Cultura

Tiempos para la imaginación

  • La compañía L´OM Imprebis puso en escena el mítico Don Juan de Zorrilla, con un estupendo Nacho Fresneda pero un decorado inexistente en el Villamarta

Venía el arriba firmante de ver la infame puesta en escena de 'El burlador de Sevilla', de Tirso de Molina, en el Puerto, hace un par de semanas, y ya tenía interés por ver a este Don Juan de Zorrilla, dirigida por Santiago Sánchez.

Si les digo que me resarcí completamente de mi sofoco por el tormento de la adaptación vista en el Pedro Muñoz Seca, exageraría un poco. Verán. Sin duda, lo mejor de lo visto en la noche del sábado es el respeto total al verso del de Pucela y la interpretación sobria y sin aristas de Nacho Fresneda, enrolado en el papel del arrogante y prepotente Don Juan Tenorio. Otro elemento que debe agradecerse es la música en directo interpretada por parte de los actores. En un tiempo en que la tecnología y los avances sirven para simplificar trabajo y gastos, es agradable comprobar que se cuidan estos detalles que, además, enriquecen muchísimo la puesta en escena y logran llamar especialmente los oídos del espectador. Capítulo aparte, sin embargo, merece la escenografía. Se ha puesto de moda el manido ciclorama con la proyección de determinadas imágenes que nos ponen en situación. No es el caso de este Don Juan Tenorio, pero sí el uso del decorado minimalista y simbólico, con el que ha de hilarse muy fino si de verdad se pretende dar un significado concreto a determinadas partes de la trama. No fue demasiada acertada la propuesta en este sentido y había que imaginarse los lugares de las escenas. Una serie de tableros abatibles movidos por los propios actores, lo mismo servían para simular la casa de doña Ana de Pantoja que, cambiados de posición, los muros del convento de donde doña Inés es raptada por don Juan. Es la moda, la tendencia de los nuevos tiempos. Habrá que acostumbrase, pues, a estas invitaciones alegóricas que quizá renueven el panorama escénico de telones y decorados de toda la vida, pero que, en nuestra humilde opinión, restan más que suman. Máxime si hablamos de obras de referencia como Don Juan Tenorio.

Con respecto al reparto, al margen del ya mencionado sobresaliente de Nacho Fresneda, nos gustó mucho el papel de don Gonzalo de Ulloa, el comendador, padre de doña Inés llevado el escenario por el veterano Vicente Cuesta. También estuvo correcto (ayudó mucho su porte) Carlos Lorenzo en el papel de Luis Mejía. No podemos decir lo mismo de Alba Alonso, que si bien convenció en el papel de doña Inés, la novicia enamorada, su hilillo de voz se perdía poco más allá de la fila quince o dieciséis del patio de butacas. Claro ejemplo de lo que decimos es que en la primera escena que aparece, mientras lee la carta que le escribe don Juan, se nos hice soporífera e interminable con tanto susurro. Ése, junto al referido decorado inexistente, son los dos únicos peros de esta producción. El resto cumplió sobradamente con el mito del Tenorio.

Otro día hablaremos del misterio del papelito de los caramelos, tan bien protegidos en su envoltorio, que el respetable que los consume en plena función tarda un buen rato hasta que deja de molestar con el crujidito de las narices. A ver si alguien los comercializa ya pelados y mondados. Sería un alivio.

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