Crítica de Música

A Diego lo que es de Diego

Un momento de la actuación de una de las invitadas, Silvia Pérez Cruz, con Diego Carrasco y Diego del Morao.

Un momento de la actuación de una de las invitadas, Silvia Pérez Cruz, con Diego Carrasco y Diego del Morao. / pascual

Diego Carrasco es, para bien o para mal, uno de los grandes artistas que ha dado Jerez. Sí, no hace falta esperar a se muera, como suele ocurrir siempre, para ensalzar a una persona con una sensibilidad distinta y una capacidad para evolucionar fuera de toda duda. Evidentemente, el camino elegido en su día podrá gustar más o menos pero eso no quita que la figura de este sexagenario con alma rebelde sea un modelo a seguir en muchas cosas. Ha adquirido conceptos de otras culturas, otras músicas, pero siempre sin perder el compás, que lleva a gala, ni olvidar sus raíces. Porque ha vivido y crecido con grandes, y por eso, sí se lo puede permitir.

El sábado, en el 50 aniversario de su primera actuación en público, aquella Fiesta de la Bulería de 1967, Diego se sintió niño, se sintió querido, se sintió arropado y se sintió respaldado por las más mil doscientas personas que llenaron el Teatro Villamarta.

Fueron dos horas intensas, en las que resumir lo que ha sido una carrera tan amplia no era fácil, dos horas que pasaron con suma rapidez, síntoma éste de que las cosas se estaban haciendo bien. El Tate confió la dirección musical a Pedro María Peña y no se equivocó. El guitarrista lebrijano hiló y argumentó una propuesta que siempre tuvo un sentido y que fue enlazando cada momento de forma sutil. Ahí estuvo la clave del éxito de la noche, igual que la espectacular lección del guitarrista Curro Carrasco, "mi mano derecha", dijo Diego, porque su seguridad, control y exquisitez musical sobre las tablas se podría comparar con las de esos grandes directores de orquesta sinfónica. Con todo ello, unido a la aportación de una banda sensacional (Ané Carrasco, Juan Grande, Jorge Gómez, Ignacio Cintado, y Faiçal Kourrich, Amparo Lagares y Carmen Amaya), y la colaboración de un elenco de invitados extraordinario, Diego tocó el cielo.

A lo largo de todo ese tiempo, el cantautor gitano andaluz, como él mismo se define, repasó algunos de los temas que conforman ese disco especial editado por Universal para celebrar este medio de siglo de profesional, aunque también abordó otros que forman parte de su extenso legado pero que no están incluidos en el doble compacto.

El Tate no olvidó a muchos de los suyos como Moraíto y Camarón, a los que les dedicó sendos temas, con la aportación de Arcángel, que entonó el 'Dicen de mí' de manera magistral gracias a ese metal tan propio que posee. También quiso rodearse de los más jóvenes, fiel a una filosofía que le ha hecho ser respetado por las nuevas generaciones, ofreciendo su momento a Maloko, que acaba de lanzar su propio disco, Joselete de Musho Gitano, Juan de la Morena y los Gipsy Rappers, su último descubrimiento y un grupo a seguir de cerca.

En ese discurrir por su carrera hubo un par de paradas emotivas. La primera la protagonizó Remedios Amaya, una de las sorpresas de la noche. Fue uno de esos momentos de los que se quedan en la retina para siempre. De rojo, la cantaora trianera irrumpió ante la sorpresa del público para interpretar la 'Nana de colores', un regalo para todos. Su voz caló hasta tal punto que provocó una simbiosis entre ella, el público y Diego difícilmente explicable con palabras. Remedios, emocionada también por las letras que Diego le dedicó, se marchó entre palmas por bulerías y con el teatro en pie.

La otra situación vino desde Lebrija. Como apuntó el protagonista, "no es fácil verle por aquí", aludiendo a la figura de Pedro Peña, que rodeado de Inés Bacán, José Valencia, la guitarra de Pedro María Peña y su gente invadieron el proscenio de esa cadencia y compás tan singular. Todos interpretaron 'Alahéa', un instante en el que el tío Pedro Peña disfrutó como nadie, braceando con entusiasmo desde su sillón, y en el que el cante de Inés Bacán nos transportó a otra época.

Hubo más detalles grandiosos, como la aportación del músico portuense Javier Ruibal, siempre sugerente, la angelical voz de Silvia Pérez Cruz que estuvo respaldada por Diego del Morao, o la aparición desde el patio de butacas de El Selu y su chirigota, que protagonizaron otro de los momentos de arte. Y de arte, cuando se habla de arte y de Santiago tiene que estar el Bo, que se sumó a la fiesta cruzando el escenario con un pañuelo de lunares al cuello y tirando de un flamenco de los de Doñana. El público se rindió a su ángel. ¡Qué gracia!

Diego celebró, con tarta de cumpleaños incluida, sus 50 años sobre las tablas haciendo lo que le gusta y entre los suyos. Casi nada.

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