Cultura

"Quiero que la gente sienta que la literatura, al igual que la vida, es pasión"

  • El autor catalán publica con Siruela la segunda entrega de las aventuras de su detective adolescente · "Pretendo que los títulos de Berta Mir se transformen en un ejemplo de cross-over", afirma

Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947) era tartamudo de niño. Tal vez por eso, por pura ley de compensación, empezó a escribir historias con sólo ocho años: "Del tartamudeo me curé cuando dejó de importarme y empecé a reírme de mí mismo, con 18 años", confiesa. Cualquiera lo diría, porque habla a velocidad de ametralladora. Y escribe a velocidad de ametralladora: a día de hoy, Sierra i Fabra acumula más de cuatrocientos títulos a su espaldas. Este mes, a la vez, aparecen sus dos últimas entregas, Cinco días de octubre -con el que cierra la trilogía de Mascarell- y El caso del loro que hablaba demasiado (Siruela), donde retoma las aventuras de una detective adolescente envuelta, en esta ocasión, en un caso relacionado con el tráfico de especies.

-Una chica de 18 años que hace de detective, cuida a su padre y actúa en un grupo de rock. ¿Dónde queda la generación ni-ni?

-En Siruela querían que hiciera un personaje policíaco que tuviera algo de héroe juvenil, como Zack Galaxy. El problema es que, si tienes un personaje adolescente, terminas haciendo libros de pandillas, y yo quería novelas policíacas serias, pero no poner a una protagonista de 35 años. Por eso busqué que el padre fuera detective, y que eso le proporcionara a la chica casos serios. Ella, cuando empieza a investigar en la primera aventura, no tiene nada, no trabaja... es una Ni-ni, de hecho. Pero ve que se las arregla bien y decide seguir.

-Da la sensación de que a Berta le va a tocar crecer muy rápido...

-En efecto. Se ve que aún es muy cría por la forma en que se implica en los casos: no se limita a hacer un informe, sino que toma partido... En el tercer libro, sin embargo, ocurrirá algo que la hará madurar de golpe. Se va a ver cómo va cambiando libro a libro.

-"Sentir es vivir, pequeña", le dice uno de los personajes a la protagonista. No es mal consejo para una chica de 18 años.

-¿Qué edad tienes?

-¡El doble!

-Pues yo tengo tu misma edad, pero al revés. Eso es lo que intento además, escribiendo: que la gente se lo pase bien leyendo y sienta que, al igual que la vida, la literatura es pasión.

-Su nombre es referencia absoluta en la literatura juvenil. ¿Cómo ha conseguido no perder el hilo con el adolescente que fue?

-Porque lo sigo siendo. En primer lugar, porque soy -y siempre seré- más burro que ellos. Me he llevado veinte años en el mundo de la música rock... No hay nada más patético que un tío de mi edad que intenta parecer joven, pero si toda la vida has sido así, no chirría tanto. Además, con lo de la Fundación (la institución de su mismo nombre que el escritor ha puesto en marcha para ayudar a jóvenes autores) y las charlas que voy dando en los colegios, estoy en contacto continuo con ellos y se sinceran conmigo, hago de confesor, de confidente... Lo que escribo es muy real porque hablo de sentimientos, y los sentimientos no cambian: puede haber móviles, Internet, música distinta... pero los chavales siguen teniendo las mismas aspiraciones, aman igual, y esas cosas no van a cambiar nunca. ¿Vampiros? Si no me sale, pues no lo escribo. Escribo de lo que disfruto y, en un autor, es importante esa honestidad: el lector sabe que no lo voy a engañar. Es algo sagrado: nunca escribo pensando en la pasta que voy a ganar, nunca he querido batir ningún récord.

-Las aventuras de Berta Mir aparecen en la colección Las Tres Edades, de Siruela. Creo que no habría mejor defensor del concepto cross-over que Jordi Sierra i Fabra.

-Lo que intento con Berta Mir es un cross-over: en principio, va dirigido a un público joven que parece que se siente identificado. Pero voy persiguiendo que la gente que haya leído también a Daniel Ros se pueda acercar a Berta Mir porque, si le gusta la trama policíaca, da lo mismo que investigue un policía o una chica de veinte años.

-En una de las casas de Dickens se conserva el atril en el que escribía cuando ya no aguantaba estar sentado. Era un workaholic de libro y de los libros. Usted acumula ya 400 títulos. ¿Se siente identificado? ¿Diría que es un adicto al trabajo?

-Un adicto al trabajo es el que no tiene nada más en la vida que escribir. Pero yo tengo a mi familia, la Fundación, mis hijos y nietas. Para mí, escribir es una pasión, no una adicción: creo historias y cuando escribo, estoy vivo. En mi caso, es muy diferente a una adicción.

-Si yo le digo 10 de abril de 1970, ¿usted me dice?

-Fue el día en que se separaron los Beatles. Se cerró la era pop y, un mes después, me enfrenté a mi padre y dejé de trabajar y de estudiar (dinámica que me tenía atrapado en mundos odiosos) para convertirme en director de una revista de música.

-Ha escrito obras como Historia de la Música Pop o el Diccionario de los Beatles. ¿Cómo era sumergirse en proyectos así antes de Internet?

-Historia de la Música Pop se convirtió en un éxito porque, hasta esa fecha (1972), no se había hecho en España nada parecido. Yo hacía unos reportajes enormes con cuatro datos que conseguía, a base de engordarlos y de mucho ingenio. Podía escribir como el 80% de los contenidos de Disco Express, que era semanal. Se imprimía en Pamplona y enviaba los contenidos en un sobre que llevaba un maquinista en el tren Barcelona-Bilbao. Lo recogía de madrugada el tipo de la imprenta. Siempre salió puntualmente y nunca, en ocho años de edición, se perdió un sobre. Eso, trabajando con discos que llegaban al cabo de medio año a España, y en los que a lo mejor te habían censurado tres canciones, cosa que no podías decir. Duele cuando la gente habla mal de lo que se hacía entonces porque no saben lo duro que era todo eso, y lo hermoso, a la vez.

-Libros y música, ¿cuál de los dos le ha sido más útil en la vida?

-Yo nací para escribir. Me metí en la música para ser conocido, para hacerme un nombre, y salió bien la jugada, porque me hice muy popular. Iba a Nueva York en Concorde, me recogía una limusina, me alojaba en el Waldorf, iba al concierto de turno, a las fiestas... Pasé así muchos años, pero ese mundo no es real, y un día, lo dejé todo. Me dije: "No quiero quedarme ahí, y ser un comodón, y quedarme viviendo en un mundo que no es lo que siento". Lo dejé todo con dos niños pequeños. Me la jugué. Y salió bien.

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