Cultura

Historia contada cien veces que se ve como si fuera la primera

Drama, EEUU, 2011, 133 min. Dirección: Bennett Miller. Guión: Aaron Sorkin, Steven Zaillian (Libro: Michael Lewis). Intérpretes: Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffman, Robin Wright Penn, Chris Pratt, Kathryn Morris, Tammy Blanchard, Glenn Morshower. Música: Mychael Danna. Fotografía: Wally Pfister. Cines: Bahía de Cádiz, Bahía Mar, Yelmo.

Es la fortaleza del guión perfecto. Es la firmeza de la severa y contundente, a la vez que invisible y discreta, puesta en imagen. Es la verdad de todos los rostros -de todas las interpretaciones- que aparecen en la pantalla. Es la credibilidad de todos los ambientes en los que se desarrolla la trama. Es la transparencia de una fotografía que actúa como un filtro que desvelara la verdad de los seres y las cosas, de las acciones y las intenciones. Es, en definitiva, el cine lo que hace tan grande a esta película.

El cine, tout court, tal y como se entiende desde hace casi justo un siglo. O, por no negar alternativas enriquecedoras, la vía más ancha del cine, la que permite la circulación conjunta de los creadores, los productores y el público; logrando eso siempre tan buscado que es la gran película que recibe grandes críticas, accede a los grandes premios y hace grandes taquillas.

Esta película demuestra sobre qué bases ha descansado el imperio del cine norteamericano, herido por distanciarse de sus propias raíces pero no muerto: no en la hegemonía americana en todos los órdenes -también en declive, por cierto- sino en su talento para contar historias sencillas, no simples, a través de un estilo aparentemente sencillo, no simple, que es el resultado del sabio manejo de las más elaboradas técnicas para hacer parecer natural la suma de complejas operaciones que hacen posible una película.

Moneyball demuestra que no existen historias, sino formas de contarlas. O, lo que es lo mismo, que el repertorio de historias es limitado, pero las variaciones hechas a partir de ellas son ilimitadas. En este caso se trata de una historia de superación y de esfuerzo ambientada en el mundo del deporte, en concreto del béisbol.

¿Cuántas veces se ha contado la historia de David y Goliat? ¿Cuántas se ha contado la del pequeño club, cortito de fondos, que gracias al talento y el esfuerzo logra derrotar a los gigantes millonarios que dominan la liga? El Mirandés lo acaba de hacer real en España. Y el cine lo ha contado cientos de veces. Pero ninguna lo ha hecho como Aaron Sorkin y Steven Zaillian (se nota que son las mentes que parieron En busca de Bobby Fischer y La red social) lo han escrito aquí, como Bennet Miller (autor del estimable Truman Capote) lo ha dirigido y como Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffmann y con ellos un reparto excepcional lo han interpretado.

La idea de centrar la acción, la intriga y la lucha, no en los campos de juego, sino en los despachos, es estupenda. Y aún más lo es hacerlo en las tramas económicas, los mercados de jugadores y los métodos para detectar el filón de oro sin explotar de un joven que lleva dentro de sí un potencial gran jugador. Por eso la figura del gordito y extremadamente inteligente cazador de talentos (estupenda interpretación de Jonah Hill) es una de las claves del buen funcionamiento de la película. Sus dúos con Pitt -eso que en cine se llama química- son extraordinarios.

El talento de Miller es deslumbrante en su contención. La sabia y constante dosificación de las secuencias de montaje que abrevian la narración con las largas escenas (sobre todo de discusiones tácticas más empresariales que deportivas o de entrevistas con los jugadores) en las que se exponen pormenorizadamente situaciones, se escrutan psicologías y se da vía libre a la creatividad de los actores, da una extremada fluidez narrativa a la película, permitiéndole ahondar en los personajes sin detener nunca el desarrollo y el progreso de la acción. Que se plantea según el esquema clásico de Los siete magníficos o Doce del patíbulo: planteamiento del problema (el modesto club que pierde sus últimos jugadores aceptables, carece de recursos para contratar siquiera a sustitutos equivalentes y está a punto de perder todo lo ganado en la última temporada); reclutamiento del grupo que lo ha de resolver (la astuta política de contratos de talentos aún no eclosionados, la búsqueda de los jugadores y las ofertas para captarlos); y por fin el asalto, el combate, la lucha (en este caso los partidos, que inteligentemente no se muestran) contra los malos (los clubes gigantes sobrados de millones).

Lo mejor es que la forma maravillosa en que esta historia cien veces contada se escribe, se filma y se interpreta da lugar a una película de gigantesca fuerza ética, profunda verdad humana y honda emoción.

Porque trata de lo que algunos llaman el sueño americano pero en realidad es el sueño de la humanidad que una vez encarnó América: el triunfo de la voluntad, la eficacia, la inteligencia y el limpio trabajo en equipo que establece la igualdad de oportunidades. Algo que concierne a cada ser humano y por lo tanto a todos los espectadores que se emocionan y vibran con esta gran película.

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