Cultura

Preminger: cerebro y entrañas

Cara de ángel, Santa Juana, Tempestad sobre Washington y El cardenal. Cuatro largometrajes y un documental que, sobre todo, se preocupa por su leyenda de arisco director de actores (que no de estrellas, a las que trataba con cortesía y humor), son demasiado poco para que alguien que no lo conozca se haga una idea de la importancia de Preminger, uno de los vendavales europeos que penetraran en los EEUU para, desde el seno del clasicismo, tantear sus límites representativos y simbólicos. Aquí hay muestras, por un lado, de la versatilidad del cineasta (cine negro, cine histórico, cine político, melodrama...), y por otro de su firme condición de manierista pre-moderno. Acostumbrado a que, ya en la platea teatral, ya en la de la sala de exhibición, fuera el público quien dirimiera el éxito o fracaso de sus producciones, Preminger, como Mankiewicz o Hitchcock, se mantuvo en el umbral de ruptura de las convenciones, señalando en sus historias, a quien así lo quisiera ver, la naturaleza artificial de la representación -lo más moderno que hizo Preminger fue vincular a la joven Seberg con la gran tradición de los autores (Dreyer), antes de hacerla partícipe de la de los géneros (la femme fatale en Buenos días, tristeza), para dejar su cuerpo en manos de la mirada autorreflexiva de Godard en Al final de la escapada-.

Para los norteamericanos, el feroz Preminger fue uno de los que les marcó el camino a seguir en muchos momentos, sobre todo en el terreno industrial, cuando harto de la dinámica de los estudios se convirtiera en el productor independiente de sus propias películas. Antes y después de eso, Preminger fue en los EEUU un luchador por la libertad de expresión, y a la sombra de sus fornidas espaldas se cobijaron muchos de los que querían decir (y dar a ver) más de lo que el estrecho código Hays permitía. Y él lo ensanchó desde la palabra (la referencia a la virginidad en La luna es azul) y desde la imagen (el caso emblemático de El hombre del brazo de oro; los casos no menos importantes de Anatomía de un asesinato o Primera victoria).

En Europa, y en la crítica más apegada al texto, el Preminger de estos años (1952-1963) es, como dijimos, el que sigue torciendo sin romper, haciendo visible las marcas de la enunciación, apostando por la ironía y, en determinados casos (como en Santa Juana o El cardenal), estirpando de partida el suspense para que nos fijemos en algo más que en la trama.

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