Cultura

Obsoleto

Lectores sin remedio

"ESTÁS obsoleto, progenitor X o Y. Digo más, estás demodé". ¡Ea, ya empezamos! Mi querido hijo, como es de ciencias, cuando aprende alguna palabra nueva, de inmediato quiere utilizarla y así incorporarla a su competencia lingüística como hablante. ¡No sé qué se habrán creído estos de ciencias que siempre miran a los de letras por encima del hombro, con un aire de superioridad y menosprecio absolutamente injustificable! Me he pasado casi toda la vida (la cotidiana) sin necesitar resolver una ecuación ni hacer una raíz cuadrada, pero cada vez es más importante redactar con pulcritud y sin cometer faltas de ortografía (más que "faltas de ortografía", deberían llamarse "faltas de educación"). Pero al dichoso niño no le falta tampoco su parte de razón. Si miro los libros que llenan las estanterías del cuarto donde perpetro estos artículos, y repaso su disposición por épocas literarias, y dentro de éstas por autores y obras, no puedo por menos que reconocer la obsolescencia de muchos de ellos. ¿Quién en su sano juicio se pondría ahora, con lo que está cayendo, a leer a modo de diletante el "Laberinto de Fortuna" de Juan de Mena, si no es un degenerado mental? La obrita de Mena, también llamada "Las trescientas" por estar compuesta por ese mismo número de coplas de arte mayor, es un verdadero adoquín literario; y así, haríamos extensiva esta afirmación a casi todas, por no decir todas, las obras que forman la llamada "corriente alegórico-dantesca de la lírica del siglo XV". O, pongamos otro ejemplo, ¿quién se dedicaría en estos días de tanta convulsión a leer alguna pieza de aquella "épica culta" que floreció en la segunda mitad del siglo XVI para marchitarse de forma fulminante a poco de alcanzar su esplendor con "La araucana" de Alonso de Ercilla y Zúñiga, único ejemplar de aquel género que hoy disfruta de edición accesible para todo aquel que quiera ganarse el cielo con ese verdadero cilicio literario (¡más le valiera acogerse a clausura!). Pero es que, si seguimos el repaso, ni siquiera nuestros contemporáneos o escritores más actuales se salvan de la inutilidad y, en consecuencia, del olvido. ¿Quién se interesa ahora por toda aquella narrativa social que fue santo y seña literaria de la rebeldía juvenil por las décadas de los sesenta y setenta? Nombres como los de Ángel Mª de Lera, Luis Romero o Castillo Puche se pierden entre las páginas ya rancias de algunos manuales de literatura. Y si me apuran ustedes, hasta Lorca (palabras mayores) es más conocido por sus pobres huesos, que por sus obras, que dudo mucho hayan leído los que tanto se afanan por desenterrarlo. Ahora lo que se lleva es la cultura de best-sellers y listas de los más vendidos. Te vas a una librería y te compras kilo y medio de Planeta y 250 gramos de Nobel (de más difícil digestión), y para postre alguna escritora de radical militancia feminista, y ya tienes la culturita de andar por tertulias y círculos de amigos. "Papá (-el niño de su madre vuelve a la carga-), insisto: estás profesionalmente en recesión". Pues, mira por donde, ésa es una palabra que no sabe o no quiere saber Zapatero. José López Romero.

Y siguiendo con reivindicaciones inútiles y autores olvidados, valga para la galería este Juan de Valdés (no el del café) que, junto a su hermano Alfonso, fue uno de los escritores más influyentes en la España cristiana de la primera mitad del siglo XVI. Su militancia en el erasmismo ("más erasmista que el propio Erasmo"), le trajo como consecuencia ser perseguido y prohibidas sus obras por la Inquisición, a la que logró burlar. Con todo, y ya afincado en Italia, pudo expresar y escribir su concepción de la religión hasta formar lo que José C. Nieto llama el valdesianismo, difícilmente acomodable a las herejías conocidas en su época. Autor del famoso (¿?) "Diálogo de la lengua", sus obras religiosas más conocidas son el "Diálogo de doctrina cristiana", las "Ciento y diez consideraciones divinas" y el "Alfabeto cristiano" en las que desarrolló su visión del cristianismo y su teología. Precisamente este libro analiza con profundidad este aspecto de un Valdés que se erige en pieza clave de la Reforma. J.L.R.

La verdad es que no podemos quejarnos de la atención que la investigación y la crítica le han prestado desde hace ya bastante tiempo al denominado "teatro clásico español". Por estas mismas líneas pasó Francisco Ruiz Ramón, y hoy le toca el turno a otro de nuestros grandes conocedores de aquel género: José Mª Díez Borque con uno de sus primeros y definitivos estudios. Si a autor y obra le añadimos Charles V. Aubrun y su "Comedia española. 1600-1680" (otro clásico de estos estudios), los trabajos de Aurora Egido, los de Ignacio Arellano, por citar sólo algunos significativos, podemos comprobar lo que acabamos de decir: la atención que se le ha dispensado al teatro español del siglo XVII. Díez Borque repasa todas las clases sociales y sus relaciones a través de la comedia española. Si la semana pasada hablábamos del conocimiento de una sociedad a través de los lectores, la propuesta de Díez Borque no es menos interesante, e incluso muy utilizada: a través de sus comedias y tragedias. J.L.R.

Confieso mi admiración por este autor, desde aquel ya lejano año en el que resultó ganador del premio de narraciones cortas "Ciudad de Jerez". Después han venido más premios y reconocimientos, aunque hasta hace bien poco siempre en el género de la narración corta, lamentablemente tan poco apreciado en este país. Ahora, con una historia de largo recorrido, logra el XL Premio de Novela Ateneo de Sevilla. No saldrá defraudado el lector con esta novela trepidante ambientada en el Londres Victoriano, donde se homenajea a H.G.Wells, y en la que se mezclan personajes reales, como el mismo Wells o Bram Stoker, con otros frutos de la imaginación inagotable de Palma. Imaginación y realidad pues, se abrazan en estas páginas en aras de una historia, que aunque pueda parecer, en su idea central, demasiado conocida para el lector (los viajes en el tiempo), pronto comprobará cómo Palma logra dibujarnos nuevos y sorprendentes puntos de vista. Todo comienza, como decíamos, en el Londres victoriano un perdido día de 1896… Disfruten. R.C.P.

De vez en cuando uno descubre por casualidad, o por la recomendación de otro lector, una historia fascinante. En este caso la historia viene firmada por una consagrada escritora norteamericana, que por cierto vuelve a la literatura después de un largo periodo depresivo provocado por la muerte de su esposo. La historia que nos presenta es la de una familia, los Schwarts, cuyos perfiles, como confiesa la propia autora ha enriquecido con fragmentos biográficos de su propia familia. Los Schwarts son inmigrantes alemanes que, huyendo de la Alemania nazi, recalan en una pequeña ciudad norteamericana, donde el padre, profesor, no tiene más remedio que aceptar el puesto de sepulturero de la comunidad. A partir de aquí penetramos en una historia oscura, llena de situaciones que tocarán la sensibilidad del lector, y donde el elemento conductor es la pequeña Rebeca, la hija del sepulturero y alter ego de su abuela - un "ser excepcional" en palabras de la propia Joyce Carol Oates-, y que angustiada escapará de la asfixiante situación familiar, iniciando un viaje por la América profunda. R.C.P.

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