En la Compañía

El bailaor que nunca estuvo allí

Sin prejuicios y rechazando el decorativismo plano. El cordobés Fran Espinosa no dejó indiferente con su baile al escaso público que acudió a presenciar su espectáculo en la medianoche del pasado lunes en La Compañía. Con idéntico esquema que la mayoría de artistas que ya han desfilado por esas mismas tablas en lo que va de la presente edición del certamen -con lo que esa decisión conlleva de manido y reiterativo-, el último ganador del premio Carmen Amaya del Concurso de Arte Flamenco de Córdoba se movió con destreza, gracejo y una rebosante personalidad. Y lo más importante, plasmó muy buenas maneras a la hora de concebir su participación en el programa, pues no sobrecargó sus números, sino que optó por la sutil pincelada antes que por el grueso brochazo.

Sus referentes también se dejaron caer por el antiguo convento de La Compañía: desde Farruco hasta Galván, de El Güito a Javier Latorre. Todo ocurrió con cierto sentido en su baile, nada fue artificioso. Fran Espinosa bailó por los tangos del Titi con cadencia y desparpajo, ofreciendo sentido a su propuesta coreográfica.

Sin ser un bailaor estilizado, tiene hechuras que dijeron todo lo contrario: elegancia y desenvoltura por encima de cualquier otra cosa. Con su chaquetilla al hombro, sin prisas, frenando y acelerando, de cero a cien en los mínimos segundos posibles. Técnica y espontaneidad, las dos claves del éxito.

Dos impases le alejaron del escenario por un buen rato y dieron protagonismo al atrás con los cantes de trilla, la toná y los abandolaos. La voz de Eva de Dios sobresalió frente al resto de integrantes de la terna de cantaores. Y de nuevo Fran Espinosa regresó al escenario para bailar unas cantiñas, aquí otra vez el recuerdo para los ecos del Pinini. Aquí emerge otra vez el bailaor completo en brazos y piernas. Aunque hubo ciertos desacoples y falló en algún que otro remate, el joven artista cordobés salió airoso del complicado envite al echar mano de un abundante zapateado, y de un punta y tacón que le funcionó de maravilla.

Espinosa supo recogerse bien cuando hizo falta y sobre todo mostrarse natural, tal como es, en todo momento, sin deslumbrar pero con una chispa que poco a poco fue encendiendo la llama de un público escaso pero bien avenido. Finalizados los cantes de Levante, con especial incidencia en la minera, regresó al proscenio y surgió su silueta como algo efímero, sin demasiado protagonismo. De este modo, concluyó su recorrido por bulerías, con letras alusivas a Jerez y a personalidades como Rafael de Paula o La Tana y la Juana, e inundó poco a poco el recoleto escenario, aplicando bien las subidas y bajadas en la montaña rusa eterna que es el baile flamenco. Bien en los llanos, algo acelerado y precipitado en el clímax. En cualquier caso, Fran Espinosa mostró poco ego, nula vanidad y más baile, como debería de ser siempre. Eso, en los artistas noveles, es algo siempre de agradecer.

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