Cultura

"Es ahora cuando me siento como un actor que pinta algo"

  • El intérprete malagueño afincado en Sevilla, reciente ganador del Asecan, aspira a hacerse el próximo sábado con su segundo Goya por su trabajo en 'Tarde para la ira'

Antonio de la Torre (Málaga, 1968), momentos antes de la entrevista en el centro La Térmica de su ciudad natal.

Antonio de la Torre (Málaga, 1968), momentos antes de la entrevista en el centro La Térmica de su ciudad natal. / reportaje gráfico: Javier albiñana

La semana pasada se hizo con el premio a la mejor interpretación masculina en los Asecan, los galardones del cine andaluz, por su papel en Tarde para la ira, la película de su amigo Raúl Arévalo. El sábado, por ese mismo trabajo, Antonio de la Torre (Málaga, 1968) aspira a hacerse con su segundo Goya. Días antes de esa cita, hablamos con este animal del cine sobre su oficio.

-El otro día fui al cine a ver una película española y no estaba usted en el reparto. ¿Cree que tengo motivos para preocuparme?

Soy consciente de que mi carrera se irá a la mierda algún día, pero no soy del todo inmune a las críticas"

-Eso tiene su explicación. En España se hacen, pongamos, cien películas al año. De ésas, las que llegan a tener alguna visibilidad son diez o quince. Objetivamente este año yo estoy en dos, lo que pasa es que son dos de las mejores, candidatas a premios y en lo más alto del ranking. Sólo en este contexto se puede entender eso que dices. Pero, que conste, es mucho. Que yo haya llegado ahí, a esas dos películas, habrá tenido que ver con la suerte, supongo. Sin embargo, piensa que nadie podía imaginar que Tarde para la ira iba a dar un pelotazo. Más aún, lo de trabajar en esta película era por una cuestión de fidelidad: Raúl Arévalo me dijo que iba a hacer la película y que quería contar conmigo y yo, claro, le dije que sí. Somos amigos. Cuando me lo propuso esperaba que, bueno, saliera una película que estuviera bien, que tuviera su presencia y tal. Pero ni Raúl, ni yo, ni nadie esperaba que la película fuese a tener esta aceptación. Te diré más: no he estado en dos proyectos muy interesantes y muy importantes, que me gustaban muchísimo, porque estaba en Tarde para la ira.

-¿Rechazó esos proyectos para rodar Tarde para la ira?

-Es que llevaba ocho años diciendo que sí a Tarde para la ira. Cuando al final Raúl pudo hacerla, la hicimos. Pero sí, habría hecho esas otras dos películas con los ojos cerrados. Al menos sí pude hacer Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen, que es un director con el que me interesa mucho trabajar. Con esta película me pasó algo curioso: el productor, Gerardo Herrero, vino y me dijo que era fundamental que yo estuviera. Me insistió en lo trascendental que era que yo aceptara. Por primera vez me sentía un actor que pinta algo.

-Venga ya.

-A ver, sí, de acuerdo, tonterías las mínimas. He sido consciente de que me han ido llamando cada vez más, que han llegado el Goya y las ocho nominaciones de después. Todo eso. No lo voy a negar, detesto la falsa modestia. Pero con Herrero me sentí por primera vez importante para un proyecto a nivel financiero. De verdad, eso no me había pasado nunca. Y soy consciente de que estoy tirando piedras sobre mi propio tejado al decirte esto, porque no creo que exista el star-system en España.

-¿Y sería bueno para el cine español que existiera?

-El año pasado había una película que tenía todos los ingredientes para funcionar muy bien, con un elenco espectacular y un director ganador de un Oscar, que parecía tenerlo ganado todo de antemano, y no funcionó.

-¿La Reina de España?

-Sí.

-Pero esa película tuvo una historia muy singular con el boicot.

-Yo no creo que el boicot fuese real. La gente que dice que no va a ir a ver una película nunca va. El boicot es una cosa más de trolls que real. Se habló tanto del asunto que picó la curiosidad de gente que seguro que fue a verla por eso. En España hay mucho ruido y demasiada gente que quiere ver películas gratis. Lo que quiero decir es que el hecho de que haya buenos actores en una película no es garantía de que vaya a funcionar. Nunca se sabe qué determina que una película cuente con el favor del público o no. Cuando preguntaron a Emilio Martínez-Lázaro por la clave del éxito de Ocho apellidos vascos no pudo ser más explícito: "No tengo ni puta idea".

-Perdone que insista: ¿sería positivo un star-system español?

-En Hollywood puede haber un star-system, pero hoy está vinculado a sagas y a productos. Tom Cruise hace Misión Imposible y Matt Damon hace la saga de Bourne, la gente lo sabe, se acostumbra de alguna manera y va a verlo. Pero no por los actores, sino por el producto. En España puede existir el producto, pero no el star-system. Es lo que pasa con Torrente. Santiago Segura ha creado un gran producto, eso es innegable. Pero que funcione Torrente no significa siempre que funcione Santiago Segura. Lo mismo te diría de Javier Bardem y Penélope Cruz. Ellos son la demostración de que en realidad el star-system no existe no sólo en España, sino en ninguna parte. Las comedias de Nacho García Velilla tocan la tecla bastante bien, pero lo que hay ahí es un producto, nada de star-system.

-¿Pero son los productos algo distinto de espejismos?

-Hay una percepción curiosa. A menudo me dicen que Tarde para la ira y Que Dios nos perdone son dos películas que han funcionado en cuanto al público bien, o muy bien. Hay un imaginario favorable a esa idea, seguramente porque se habla de estas dos películas en todas partes.

-O porque la exigencia para considerar que una película tiene éxito de público es ahora menor.

-No, a ver, en el caso de estas películas te hablo con conocimiento de causa porque he hablado con sus productores y conozco más o menos las cifras. Y ninguna de las dos ha funcionado en taquilla. Es decir, ninguna de las dos ha recaudado lo que se necesitaba para cubrir lo que costaron. Y eso que Que Dios nos perdone tenía a Antena 3 detrás. Tarde para la ira es más barata, aunque de alguna forma se preveía que su rendimiento en taquilla podía no ser suficiente. Fíjate, estaba convencido de que Que Dios nos perdone iba a funcionar, iba a rendir. Pero no.

-Aun así, ¿cree que Tarde para la ira, dada su naturaleza tan extraña, sin apenas diálogos, ha podido abrir una puerta por la que entrarán otros directores?

-Yo meto en el mismo saco a Raúl Arévalo y a Rodrigo Sorogoyen. Tienen muchos nexos como directores. Tal vez Raúl controle más la dirección de actores porque es actor, pero Rodrigo es un realizador muy abierto, dispuesto a aprender siempre. Los dos pertenecen a una generación de directores muy centrados en que las películas sean de verdad, que estén muy pegadas a la verdad. A Sorogoyen lo vi durante todo el rodaje muy metido en el partido de la credibilidad, y Raúl lo tiene igual de claro. Me contaba, por ejemplo, que estaba harto de la figuración típica, que quería que todo lo que saliera en pantalla, incluida la figuración, pareciera verdad. Y no paró hasta que se dio por satisfecho.

-¿Le han propuesto dirigir a usted? ¿Aceptaría si lo hicieran?

-Creo que se me daría bien dirigir a actores. Pero no tengo ni puta idea de cine. Quiero decir, no sé dónde hay que poner la cámara. Si dirigiera haría lo que me diese la gana y saldría todo rarísimo. Pero dirigir actores sí se me daría bien.

-¿Qué puede contarnos de Memorias del calabozo, la película de Álvaro Brechner, en la que interpretará a José Mujica?

-El rodaje comienza en marzo. La historia gira en torno a tres personajes reales que estuvieron detenidos en condiciones muy duras durante la dictadura en Uruguay: José Mujica, Eleuterio Huidobro y Mauricio Rosencof. A Huidobro lo conocí el pasado verano diez días antes de que muriera. Fue muy generoso. También he podido hablar con Mujica. Ahora vuelvo a Uruguay y espero que podamos encontrarnos. Llevo ya tiempo preparando este trabajo y lo que tengo claro es que debo encontrar mi Mujica. Evidentemente mi composición transpirará algo de lo que es él, dado que además es alguien muy reconocible. Pero mi intención es hacerlo mío para que parezca más real. Si no, corro el riesgo de que parezca una caricatura.

-¿En qué película ha sido usted más consciente de que no ha dado todo lo que requería el papel?

-Es una buena pregunta que intentaré responderte honestamente, pero parto de la premisa de que tu trabajo termina confundiéndose con lo que la gente cree ver en él. Mi hermano siempre dice que uno es lo que es y lo que los demás quieren que sea. En Azuloscurocasinegro estaba, como siempre, muy metido en mi papel y sin salir de él. Eso me pasa, me lío a construir el personaje y no pienso en otra cosa. En Caníbal, por ejemplo, un sastre que nos asesoró me dijo que un sastre siempre lleva con él su centímetro. Así que yo iba a todas partes con mi centímetro. Y me negaba a ir sin él. Una vez, en el rodaje, íbamos a empezar una escena pero yo no llevaba el centímetro, así que me lié a buscarlo. Y cuando Manuel Martín Cuenca me dijo que daba igual, yo reaccioné como un Boris Karloff cabreado: de eso nada, un sastre siempre lleva su centímetro. Para hacer de sastre necesitaba sentirme sastre. Pero a lo que iba: un día, mientras hacíamos Azuloscurocasinegro, me llevaron a una proyección de éstas de etalonaje, de las últimas secuencias grabadas. Yo había estado tan metido en mi papel que no me había parado a pensar en la reacción que podría tener al verme en la pantalla. Y no pude deprimirme más. No por la película, sino por mí. Me decía: "Mira al Antonio de la Torre con esa camisetilla haciendo de no sé qué. Quiere dar miedo y no da miedo ni de coña". Me pareció que no pude haber hecho el ridículo de manera más espantosa. Pues bien, por aquel trabajo me dieron el Goya y otros premios, y aquel papel lanzó mi carrera. A mí me parecía una mierda y a la gente le parecía muy bueno.

-¿Y le ha pasado al revés?

-Sí, a veces. Y se hace duro. A ver, soy bien consciente de que algún día mi carrera se irá a la mierda. Pero fue un trago leer algunas cosas que se escribieron, por ejemplo, sobre Gordos, porque hacer aquella película me costó muchísimo. Pero vaya, ya soy menos vulnerable a las críticas. Aunque no soy invulnerable del todo.

-Contaba antes que gracias a Gerardo Herrero se sintió como un actor importante financieramente hablando, pero ¿cuándo se sintió así en lo artístico?

-El disparadero vino en un mismo año con Azuloscurocasinegro y Volver, donde yo tenía un papel pequeño pero que no dejaba de ser una muy buena película de Almodóvar. Para mí, estos dos trabajos van de la mano. A partir de entonces sí me percibí a mí mismo como actor, como un buen actor. Pero bueno, esto no deja de formar parte del relato que hace cada uno de sí mismo. Seguramente no será verdad, pero es mi relato. Y todos necesitamos montarnos una película convincente respecto a nosotros mismos para sobrevivir.

-¿Qué sensaciones tiene ante la próxima gala de los Goya?

-Ir de perdedor está feo, e ir de ganador es de idiotas. Pero hacía tiempo que no me veía con todas las posibilidades. De entrada, en las quinielillas previas los ganadores son otros. Para colmo, estamos nominados dos compañeros de la misma película. Y no creo que los académicos que voten a Tarde para la ira me voten a mí. Votarán a Luis Callejo, seguro.

-Pero, ¿significa mucho para usted hoy ser un actor premiado?

-Los premios nunca vuelven a percibirse como la primera vez, eso es seguro. Pero he tenido en total nueve nominaciones en una década. Eso sí que es una pasada.

-¿Considera una injusticia que haya contado tantas nominaciones y tan pocos premios?

-Se trata de ver la botella medio llena o medio vacía. Hombre, no te negaré que da coraje, un año se lo lleva Sacristán, otro Tosar, otro no sé quién. Siempre hay alguien que se lo lleva. Eso es la botella medio vacía. Pero veo la botella medio llena porque siempre estoy ahí. Todos los años. Hace poco vi en Twitter un montaje muy gracioso que hizo alguien en el que salía mi cara como protagonista en los carteles de un montón de películas españolas recientes, Julieta, El hombre de las mil caras... En el de Un monstruo viene a verme el niño me miraba a mí. Ésa es mi forma de ver la botella medio llena, sí.

-¿Han cambiado mucho sus referentes en los últimos años?

-Siempre he tenido mis referentes, claro, Robert de Niro, Al Pacino, Javier Bardem y todo eso. Imagino que no han cambiado, que siguen ahí. Lo que pasa es que ya no pienso en ellos. Ahora simplemente trabajo, soy yo el que hace el trabajo, no tengo a nadie más en mi cabeza. Ya está.

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