Cultura

Un Morante arrebatado

  • El diestro de La Puebla se alza como triunfador de la corrida con más expectación de San Isidro, cortando la única oreja del festejo en el que se lidió un encierro muy serio de Victoriano del Río

José Antonio Morante de la Puebla se convirtió en el protagonista y triunfador de la corrida más esperada y de mayor expectación de la Feria de San Isidro. Entre los espectadores, el escritor Fernando Arrabal, fiel seguidor de Morante, o Alejandro Sanz, amigo de José María Manzanares, al que le gusta torear de salón escuchando su música.

Morante, lejos de la imagen de artista quebradizo de otros tiempos, se creció ante la cátedra y dio la campanada en una sesión arrebatadora ante el quinto toro, al que cortó la única oreja en un festejo en el que se lidió una corrida de Victoriano del Río, seria en presentación y comportamiento.

El diestro sevillano se equivocó al cambiar el tercio de varas al gigantón primero, sin castigar suficientemente. Un animal que no se entregó en los primeros tercios y no llegó a descolgar. Cuatro kilos para los 600 le faltaban al pavo y al de la Puebla le faltó capacidad lidiadora en un trasteo con algún destello artístico, como un muletazo por bajo que fue un cartel de toros y le sobró el viento, con una lluvia recia en el epílogo.

El cuarto, un buen toro, que acabó siendo ovacionado en el arrastre, derribó, desmontando sin peligro, a Aurelio Cruz y embistió bien tras las telas. Quizá, sin viento, con el toro lidiado en los medios, Morante le hubiera sacado más partido. Un Morante con sus singularidades, que se fue arrebatando a medida que continuaba la lidia. Ya despertó un clamor en un quite con dos verónicas con empaque y dos medias belmontinas. La faena, larga en extensión, desigual, fue una sucesión de flashes, una continuidad de escenas, en las que prevaleció la entrega y la rabia torera. En las rayas, con la diestra, dos muletazos, rematando bien y saliendo con marchosonería. En la siguiente le enganchó la muleta. Morante se entableró para evitar el viento. En esos terrenos, otra tanda de menor intensidad. Con la izquierda, dos naturales preciosos y hondos. Metido entre los pitones del animal, sacó los derechazos más enfibrados y coreados. La pelea final, con el torero intentando un abaniqueo y el toro persiguiéndole, acabó de manera victoriosa para el matador, que se arrodilló en un desplante; un adorno con sentido. En el epílogo, tras un enganchón, Morante resbaló. Se levantó y enrabietado dio otros muletazos para rematar con un molinete joselitista. Sonó el primer aviso sin que hubiera entrado a matar, suerte que ejecutó con un pinchazo y una estocada en la que arriesgó mucho y salió apurado. Sin llegar a ser una faena pulcra, sí apasionó a la mayoría del cónclave, precisamente por ese apasionamiento con que se entregó un Morante que también contó con detractores.

Julián López El Juli tuvo una actuación de menos a más y también pudo conseguir un trofeo en el quinto. En su primero no se acopló y en el otro realizó una faena de menos a más que, sorprendentemente, no rubricó con el acero. El madrileño tuvo una difícil papeleta con su primero. A media altura derrotaba y cuando le bajaba la mano perdía el toro las suyas. El torero naufragó entre enganchones y estuvo certero con la espada. Al exigente quinto consiguió meterlo en la canasta en una faena basada en la diestra, en la que tras tres tandas de estudio, llegó a cuajar tres series de altura con una séptima en la que llevo embebido al toro tras la muleta, que arrastraba literalmente por la arena. Poder al máximo. Con la izquierda apenas apostó. En el epílogo, con esa mano, dibujó una trincherilla y un pase del desprecio de categoría. Sorprendentemente, uno de los matadores más seguros en la suerte suprema, falló a espadas.

José María Manzanares dejó constancia de su clase. El torero alicantino porfió con un tercer toro difícil, paradote, que medía mucho y reponía con prontitud. Con el sexto, un animal que se quedaba corto y fue a menos, Manzanares consiguió algunos pasajes extraordinarios, como una serie con la diestra, un cambio de mano o un pase de pecho lentísimo. La faena, salpicada de enganchones y algún desarme, tuvo como virtudes el ritmo y el compás. Y fue coronada por una gran estocada.

La tarde no llegó a la altura de la expectación despertada. Jugó en contra, fundamentalmente, el viento y la lluvia. Y a la postre, un trofeo para un Morante arrebatado, que se alzó como el triunfador de la tarde.

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