Arquitectura · La belleza intangible

¡Viva la vida!

HACE unos años, recorriendo el oeste de Irlanda con mis hijos, descubrimos que la canción 'Vértigo' de U2 nos servía de revulsivo cuando el cansancio empezaba a vencernos. Desde entonces ha quedado en nuestra memoria como una inyección de optimismo al que acudir en según qué momentos. Cuando esta mañana he encendido el ordenador y ha aparecido la imagen que acompaña este texto, la Casa Fansworth del arquitecto alemán Mies Van der Rohe, me he acordado inmediatamente de esta canción y también de esta otra, 'Demasiado Corazón', del malogrado Willy de Ville, al que siempre recuerdo con alegría aunque la letra de esta otra canción no sea precisamente un canto a la vida.

Ludwig Mies van der Rohe se instaló en Estados Unidos alejándose de la Alemania nazi, en cuyo clima prebélico no parecía posible llevar adelante sus ideas arquitectónicas. América le permitió llevar a cabo los edificios de acero y cristal con los que soñaba en Europa, donde volvería en los años 60 para construir en Berlín la National Gallery, espléndido edificio de una sola planta de acero y vidrio, un espacio casi vacío que conduce a un sótano donde se realizan realmente las exposiciones, edificio que se ubica en la Postdamer Strasse, junto a otros ejemplos maravillosos de la arquitectura de la época, entre los que destaca también el de la famosa filarmónica de Berlín construido por Hans Sharoun.

A principios de los años 40, Mies conoce en Chicago a la doctora Fansworth, para quien construiría en 1950 una casa de vacaciones en los bosques de Illinois, junto al río Fox. Las obras tuvieron un sobrecoste importante que acabó con la buena relación existente entre el arquitecto y su clienta en los tribunales, donde finalmente otorgaron la razón al primero. Dos planos blancos horizontales elevados sobre el nivel natural del terreno definen los límites de la casa, pues sus cerramientos de cristal permiten la transparencia completa entre el interior y el exterior. Desde dentro, los límites de la casa son los arces que la envuelven mientras que desde fuera la casa intenta desmaterializarse, haciéndose transparente hasta no ser más que una mínima alteración del paisaje natural. La elevación de los planos pisables, el de la propia casa y el exterior que funciona como terraza, refuerzan la idea de no querer incidir en el espacio natural sobre el que la casa se instala, permitiendo que el plano inundable del río por el deshielo quede inalterado. La no existencia de cercado ni camino de acceso refuerzan la idea.

Todo en la casa es de color blanco, como una afirmación de la aspiración de pureza que el arquitecto perseguía. Los soportes, las vigas, los revestimientos, las cortinas, todos blancos. El color lo aporta solamente la naturaleza cambiante a lo largo de las estaciones: verdes, amarillos, rojos… Estoy seguro de que Mies van der Rohe aprobaría que esta instantánea fuera considerada una síntesis de todo su pensamiento en relación con esta casa. Ya no sólo es blanca la acción humana, también la naturaleza aporta su dosis provisional de blancura en forma de nieve. Tan sólo los árboles, ahora sin hojas, le proporcionan el color al lugar, bajo la luz difusa de la mañana. Nosotros, que estos días tenemos también la belleza del blanco en las alfombras que el azahar teje sobre las aceras, despedimos el invierno y damos la bienvenida a una nueva primavera.

¡Un, dos, tres, catorce!

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