Los que tuvimos la suerte de vivir en Sevilla a principios de los años noventa del pasado siglo recordaremos los conciertos de The Vagos como una de las experiencias más divertidas, desmadradas y entrañables de nuestra formación como noctámbulos y melómanos.

Por aquel entonces, la Alameda de Hércules seguía tapizada de albero, la Exposición Universal garantizaba el gasto a espuertas de fondos públicos, la inquietante efigie de Curro te saltaba a la cara cada dos calles y las noches eran largas y populosas.

Y en medio de toda aquella jovial e ilusa bonanza, The Vagos se labraban un nombre propio en la escena underground hispalense gracias a un humor obsceno y a un directo impresionante en el que (y no exagero), como espectador, te la jugabas. No era extraño que salieses de la sala de turno empapado de líquidos de dudosa procedencia, que Súper Tony Luz se lanzase sobre el público o se marcase un bailoteo sobre la barra donde habías depositado tu abrigo.

Han pasado veinte años y, de sus integrantes originales, sólo Charlie Molina (cantante y showman) continúa en la formación, aunque rodeado de nuevos y sugerentes músicos que han captado a la perfección el espíritu iconoclasta y gamberro de The Vagos.

Su música se basa mayormente en la reinterpretación en clave canalla de los estándares de la psicodelia, el rock y el glam de los años sesenta y setenta. Pelucas, maquillaje, ropa multicolor y mucha cara hacen de cada actuación de los sevillanos un espectáculo que va mucho más allá de la mera música.

Tras el rotundo éxito de su penúltimo disco, No soy gay pero me cabe el Ave, The Vagos vuelven con Ladies & Horses, una nueva vuelta de tuerca a su ya dilatada, incorrecta y divertidísima carrera.

El concierto de hoy en la Supersonic es, sencillamente, imprescindible; aunque advertimos que es aconsejable no ponerse en la primera fila. El que avisa no es traidor.