Cultura

Sombras de la razón

  • Un extraordinario volumen recoge una selección de los textos que Conan Doyle y Harry Houdini dedicaron al espiritismo, el primero entregado al Más Allá, el segundo, eficaz incrédulo, en contra

"Eran las nueve de la noche del 2 de agosto, el agosto más terrible de la historia del mundo". He aquí el comienzo de El problema final, una de las más famosas aventuras de Sherlock Holmes, donde el detective ha cambiado su actividad habitual por la de espía al servicio de Jorge V de Inglaterra. Ese terrible agosto al que se refiere Doyle es, obviamente, agosto de 1914. Y la oscuridad que se abatirá inmediatamente sobre el siglo es una de las razones que explican las asombrosas proclamas, la encendida defensa del espiritismo que se contiene en la primera mitad de este libro. Un libro, por otra parte, cuyo subtítulo, Arthur Conan Doyle, Houdini y el mundo de los espíritus, no admite dudas en cuanto al tema tratado; si bien tampoco especifica quién de los dos, Doyle o Houdini, defendió la comunicación con el Más Allá y quién se mostró como un diligente y eficaz incrédulo. Ésa, y no otra, es la sorpresa que nos deparan estas extraordinarias páginas.

Probablemente, algún lector devoto de Sherlock Holmes sepa que Conan Doyle fue uno de los más distinguidos defensores del espiritismo en el albor del XX; y que promovió sesiones multitudinarias de comunicación con el Ultramundo por toda la geografía del globo. También puede que conozca que su hijo Kingsley murió de una neumonía contraída en el frente; y que fue este hecho luctuoso el que lo acercó definitivamente, como a millares de personas que habían perdido familiares en la guerra, a las doctrinas esotéricas y al espiritismo. No obstante, la relación de Conan Doyle con el espiritismo es más temprana. De hecho, data de las misma época en que nace Sherlock Holmes, a finales de los ochenta del siglo XIX. Lo cual nos lleva a una pregunta tan obvia como paradójica: cómo es posible que el creador de Sherlock Holmes, el inventor de un genio analítico, de un héroe de la lógica, fuera al tiempo un hombre crédulo hasta el candor y un defensor entusiasta de los mediums. La respuesta quizá pueda dárnosla su amigo y antagonista, el mago Harry Houdini. Y no tanto la decidida incredulidad de Houdini, como los números de magia en los que simuló apariciones, mensajes del Más Allá y la corporeización de ectoplasmas.

Bien es verdad que estos números (que ya hacía su maestro Robert-Houdin), tenían la finalidad de desacreditar a los mediums, revelando sus ardides ante el público. Sin embargo, una mirada más atenta nos permitirá ver que fue la posibilidad técnica de tales espejismos la que agravó el interés de la época en el Más Allá, al tiempo que encauzaba la aplicación científica a tales menesteres. Quiere decirse que sin la fotografía, sin los mecanismos ópticos que producían dichos trucos y apariciones, no habría sido posible esta insólita explosión de espiritismo. De igual modo, sin la avidez popular por un conocimiento velado, tales avances no se habrían dedicado a la reproducción de hadas y fantasmas. En cualquier caso, fue la crisis religiosa, producto de los avances científicos del XIX, la que propiciaría esta general incertidumbre, esta credulidad informe, que adquirirá tintes dramáticos cuando la Grand Guerre llene Europa de cadáveres y de familiares abatidos por su ausencia. Este desfallecimiento de la fe tradicional, unido a la promesa infinita de la ciencia, es el que explica la posición de Doyle y el carácter pseudocientífico del espiritismo. Digamos que Doyle, hombre de extraordinaria inteligencia, esperaba demostrar científicamente la existencia del Más Allá (de una felicidad clara y apacible en una hora de universal desdicha), mientras que Houdini, sentimental y adusto, escogió la técnica para desentrañar la formidable estafa del espiritismo. Ambos amigos se desenvolvieron en el mismo campo ideológico; ambos se deslizaron sobre las mismas inquietudes -y con las mismas armas- que penetraban su siglo. Sin embargo, donde Doyle y muchos científicos de primer orden, como el astrónomo Camille Flammarion, quisieron ver una verdad revelada, demostrable, "científica", Harry Houdini sólo constató la facilidad del engaño, incluso en mentes tan soberbias como las de sir Arthur.

En este volumen, profusamente ilustrado, se recogen diversos extractos de las publicaciones que ambos dedicaron al espiritismo. También las cartas que ambos cruzaron rebatiendo sus respectivas opiniones. Es probable que la misma necesidad de creer que movía a Conan Doyle, fuera la que incitó a un desconocido a golpear en el estómago a Houdini. Aquel caballero quería saber cómo aguantaba los grandes golpes que, en apariencia, el mago recibía en sus actuaciones. Y zas, le atizó sin pensárselo. Tres días después, Harry Houdini morirá, víctima de una apendicitis, agravada por el puñetazo. Podríamos decir que Houdini murió a manos de un escéptico. Por entonces, los surrealistas ya se habían preguntado qué podemos esperar de un siglo que no cree en la magia.

Arthur Conan Doyle y Harry Houdini. La Felguera. Madrid, 2014. 238 páginas. 20 euros

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