Carlos pardo

"En España siempre ha habido un prejuicio con lo autobiográfico"

  • Carlos Pardo narra el deterioro de una familia en 'El viaje a pie de Johann Sebastian', una novela que refleja también el desencanto de la sociedad

"El primer paso para estar cuerdo es aceptar la propia mediocridad", afirma uno de los personajes -el narrador- de El viaje a pie de Johann Sebastian, la nueva novela de Carlos Pardo, desolador retrato de una familia que se enfrenta a las ambiciones no cumplidas, una crónica que trasciende la esfera doméstica y acaba reflejando el desencanto de una sociedad que aspiraba a cumbres más altas que la precariedad y la supervivencia que hoy conoce. El poeta y narrador madrileño acude a su memoria personal para una obra, editada por Periférica como su novela anterior, Vida de Pablo, que combina con asombroso pulso la ligereza de su prosa y la inteligencia de su estructura con las perspicaces observaciones de los personajes sobre los ideales perdidos de este tiempo.

-Podría decirse que El viaje a pie... es una novela sobre el fracaso: el de una familia como colectivo y el de sus integrantes, por separado, a la hora de intentar gestionar su vida.

-Sí. Tanto ésta como Vida de Pablo trataban del aprendizaje del fracaso, de la mediocridad. No planteo este aprendizaje como algo pesimista, sino como un paso previo, creo yo, a romper las limitaciones de la individualidad. Tendemos a ver nuestra vida en términos de éxitos o fracasos individuales y tenemos que empezar a entender que es el fracaso de una sociedad. Cuando hablo de mi vida no puedo evitar compararlo con una estructura social más grande. Si uno hace una autobiografía, muchas veces, no lo hace tanto por cuestiones narcisistas, sino aspirando a que lo más íntimo sea lo más universal.

-En el libro, uno de los hermanos descubre mientras se recupera de un brote psicótico "la necesidad de padre que tienen los hijos, los hijos vulnerables". Tener familia no evita, a menudo, sentir la orfandad.

-La familia es uno de los grandes temas de la literatura actual, porque es el último vínculo que hay con algo parecido a una comunidad que nos queda. Algo que era antes muy perverso, casi terrorífico, que en la literatura española siempre ha sido una cárcel, ahora parece que es el último vestigio para sostener a tanto individuo perdido. Forma parte del proceso de la modernidad que todo el mundo se sienta huérfano, saber que incluso nuestros padres son también vulnerables.

-Desde la primera frase en que ella amenaza con suicidarse hasta el final, en que se recoge un extracto de su diario, la madre representa a esa generación de mujeres que renunciaron a todo para ser amas de casa.

-Sí. De hecho, pienso que el personaje central del libro quizás sea mi madre. Si nosotros nos podemos considerar fracasados, peor es el caso de determinadas madres de la sociedad española. La madre, y esto ocurre en muchos países porque el mundo sigue siendo machista, es una figura trágica, sobre la que se ejerce más crueldad. Me interesaba dar voz a mi madre, usando su diario: todo el libro es casi una preparación para ese texto, parece que no viene a cuento pero le da peso a la historia. Ahí queda claro que esa familia es fruto del azar más absoluto, que surge porque mi madre entró a cuidar a los sobrinos de mi padre. Él era el señorito y ella venía del pueblo, y a partir de ahí se empiezan a construir unas expectativas de superación social, de desplazarse hacia arriba...

-Esas expectativas no se cumplirán, pero usted narra esa derrota con mucho humor.

-He intentado que en el libro esté todo tratado con levedad, yo quería ser honesto pero no patético. En mi familia hay muchos puntos de vista y he procurado también mantener eso, que el narrador no los aplastara, que él pudiese juzgar pero que se viera que no siempre lleva la razón, que es alguien que a veces es injusto e incluso peor persona que los otros. No quería hacer un ajuste de cuentas, sino un análisis de la situación.

-Un libro tan personal como éste coincide con la obra de otros autores que también se inspiran en su propia vida. Usted temía que se pensara que se sumaba a una moda...

-Yo quería escapar de eso, pero a la vez me reconozco como parte de una tradición de escritores que se han dedicado a la autobiografía. No es nada nuevo ni rupturista, esa tradición tiene ilustres antecedentes como Natalia Ginzburg, Paul Léautaud, André Gide, V. S. Naipaul o Stendhal en el siglo XIX... Yo prefería, vanidoso de mí, que me reconocieran en esa tradición, que me consideraran un antiguo, y no que pensaran que me he sumado a esta moda. También ocurre algo interesante, que muchos autores que abordan lo verídico desde la ficción ahora son muy diferentes: Javier Cercas, Sergio del Molino, Marta Sanz... En España se había trabajado en eso antes, el problema es que aquí hay y siempre ha habido un prejuicio con lo autobiográfico. A mí es algo que me ha gustado siempre, incluso cuando hacía poesía estaba escribiendo derivaciones de mi diario íntimo. Mi obra se ha aprovechado de las reflexiones sobre la identidad y lo social que te permite un diario.

-La generación que nació en los 70 ha conocido un cambio de orden: entre los Pardo, por ejemplo, había un ritual en el reparto del queso tras el almuerzo que se puede ver como un símbolo de una disciplina, una severidad, que quizá ya ha desaparecido de los hogares.

-Sí, esa disciplina ha desaparecido, pero no tengo muy claro qué es lo que la ha sustituido. Hemos pasado de tener una concepción del padre como jefe a ser nosotros nuestro propio patrón castigador. Ahora somos demasiado exigentes con nosotros mismos.

-Una poeta con la que coincide el narrador en un viaje le dice que hay que tener hijos para no estar solo.

-Vivimos en un momento muy facha, muy machista, en el que se le está diciendo a la mujer que si a los 40 no tiene hijos no se va a realizar. Parecía que el feminismo había logrado algunas conquistas, pero ahora vuelve a estar mal visto no tener hijos. Se nos impone esta idea de familia idílica de anuncio de Casa Tarradellas: todo el mundo siente que tiene que vivir con su abuela y con sus hijos y no estar solo, pero hay tantas formas de vivir que no entran en esas categorías... El no tener hijos, la infertilidad, es uno de los temas principales del libro.

-Como el concepto de Pueblo. Así se titula uno de los fragmentos del libro, y recorre la obra la idea de que los perdedores deberían unirse.

-Sí, está muy presente la idea de cómo articular todo este fracaso individual para convertirlo en una clase social. A mi generación, la que ahora ronda los 40 años, nos adoctrinaron en el final de la historia de la lucha de clases, pero es el momento de replantearse eso más allá de términos antiguos como la clase obrera o la burguesa. Tenemos que ser capaces de darles un nombre a los nuevos pobres, recuperar una idea del pueblo como una fuerza política potente. Esa es una de las obsesiones del narrador: la incapacidad para llegar a una conclusión fácil de lo que es un pueblo, y la necesidad de que su fracaso no se viva como algo individual.

-La dinastía Strauss, afirma el narrador, resumía cuánto quería de la vida a los 16 años: esteticismo, mito y utopía. ¿Qué le pide ahora el autor al borde de los 40?

-No tengo ni idea [ríe]. Que me sorprenda. No tengo grandes expectativas, me he convertido en un religioso de las cosas que suceden, hay suficiente misterio en ellas como para estar esperando y forzando otras.

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