Cultura

Jerez de la Frontera, 1753 (I)

 Jerónimo de Estrada,  padre jesuita  y considerado  historiador local, recogía en unos apuntes algunos acontecimientos. Por esas fechas, el rey  Fernando VI había dado instrucciones  a los corregidores de las ciudades de la Corona  para que se hicieran cargo del cuidado y vigilancia de las Antigüedades  que  se encontraran en sus términos, como parte de la política borbónica para la recuperación de los monumentos. Así que  el corregidor jerezano, D. Nicolás Carrillo de Mendoza, toma nota y procede. 

Estrada recogía sus  observaciones, hoy lamentablemente perdidas, pero que conservamos indirectamente en la historiografía local del siglo XIX (M. Bertemati, Discurso sobre las Historias y los Historiadores de Xerez de la Frontera, dirigido en 1863 a la Real Sociedad Económica Jerezana): en la Plaza del Mercado, una estatua de mármol blanco vestida a la romana,  y una moneda (con la inscripción) de Cerit en los cimientos de un antiguo edificio. Además monedas de Hércules  (¿de Gadir?) e inscripciones dedicadas a Hércules que muestran el culto que se le daba en la ciudad (una de ellas en la Puerta de Santiago) También  otros restos en las proximidades de la puerta, extramuros (en el siglo XIX,  la calle Ídolos por observarse en ella dos estatuas romanas empotradas, y la calle Merced). Finalmente, una columna en la Puerta Real, en la que se recogía una interesante inscripción. 

Estrada, que colaboraba asiduamente con el Padre Enrique Flórez, la máxima autoridad de la Iglesia en materia de Antigüedades, envió a éste la información descrita para que fuera incluida en la España Sagrada, una monumental historia de la Iglesia en España, en cuyo tomo X  se reservaba un apéndice  de documentos  sobre la Iglesia Astigitana.

Pero esto era otra cuestión. Si las disposiciones de Fernando VI iban orientadas  fundamentalmente a recopilar información sobre las antigüedades romanas  del Reino (aunque no solo las  romanas ), se hacía siguiendo las pautas de la cultura Ilustrada del siglo XVIII, que volvía a ver resurgir el mundo romano con el descubrimiento de las ruinas de Herculano (1738) y Pompeya (1748), y que se adecuaba a los nuevos parámetros de la arqueología  clásica de J.J.Winckelmann, que relató con precisión las primeras excavaciones de ambas ciudades. Un modelo ilustrado que expresaba la idea de que los monarcas estaban interesados en el desarrollo cultural, y que para ello fundaban también instituciones, como la Real Academia de la Historia (1738), o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752), que procuraban impulsar estas nuevas ideas como propaganda de la monarquía. 

La Iglesia, en cambio, miraba hacia lo suyo: buscar argumentos, justificaciones y criterios diversos para demostrar (Demostraciones) o discutir (Disertaciones) la antigüedad de una ciudad en relación con la expansión del cristianismo o, más en el plano político, asegurarse el desarrollo de una sede episcopal propia, recurriendo, como no, a los restos antiguos (Antigüedades) para demostrar y disertar, pues ‘como ciudad antigua, de tiempos romanos, es cuna de santos y mártires’.

Quizás por ello, como también nos recuerda  D.I.Parada y Barreto en su obra Hombres Ilustres de Jerez de la Frontera  (1875), los cabildos  encargan  comisiones de catalogación de bienes  como la que dirige el Padre Martín de Roa  en 1617.  Quizás por ello también sea el siglo XVII el siglo en el que empieza a desarrollarse la historiografía local, dejando atrás la repetición de viejos cronicones  que  volvían más o menos sobre las mismas ideas que dejaron las grandes autoridades del XVI, como Ambrosio de Morales y sus Antigüedades de las ciudades de España (1575), y que simplemente buscaban dar un origen noble a las ciudades en donde residían  los grandes linajes de la nobleza y de la Iglesia. Por ello, muchas ciudades  toman los epítetos  de Muy Leal y Muy Noble Ciudad. Y  Jerez  no es una excepción.

Esto también se deja notar en el ambiente académico local, que muchas veces prefiere relegarse a los enfoques eruditos y poco críticos de las Antigüedades  para tratar incluso de destacar el linaje de una familia, que por cierto muestra una imagen notable y culta si además de su escudo exhibe en sus palacios estas Antigüedades (que podemos pensar sin dudarlo proceden de  yacimientos expoliados, bien dentro de sus propias tierras, o bien de fuera, en cuyo caso adquieren las piezas y hacen colecciones). Una práctica frecuente desde el Renacimiento Italiano, como hacía Ciriaco de Ancona  ya en el siglo XV. 

Lo que Estrada está anotando es eso. Los restos adquiridos (el propio autor refiere a Flórez que las cercanas ruinas de Asta están siendo expoliadas en beneficio de Jerez). Pero podemos ir a más: muchas de estas piezas han sido reutilizadas  en tiempos anteriores. Y ahí está la cuestión  de las inscripciones empotradas.

 Decíamos de los intereses de la Corona iban en una línea y los de la Iglesia en otra. Pero Estrada y Flórez estaban en otra disputa: Jerez de la Frontera ya  era en la Antigüedad  una ciudad romana, cuyo nombre era conocido. Flórez  trabajaba por entonces las tablas de Ptolomeo, que incluiría en el anexo del tomo IX sobre La provincia antigua de la Bética, y observaba que los topónimos Asta  y Asindum (Ptol. II, 4, 10)  aparecían bien diferenciados. Consultó las obras escritas con anterioridad, advirtiendo que la Historia de Xerez de la Frontera de Fray Esteban de Rallón, de finales del XVII, insistía  en que Jerez y  Mesas de Asta  tenían un origen común. De hecho, en la relación de Estrada  se advertía que aquellas ruinas de La Mesa estaban siendo expoliadas: un primer indicio de lo que realmente pudo pasar en relación con una parte importante de las Antigüedades que Estrada catalogaba. 

Pero Flórez no habló de  Cerit a pesar de la moneda de la Plaza del Mercado. Esa ciudad desconocida se suponía en Torrecera, y  de hecho no se hablará sistemáticamente de un Cerit relacionado con Jerez hasta el siglo XIX.  Es más, Flórez estaba más interesado por la historia del obispado, y  defendió el origen común de Jerez con Asindum (Asidonia), que por supuesto debía  buscarse en Medina Sidonia. Asta, por lo tanto, era otra cosa, y así lo manifestaría en 1754 el historiador Bartolomé Domingo Gutiérrez al corregidor de Jerez, D. Nicolás Carrillo de Mendoza, al que confiesa sentirse ‘rendido’ ante tal evidencia.  

La autoridad de Flórez era mucha. Pero Estrada podía disertar y demostrar, con  su conocido Discurso Histórico- Apologético sobre la Cátedra episcopal Asidonense, que no era así. Para él, en la expoliada Mesa de Asta estaban los antecedentes de Jerez, y por lo tanto de la sede episcopal. Mesas de Astas ganaba peso. Y también en el ámbito de la Real Academia de la Historia, pues en 1753 Antonio Mateos, presbítero pero a la sazón  bibliotecario  de la institución  publicaba una Disertación Histórico Cronológica en la que reflejaba el parecer de ésta: Jerez de la Frontera había sido Corte (cómo no) y sus orígenes estaban en el despoblado de Mesa de Asta. Algo que algunos eclesiásticos empezaron a considerar para justificar un Obispado Astense. Mateos preside una comisión y envía a Madrid su respuesta: La Antigüedad romana de Jerez ya había sido señalada por Ambrosio de Morales en sus Antigüedades de las Ciudades de España (1575), y se confirmaban los restos recogidos por Estrada, dándose como válidas las inscripciones romanas (hoy CIL II, 1303, 1304, 1306, 1307 y 1309).

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