De libros

Realismo sucio en el Estado de bienestar

  • Con el provocador título de 'Mi lucha' el noruego Karl Ove Knausgård desnuda su vida en un relato monumental 'Un hombre enamorado' es la segunda parte, tras 'La muerte del padre'

De diez hombres cuyo padre muriera como lo hizo el de Karl Ove Knausgård (1968), ¿cuántos habrían sentido la necesidad de escribir sobre el asunto?, ¿y cuántos de esa decena lo habrían publicado en un libro?, ¿por qué?, ¿para qué?

El realismo sucio -el original, no el tantas veces recalentado, tan indigesto- supo transmitir al lector emociones, casi nunca reconfortantes, escondidas en el andamiaje carcomido de familias en proceso de derrumbe y en las mañanas y las noches de parejas desahuciadas y en la soledad de individuos deshilachándose a cada paso. La familia: ese grupo con el que uno ha querido acabar alguna vez, aterrorizado a la décima de segundo siguiente de semejante pensamiento al imaginar lo que viene después... La muerte, tan normal y sincera como una puta. "Mi padre ha muerto, y yo estoy pensando en el dinero que eso me va a aportar. ¿Y qué? Pienso en lo que pienso, no puedo remediarlo, ¿no?", escribe Karl Ove Knausgård en La muerte del padre. Y también: "Pero mi padre había recibido su merecido, estaba bien que hubiera muerto, todo lo que dentro de mí decía otra cosa mentía".

La familia. Se puede leer El adversario, de Emmanuel Carrere. Y se puede leer Extinción, de Thomas Bernhard. Y recordar a Albert Caraco en Breviario del caos: "La familia es una institución que un día será necesario superar, no tiene razón de ser". Caraco, que con 52 años se suicidó en París un día después de la muerte de su padre viudo, tal como había avisado: "Si una mañana mi padre no se despertara, yo lo seguiría de buen grado".

La liberación de Karl Ove Knausgård es otra, totalmente opuesta. Permanece entre los vivos. No va a seguir los pasos del padre. Indaga en él mismo a partir de su desaparición. Va a aprovechar su muerte.

[Un inciso: La forma en la que muere el padre no se desvela aquí. Pero no importa, ya no sirve de nada. Ya lo ha hecho casi todo el que se ha referido a la obra de KOK. Y lo hace también la contraportada de su libro en castellano, y me pregunto por qué. ¿Es un gancho publicitario? ¿Por qué no se deja al lector que, párrafo a párrafo, página a página, vaya descubriendo qué ocurrió? ¿No tiene suficiente fuerza el título, La muerte del padre, para atraer a quien este hecho, tan determinante en la vida de muchos de nosotros, le interese hasta el punto de decidirse por él? Parece ser que no, parece que los libros son como los coches: hay que enseñar todas sus prestaciones, a ver si nos convencen].

Lo que hace KOK es ajustar cuentas. Dicho esto, de esta manera, por simplificar. Pues KOK no brea a su difunto padre porque sí, y puesto a dar zurriagazos se da muchos más a sí mismo que a su progenitor. Atascado en su tercera novela, bloqueado, el noruego atisba una salida y se lanza en tromba: la desaparición de su padre es el hecho que abre la puerta, aunque sea la del infierno. O la del purgatorio. Sí, es la del Purgatorio. KOK decide bautizar su libro Mi lucha. Lo de La muerte del padre y Un hombre enamorado es cosa española, títulos en los que se divide, por entregas, su obra totalitaria: seis volúmenes, tres mil seiscientas páginas a las que dedicó tres años feraces, sin correcciones, a lo bestia. Será otra clase de exterminio. Individual, sí, pero rodarán cabezas. Y no lo siente, sólo escribe, escribe y escribe. Con todas sus consecuencias. Lo hace como si tuviera presente en todo momento el aserto de Bioy Casares: "Si uno quiere escribir libremente y de un modo más afortunado, debe hacerlo como si estuviera solo, como si uno no tuviera antepasados ni descendientes". Y también el poema de Bukowski Así que quieres ser escritor, ¿eh?: "si no brota de ti a borbotones/ a pesar de todo,/ ni lo intentes (...) si primero se lo tienes que leer a tu esposa/ o a tu novia o tu novio/ a tus padres o quien quiera que sea,/ no estás preparado". KOK lo está. Hurga en el fondo de sí mismo, remueve el fango, y en medio no parece que brote ninguna rosa.

Un hombre enamorado es el segundo volumen de este monumental ejercicio de solipsismo que muchos encararán con el ceño fruncido. Pues ¿qué interés puede tener la puntillosa descripción de la cotidianidad de un escandinavo que no nos acosa con otra novela negra, que estrenó su adolescencia con una borrachera ritual, que prefería Joy Division y Echo & The Bunnymen a Black Sabbath y Whitesnake y para el que Smoke on the water era "la encarnación de la estupidez"? Otro jovenzuelo al que le hubiera gustado tanto "ser especial". Un noruego, ya adulto, que deja su casa, su país, su matrimonio, se enamora de nuevo, se hace padre y empieza a cambiar pañales y a dar biberones y a empujar carritos con niños y a comprar en supermercados y que escribe que todo esto lo aleja de escribir, de pensar, al mismo tiempo que se esfuerza por querer -o así lo cree- ser un buen marido y padre. Esa es su lucha, y con ella alimenta su escritura el hombre que se encandila y fantasea con la hermosa monitora de rítmica infantil de su hijita y que tiene un marrón con una escandalosa vecina alcohólica y al que su mejor amigo le dice que "la opinión general que tiene la gente de la profesión de escritor es que es emocionante y codiciable, pero tú te pasas la mayor parte de tu tiempo fregando y cocinando", y que sin embargo reflexiona sobre Dostoievski, la socialdemocracia y el neoliberalismo, la novelería de las delicatessen mediterráneas, la influencia del arte y la figura de Hitler.

El mérito de KOK para que su libro no se caiga de las manos, al contrario, para que nos agarremos a él y esperemos el siguiente, está en cómo narra sus miserias, banalidades, bajezas, trivialidades. Sin autocomplacencia. No hay impostura. Sí autenticidad. Se asoma al precipicio y mira abajo, al fondo del todo. Con los ojos muy abiertos. Aguantando la náusea.

Karl Ove Knausgård. Trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Anagrama. Barcelona, 2014. 632 páginas. 24,90 euros

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