Cultura

La angustia de amar en el infierno

EEUU, 2009, Drama, 112 min. Dirección: John Hillcoat. Guión: Joe Penhall, basado en la novela de Cormac McCarthy. Intérpretes: Viggo Mortensen, Kodi Smit-McPhee, Charlize Theron, Robert Duvall, Guy Pearce. Música: Nick Cave. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Cines: Yelmo (C. C. Área Sur); Bahía Mar Cines (El Puerto de Santa María).

La fotografía de Javier Aguirresarobe y el diseño de producción de Chris Kennedy crean un mundo como nunca se ha visto en el cine. Sólo a la pintura de un Bosco, un Signorelli o un Memling le ha sido concedido representar el infierno, el eclipse de la razón y el despliegue de la maldad, la locura y la desesperación como en esta película se hace de forma aludida o explícita, a través de huellas (sangre en un lavabo o en la nieve, hierros y ganchos, gritos fuera de campo) o de presencias (los cuerpos de dolor y sufrimiento de los desdichados encerrados para proveer de carne a sus verdugos). Sólo a un Caspar David Friedrich en sus cuadros de La abadía de Eichweld, Atardecer, Encallado a la luz de la luna, Invierno, Claustro o Cementerio en la nieve le ha sido dado el poder de representar la helada desolación de la muerte convertida en paisajes de retorcidos árboles secos, ruinas y cielos siempre grises. Aguirresarobe y Kennedy lo consiguen, manteniendo además como trasfondo las notas sostenidas de otros horrores documentados -los campos de exterminio, la devastación de Hiroshima- sobre los apocalípticos paisajes.

Fotografía y diseño de producción son elementos claves para sumergirnos durante algo más de una hora y media, sin dar una tregua de luz, en un mundo arrasado por una catástrofe cuyo origen no se explica. De ese mundo devastado, siempre oscuro y casi siempre llovido, frecuentemente sacudido por tormentas y terremotos, sumido en un silencio sólo roto por el estruendo de los árboles muertos que se desploman, ha desparecido la vida vegetal y animal. Sólo quedan algunos seres que están dejando de ser humanos y unos pocos seres humanos en el verdadero sentido de la palabra. Los primeros se organizan en bandas para sobrevivir como caníbales. Los segundos sobreviven a duras penas huyendo de los primeros y alimentándose con los pocos restos de comida que encuentran.

Entre éstos están los protagonistas: un padre y su hijo. No tienen nombre, como nadie en la película. Lo han perdido; como a la esposa y madre, la casa y hasta los recuerdos de la felicidad pasada que se van desvaneciendo como latidos cada vez más espaciados. Es importante saber que el hijo nació, tras el desconocido Apocalipsis, contra la voluntad de la madre y por deseo del padre. Y que esta férrea opción por la vida, esta casi irracional voluntad de que su hijo nazca a un mundo en el que es una pesadilla vivir, es la que años después le ayuda a proseguir su viaje en busca de la costa, a defenderlo de todos los peligros, hasta a enseñarle a usar la pistola para suicidarse si cae en manos de los caníbales.

Porque esta película oscura, durísima, cruel, de angustiosa visión, que logra mantener la tensión durante todo su metraje como pocas lo han hecho, es también -y sobre todo, diría yo- un canto trágico a la esperanza contra toda razón para no esperar nada, al amor a la vida cuando la muerte parece preferible y, muy especialmente, al amor paterno. Y, junto a ello, la expresión de una conmovedora nostalgia de lo sagrado (la cruz abierta al cielo en la iglesia en ruinas), lo bello (la evocación de la sonata para violín de Bach) y lo bueno (el encuentro con el anciano interpretado por Robert Duvall, el plano final) que hacía humanamente vivible la vida.

Viggo Mortensen construye un tipo monumental de padre enfrentado a la angustia de mantener vivo a su hijo en un mundo al que lo ha traído contra toda razón. Su angustia tiene la medida de su desesperación y ésta la de su amor. John Hillcoat ha construido una pieza maestra -durísima de verse- sobre la novela del pesimista Cormac McCarthy, de quien los Coen adaptaron la desasosegante No es país para viejos. Y ha logrado la que tal vez sea la mejor película de ciencia-ficción desde 2001 y la trilogía Stalker, Solaris y Sacrificio de Tarkovski. Todo es cierto en ella. El hambre, la soledad, el miedo, la desesperación, el llanto del niño -¡qué excepcional interpretación del pequeño Kodi Smith-McPhee!-, el desgarro del padre… La Academia se ha cubierto de vergüenza prefiriendo los muñecos tridimensionales de Cameron.

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