Crítica de Cine cine

Exprimiendo un tema sin jugo

Tenía 27 años cuando vi Terror en Amityville de Stuart Rosenberg, de la que sólo recuerdo la banda sonora de Lalo Schifrin (tampoco entre sus mejores trabajos). Era 1979. Han pasado 39 años y 11 o 12 largometrajes y ahí sigue la casa maldita del 112 de Ocean Avenue en Amityville, Suffolk, Nueva York, en la que desde 1974 se habían producido fenómenos trágicos o presuntamente raritos, el peor de los cuales fue el asesinato de la familia DeFeo: el joven Ronald asesinó a sus padres y a sus cuatro hermanos. Durante el juicio dijo que se lo habían ordenado unas voces. Despues otra familia se instaló allí y al poco salió por patas diciendo que estaba embrujada. Escritores de best-sellers, espiritistas, conductores de programas sobre fenómenos extraños y la variopinta fauna que suele ser convocada por estos casos se cebaron con la casa. Al cine, además de Rosemberg, la han llevado Damiani y Fleischer en una primera serie de tres títulos rodados entre 1979 y 1983. Siguieron una segunda serie de cinco títulos (1989-1996) y otra de tres (2005-2016). Ningún nombre glorioso o siquiera respetable -salvo los de Rosenberg y Fleischer, con el añadido de culto de Damiani- se ha enredado en esta serie de secuelas, precuelas y derivados, conectadas o no unas con otras en lo que a su producción y equipo se refiere.

En esta reaparición de la maldita y exprimida casa de Amityville se pone tras la cámara -o donde quiera que estuviera durante el rodaje- el francés Franck Khalfoun, hombre con una estimulante filmografía que incluye Parking 2, A un paso de la muerte o Maniac. Otro pegapases para exprimir esta historia agotada. El originalísimo guión trata de una familia que se muda a la casa de Amityville y le pasan cosas raras. Hay una voluntad de regresar al inicio, utilizando imágenes documentales de la tragedia real y de la primera película, que no logra evitar la sensación de que estamos mucho más allá del final de una historia que ya está sobradamente contada. Los sustos son burdos y no funcionan. La técnica es imperdonablemente torpe para la era digital. Y temas serios, como la enfermedad de un niño, se toman a la ligera. Para cachondeítos de parque de atracciones barato, búsquense otros.

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