Crítica de Música

¡Larga vida a Lagartija Nick!

La banda granadina, durante su actuación el pasado viernes en la sala Malandar.

La banda granadina, durante su actuación el pasado viernes en la sala Malandar. / Víctor Rodríguez

Celebramos en 2017 el retorno triunfal de la formación original de Lagartija Nick, banda fundamental del rock español durante las tres últimas décadas, pero la alegría por el regreso, avalado con un disco tan vibrante como Crimen, sabotaje y creación, no debiera despistarnos: esa vuelta comenzó en realidad hace ya cuatro años con la reedición extendida de Hipnosis (1991), detonante de una gira de reunión que ha mantenido activo al cuarteto granadino -ahora ampliado a quinteto con el teclista J. J. Machuca- y con anunciadas ganas de volver al estudio de grabación. Lo adelantó Antonio Arias a este mismo medio en 2015, cuando todavía no se había desencadenado la serie de acontecimientos que terminaría por perfilar el fondo, la forma y hasta la proyección de dicho álbum.

La triste muerte de su hermano Jesús, ideólogo originario del celebrado Omega junto a Enrique Morente, cuyo recuerdo impregna el disco; la remasterización el pasado año, a cargo del propio Antonio, de ese mismo pilar de la música española del siglo XX, documentado con tino en la película homónima de José Sánchez-Montes y Gervasio Iglesias; el interés despertado a partir de ahí en una multinacional como Universal o hasta el homenaje que once grupos nacionales, de Triángulo de Amor Bizarro a Amaral pasando por León Benavente, rindieron a la banda reinterpretando Inercia (1992) en El párpado del puercoespín (Lunar Discos, 2017) dibujan el contexto preciso de interés y aprecio colectivo que explica la recepción de Crimen, sabotaje y creación tal cual es: un verdadero acontecimiento.

Así debió entenderlo también el variopinto público, seguidores de antaño y nuevos conversos, que el pasado viernes llenó Malandar para celebrar el reencuentro con la certeza, as en la manga, de que el directo de Lagartija Nick nunca defrauda: sólo sorprende al alza, ofreciendo todavía más de lo que cabía esperar.

Pletóricos y con un Arias particularmente dicharachero -con la autobiografía de Éric Jiménez, Cuatro millones de golpes, ya por la tercera edición, Antonio lo presenta como "el escritor"-, Analema dio el pistoletazo de partida a un concierto que pronto, a la segunda canción, certificó lo previsto: Lo imprevisto, No lo puedes ver, Ciudad sin sueño, Vuelta de paseo y otras tantas canciones de la vasta discografía del grupo en sus diferentes reencarnaciones iban a mezclarse en perfectas dosis con los muchos hallazgos del nuevo disco, un artefacto equilibrado que mantiene la pulsión incendiaria de los primeros y lejanos años -Mapa de Canadá, Agonía, agonía, La ira de noviembre, La canción del tiempo...-, sigue explorando las sonoridades de la tierra -La soledad es política, sobre una magnífica letra de Isabel Daza, o la brillante versión de las sevillanas Soy de otra Andalucía, con participación a la trompa de Moisés Alcántara como invitado- y hasta remite a los trabajos de Arias en solitario -El teatro bajo la arena, partiendo de un texto de su hermano Jesús-. Y al margen de todo ello, o incluso mezcla de todo lo anterior, queda una pieza como La leyenda de los hermanos Quero, inédita incursión del letrista en la narrativa lineal que sobre el escenario agiganta su condición de epopeya.

Dos horas, sendos bises incluidos, que pasan en un suspiro y certifican algo que no por sabido deja de asombrar: amigos, esto es punto y aparte. ¡Larga vida a Lagartija Nick!

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