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Lectores sin remedio

HABÍA pasado, a lo largo de las semanas, repetidas veces ante el expositor donde se encontraba aquel libro, pero allí seguía, incólume ante el frenético movimiento de la librería, donde resulta raro ver a un ejemplar resistiendo más de unos pocos días, sin ceder su lugar de privilegio, como era el caso. Me picó finalmente la curiosidad, y un día empecé a hojearlo. Era un libro contundente, en cuanto a lo voluminoso (más de seiscientas páginas), pero antes de curiosear los inicios de la historia que contenía, topé con su solapa donde se recogían algunas frases recomendándonos su lectura. Siempre me han parecido dichos reclamos, en forma de ingeniosas frases firmadas por personajes de alguna relevancia, trampas montadas por las editoriales con el único fin de captar lectores desprevenidos o aún poco iniciados. Plegué la solapa cuidadosamente y volví a abandonar el ejemplar en su expositor. Pasaron algunas semanas y el libro, para mi sorpresa, no era arrojado de su pedestal de privilegio a otras zonas menos codiciadas de la librería. En fin, que decidido a encontrar una explicación a este fenómeno, me puse a leer lo que habían escrito sobre él otros lectores o críticos. Así fue como comencé a enterarme de la curiosa historia que rodeaba a su escritor, historia que me recordó aquella del norteamericano John Kennedy Toole, autor del ya clásico "La conjura de los necios", libro que consiguió, como ya saben, el Pulitzer una vez fallecido Toole, que, paradojas de la vida, mientras vivió nadie parecía querer publicarle nada. Más recientemente, y ya en nuestro país, el caso de Alberto Méndez, autor de "Los girasoles ciegos", no le va a la zaga. También, el autor de aquel libro expuesto durante tantas semanas en la librería, había fallecido repentinamente, y para mayor desgracia cuando una editorial ya había aceptado publicar su obra, que por supuesto él no llegó a ver salir de la imprenta. La historia de este escritor, Stieg Larson, no me dejó indiferente: sus inicios como periodista de guerra, sus conocimientos sobre los grupos de ultraderecha, lo que le hacía vivir en permanente alerta y, luego, su pasión por la lectura y la escritura, aficiones a las que dedicaba todas las horas que le dejaba su trabajo en la revista Expo, su fe ciega en que alguna vez lograría el éxito como escritor…En fin, de Stieg Larson pasé a Mikael Blomkvist, el protagonista de su libro, aquel libro que me tenía obsesionado, sin haber leído una sola línea de él, desde semanas atrás, y al que finalmente quité de su pedestal para llevármelo a casa. Hay muchas y extrañas maneras de encontrar un excepcional libro, y esta que les acabó de contar podría ser una de ellas. (Nota.-, Larson tuvo la deferencia de dejar, como regalo de despedida a los lectores, dos novelas más, que ya espero ansioso lleguen a mi librería de guardia). Ramón Clavijo Provencio.

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