artes escénicas

Mujeres que rompen su silencio

  • Aitana Sánchez-Gijón encabeza el reparto de las 'Troyanas' que programa el Festival de Mérida hasta el domingo

  • Alberto Conejero reescribe el clásico

La escenografía de Paco Azorín es uno de los atractivos de esta nueva adaptación de 'Las Troyanas' de Eurípides.

La escenografía de Paco Azorín es uno de los atractivos de esta nueva adaptación de 'Las Troyanas' de Eurípides. / fotografías: jero morales

Tantos siglos después de Eurípides, la palabra del trágico griego sigue encontrando un eco estremecedor, y sus Troyanas, esa obra en la que el autor se colocaba del lado de los derrotados y daba voz a personajes femeninos como Hécuba y Helena, mantiene -hoy Siria, hace unas décadas los Balcanes- una dolorosa vigencia. La versión del texto que ha escrito del clásico Alberto Conejero (La piedra oscura,Ushuaia), que dirige Carme Portaceli y que se representa hasta el domingo en el Festival de Mérida, incide en los tristes paralelismos con el presente: el hombre habla el lenguaje del odio con la misma fiereza de la antigüedad, y en las ciudades devastadas las mujeres siguen siendo vejadas sin compasión, tratadas como un botín de guerra. No hay duda: Troya sigue ardiendo y el mundo gira ajeno al tormento de las víctimas. La rebelión, el testimonio, de los repudiados, es aún pertinente. "Han entrado en nuestros cuerpos, pero no pariremos silencio", proclama la Hécuba que encarna Aitana Sánchez-Gijón, un papel con el que la intérprete vuelve al Teatro Romano tras su premiadaMedea.

Portaceli, que este año ganó el Max por Només són dones, se ha rodeado de un equipo espectacular para revivir a estas Troyanas que tras su presentación en Mérida se verán en otros espacios como el Teatro Español de Madrid y el Lope de Vega de Sevilla. Completan el reparto junto a Sánchez-Gijón las actrices Maggie Civantos, Alba Flores, Miriam Iscla, Pepa López y Gabriela Flores, y un solo actor, Ernesto Alterio, los rostros visibles de un equipo en el que destaca el trabajo del escenógrafo Paco Azorín, que para reforzar las conexiones de la obra con el presente ha situado en el escenario una gran T en la que se proyectan imágenes de refugiados y recupera de la masacre de la ciudad siria de Hula una escalofriante estampa, la de un terreno plagado de cadáveres entre los que juega un niño.

Una escenografía en la que desfilan y se explican un grupo de mujeres, que tras el espanto de la guerra y la caída de Troya afrontan ahora la humillación de ser sorteadas y acabar, privadas de libertad, entregadas como trofeos a los vencedores. "Les queremos dar la oportunidad de que nos cuenten qué pasó de verdad y qué sintieron ellas, bajo su punto de vista y su forma de sentir. Y después de haberlas escuchado, tendremos, finalmente, la oportunidad de juzgarlas", sostiene Portaceli sobre sus heroínas.

La Hécuba de Sánchez Gijón y Conejero subraya su condición de símbolo de la dignidad de los derrotados: pese a que la desdicha se ha cebado con ella, es una mujer que quiere aferrarse a la esperanza y a la vida. Su hija Polixena -una fantasmal Alba Flores que demuestra sobre las tablas una presencia magnética- se erige en otro modelo de resistencia: ha preferido el sacrificio a vivir esclavizada. Helena (Maggie Civantos), señalada por la propia Hécuba, tiene que defenderse de los agravios con que la recuerda la Historia: la puta, la ramera que según sus coetáneos originó una guerra con su belleza, cuando la esposa de Menelao acabó -según ella, por los designios de Afrodita- en los brazos del troyano Paris. Casandra (Miriam Iscla), Briseida (Pepa López) y Andrómaca (Gabriela Flores) exponen también su sufrimiento y se rebelan ante su sino de mujeres silenciadas. Y entre ellas, Taltibio (Ernesto Alterio), el heraldo que transmite las funestas noticias y que en uno de sus soliloquios alude a nuestra indiferencia como sociedad, apunta que a quienes hay que temer es a los tipos normales, no a los monstruos a los que se les ve venir. Parece claro: el espejo de Eurípides todavía ofrece el más rotundo de los reflejos.

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