Cultura

Queridas cosas

Lectores sin remedio

DESPEJADA ya la duda metafísica que angustiaba a Aristóteles de si las mujeres tienen alma o no, hace ya un tiempo les ha tocado a los monos, y hay por ahí un movimiento titulado "Proyecto Gran Simio" que está totalmente a favor de considerar a estos animales más hermanos que primos de la raza humana y, en consecuencia, exige que se les "incluya de inmediato en la categoría de personas", para que disfruten de la misma "protección moral y legal de la que sólo gozan los seres humanos". Digo todo esto porque Alberto Manguel, bibliófilo donde los haya, en su Diario de lecturas se lamenta: "Esta mañana, al mirar los libros de mis estanterías, he pensado que no tienen conocimiento de mi existencia. Adquieren vida porque los abro y los hojeo y, sin embargo, no saben que soy su lector". Jorge Luis Borges en un poema titulado "las cosas" reflexiona también, al igual que lo hace Manguel con los libros, sobre la relación que establecemos con los objetos más cotidianos, esos que nos sirven cada día, y sin embargo, la ignorancia que éstos tienen de nuestras vidas… "¡Cuántas cosas, / limas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas…", dice el poema borgiano, para terminar con dos versos realmente inquietantes: "Durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido." Pensar que el llavero al que sin duda le hemos cogido cariño por ser un regalo, o el sillón de nuestra casa al que le tenemos un especial aprecio por su comodidad y porque soporta todos los días nuestro peso, o el frigorífico que abrimos desconsideradamente cientos de veces al día no sólo desconocen de todo punto nuestra existencia sino que, peor aún, ni una mínima señal de tristeza manifestarán cuando muramos, es sin duda angustioso. En cambio, nosotros sí, ¿a quién no le cuesta desprenderse de algún objeto que nos ha servido durante un tiempo porque le hemos cogido ese cariño que ahora necesito y reclamo desde este artículo que sea recíproco? ¿Y si -pregunto- estos objetos tuviesen una vida interior, un soplo de sensibilidad a través del cual entablase con su dueño una relación sentimental: a veces de amor; otras, de odio; otras, en cambio, de indiferencia? ¿y si los libros de los que se lamentaba Manguel o, yendo un poco más allá en nuestra imaginación, los personajes de las novelas que leemos sintiesen cómo nuestras miradas recorren sus vidas o el tacto de nuestros dedos que sostienen sus páginas? Es también esa misma relación que Juan Ramón Jiménez confesaba tener con la Poesía: "Tengo en mi casa por su gusto y el mío a la Poesía, y nuestra relación es la de dos enamorados". El gran Valentino Rossi declaraba no hace mucho en un periódico deportivo: "hablo con mi moto y la quiero; ella me ayuda y yo la ayudo y así nos va bien". Estoy completamente seguro de que la moto desde su existencia mecánico-electrónica le responde a Valentino; es más, no me cabe la menor duda de que esa moto tiene alma. ¿Los monos? Pregúntenle a Aristóteles. José López Romero.

La semana pasada dábamos la voz de alarma por el abandono que sufren nuestros novelistas decimonónicos, con Galdós a la cabeza, y hoy nos arrogamos otra vez el honroso papel de denunciantes de otro injusto olvido por parte de los lectores: los excelentes novelistas que dio nuestra historia literaria a principios del pasado siglo y que se inscriben bajo la denominación "Generación del 14" o "Novecentismo". Nombres como los de Gabriel Miró, Wenceslao Fernández Flórez, Concha Espina o el aquí reseñado, Ramón Pérez de Ayala, son ya de por sí escritores que llenan las páginas de nuestra historia. "La pata de la raposa", "Troteras y danzaderas", "Belarmino y Apolonio" y la polémica "A.M.D.G.", son otras novelas de este autor, cuya primera obra fue esta "Tinieblas en las cumbres", y aunque parte de la crítica le censuró su excesivo realismo, al recrearse en los ambientes más sórdidos de la sociedad (prostíbulos, tabernas, etc.: "novela lupanaria"), recibió por el contrario palabras de elogio del mismísimo Galdós. J.L.R.

De toda la producción bibliográfica, inabarcable de todo punto, que ha dado y sigue dando la investigación en torno a la obra de Cervantes, pocos trabajos tan esclarecedores y fundamentales como esta "Teoría de la novela en Cervantes" de este hispanista inglés pero nacido casualmente en México, autor también de "La rara invención. Estudios sobre Cervantes y su posteridad literaria" (Crítica, 2001) y del apartado dedicado a la teoría literaria de Cervantes en la magna edición que del "Quijote" publicó la editorial Crítica dirigida por Francisco Rico. Aunque ya Américo Castro en "El pensamiento de Cervantes" había abierto algunos caminos para la investigación sobre la teoría literaria en la que se sustenta el "Quijote", Riley es el que viene, con este libro, a profundizar en las fuentes teóricas (con el Pinciano y los "Discursos" de Torcuato Tasso como principales referencias) de que se sirvió Cervantes y que desgranaría en su novela a través de la figura del canónigo de Toledo. J.L.R.

La verdad, pensándolo bien, esta reseña la debería haber escrito mi compañero de página, reconocido admirador de Camillieri. Incluso hace unos días puse ante sus ojos esta novela, visitando una librería, reciente premio RBA de novela negra, pero su fobia a las primeras ediciones en tapa dura, le hizo dejar la lectura para más adelante. Yo que no soy tan escrupuloso con el tipo de edición, me la llevé a casa, y debo confesar, pese a que me inclino más por Donna León, que me ha cautivado tanto la narración, que prácticamente no he hecho otra cosa este largo fin de semana. Está basada en un conocido suceso, "el crimen del Garlasco", acaecido en Sicilia, y donde la justicia, los medios de comunicación y, por supuesto, la política se ven implicados. Una obra sólida, llena de ritmo y donde el lector asiste perplejo a como en vez de buscarse la verdad sobre un terrible crimen, más bien parece ir todo encaminado a esconderla.R.C.P.

Recomendar la lectura de este libro es enfrentar al lector con un proyecto iniciado unos años antes, y que se presentaba con el libro "El diablo meridiano", al que seguirían, a lo largo de estos últimos años, los titulados "El eco de las bodas" y "El fulgor de la pobreza". Con "Los frutos de la niebla" se culminaría lo que entonces Mateo Díez definía como "crear una serie de fábulas sobre los sentimientos, componer una peculiar comedia humana, historias ejemplares, aunque algunas tienen muy poco de eso." El resultado finalmente son doce historias del desasosiego de lo cotidiano, y aunque el resultado se acerca a la fantasía, a la irrealidad, realmente todo surge de la capacidad de observación del escritor, que algunos confunden con poder de imaginación. De ahí el desasosiego que puede despertar en el lector. Este último libro, como los anteriores, contiene tres historias, a cual más imaginativa, pero también más real, y nos empuja a buscar los libros que le precedieron. R.C.P.

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