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Lectores sin remedio

E N 1872 el mundillo literario francés debatió intensamente qué tratamiento había que dar a la esposa sorprendida en un acto de adulterio. ¿Debía el esposo castigarla, o perdonarla? Alexandre Dumas fils, en L'homme-Femme, brindó a sus lectores un consejo sencillo: "¡Mátela!". Su libro tuvo treinta y siete reimpresiones en un solo año". Esta macabra anécdota (desconozco de todo punto su veracidad) que cuenta Julian Barnes en "El loro de Flaubert", no deja lamentablemente de tener su vigencia a pesar de los años transcurridos. Pero es que dos siglos antes el propio Calderón de la Barca ofrecía en las tablas de los corrales de comedias el mismo mensaje, la misma consigna de Dumas: "¡Mátela!"; el gran dramaturgo barroco en sus dramas de honor ("A secreto agravio, secreta venganza", "El médico de su honra", "El pintor de su deshonra", recogidos estos tres en un solo volumen al cuidado de Fco. Ruiz Ramón en Alianza Editorial) llegaba aún más lejos que el francés decimonónico: no era necesario ya que sorprendieran in fraganti (evito el añadido zafio "… y con las manos en la masa") a la desdichada adúltera, bastaba con la sola sospecha, con la duda irrazonable de la infidelidad para que el marido se sintiera primero en el derecho personal, y después en la obligación social de poner en práctica la consigna de Dumas: "¡Mátela!". Hoy, a pesar de todo el tiempo -insisto- que nos separa de Dumas y no digamos de Calderón, la cosa lejos de mejorar, ha empeorado. Ya el asesino ni siquiera necesita de motivos ni excusas, ni de sospechas de nada, ejerce el ¡Mátela! con total alevosía. Por eso, uno no puede por menos que sorprenderse cuando Almudena Grandes publica un artículo contra la pobre Monja Maravillas, con expresiones tan soeces y de mal gusto que raya la mala educación; o cuando se le exige a Esperanza Aguirre un heroísmo propio sólo de santos y mártires. En ambos casos la víctima de las críticas son mujeres, y en ambos casos la opinión pública se ha hecho eco profusamente de la polvareda levantada en torno a ellos. La polémica con las réplicas a la Grandes, incluso de escritores amamantados a los pechos del mismo pesebre, o el fuego cruzado entre los dos partidos, mucho peor que el sufrido en Bombay por su mezquindad, sobre el comportamiento de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, le hacen un flaco favor a la mujer y su siempre delicada situación. Pero tampoco el público ha mejorado: los mismos que llegaron a comprar las treinta y siete reimpresiones del libro de Dumas, son los mismos que asistían con fervor a las representaciones de los dramas calderonianos, como ahora son los mismos que buscan en periódicos y otros medios de comunicación la nueva réplica o la crítica más mordaz del bocazas de turno. Seguimos teniendo un exagerado interés malsano por todo lo que huele a podrido que da miedo. Y de eso se aprovechan; también es una excelente maniobra de distracción: mantener a la masa distraída, regodeándose en lo morboso de ciertos asuntos que ya se encargan algunos de calentar, no deja de ser un buen antídoto contra la crisis y sus efectos. Lo de toda la vida: "Panem et circenses". José López Romero

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