analfabeto a un mundo de lectores, que sólo a partir del XVIII se extendería por amplias capas sociales. La novedad de internet, con ser importantísima, pertenece no obstante a un orden inferior. Afecta a nuestra capacidad de acceso a la información (a la velocidad y a los campos a nuestro alcance), pero no a la alfabetización, a la literaturitación del orbe. Dicho lo cual, y dejando al margen cuanto Platón señaló sobre el olvido asociado a la escritura, precisemos que lo que Garton Ash establece en esta obra es el nuevo modo en que la información se genera, se suministra y se censura. Un nuevo modo que incluye las grandes corporaciones que crearon el mundo virtual, pero que incluye la interacción con los gobiernos, que tratan de controlarla, y la falta de privacidad que los soportes cibernéticos han propiciado, y que se deriva de su propia eficiencia comercial y técnica. Ante esta nueva situación, por completo desconocida, debe reformularse el problema de la libertad de expresión. Un problema que afecta a los medios clásicos de comunicación (y en particular, como sabemos, a la prensa escrita); pero que atañe también a otros aspectos de dicha libertad, como la violencia en la red, la veracidad de la información, la divulgación del conocimiento, así como el derecho a la intimidad y las nuevas formas de coerción que afectan hoy al individuo, a través de los vertiginosos utensilios puestos a su alcance.

A modo de tentativa, Garton Ash hace una amplísima requisitoria sobre este "brave new world", abordándolo desde diez aspectos, mencionados ya en parte: la libertad de expresión, la violencia, el conocimiento, la religión, la diversidad, el periodismo, la intimidad, el secreto, la valentía y esa trama inexcrutable que llamamos "la red". Aún así, lo más notorio, y quizá lo más valioso de este Libertad de palabra, es la determinación con que se acepta el nuevo estadio cultural del mundo. Internet no es una anomalía o una degradación de la realidad preexistente. Y tampoco un fenómeno que podamos obviar, retrayéndolo a magnitudes y referencias más cómodas para el analista. El propio modo provisional en que se expresa su autor, así como la naturaleza híbrida de la obra (obra coral, libro impreso, pero también página web y ebook vinculado a numerosos enlaces y referencias), ya da como establecido, como ineludible, el ámbito de cuanto se analiza en sus páginas. Se trata, por tanto, de un libro especulativo, experimental, cuya intención, no obstante, es de carácter práctico. La práctica a la que hace referencia es la práctica concreta, los medios a nuestra disposición, para ejercer una libertad esencial del ser humano, siempre en peligro. En ese sentido, Libertad de palabra debe consignarse como una suerte de vademécum. Un vademécum, por otro lado, que antes ha definido la naturaleza y el alcance de aquello que se propone defender, y que hoy se articula en una estructura virtual que nos acompaña, nos prefigura y nos vigila. Como es fácil suponer, son estas dos últimas cualidades de la red -la de prefigurar y vigilar nuestras vidas-, las que justifican, sobradamente, la necesidad del presente libro.

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