Estética y ética Bilbao acoge la gran exposición 'Caos y clasicismo 1918-1936'

La belleza que lleva al horror

  • El Guggenheim reinterpreta el arte de entreguerras con sus estilos frente a frente

Hay exposiciones que constituyen una experiencia que a la vez fascina, hace pensar y amplía los conocimientos. Es el caso de Caos y clasicismo, hasta el 15 de mayo en el Guggenheim Bilbao tras su paso por su museo de Nueva York, y con el patrocinio de Fundación BBVA.

Mediante la exhibición de 150 obras de 90 artistas, se puede seguir y comprender lo que sucedió en la Europa que dejaba atrás en 1918 el horror de la Primera Guerra Mundial. Tras la irrupción de las vanguardias, entre 1905 y 1914, hubo algunos pintores y escultores que, asomados a las consencuencias de una contienda atroz, sintieron la necesidad de buscar su paz interior y desarrollar su creatividad a través del orden, de la armonía, de la serenidad, en lugar de profundizar en la ruptura cubista de los cánones académicos. "Era una búsqueda de valores sólidos y duraderos", señala Kenneth Silver, comisario de la muestra, centrada en Italia, Francia y Alemania, más la incorporación de españoles como Pablo Gargallo con obras de aire clasicista como sus Aguadoras.

Con toda la intención, Silver ha situado en la sala inicial una escultura femenina de Aristide Mallol, de aire neoclásico, al lado de los aguafuertes de Otto Dix sobre la guerra. Obras de 1924-25, que no tienen nada que ver en sus planteamientos, y que encaminan hacia Picasso como referente de unos y otros. "Si Picasso no hubiera tenido un periodo dedicado al clasicismo durante estos años en los que se miró con nuevo interés a la cultura griega clásica, al Renacimiento italiano del XVI, o a la pintura del francés Poussin en el XVII, muchos artistas no se hubieran atrevido a seguir ese camino. Se lo reprocharon algunos vanguardistas, pero Picasso, el mejor mimetizador de la Historia del Arte, demostró a todos que era capaz de dibujar como el mejor, y de romper las formas como nadie", sentencia Silver.

Desde el candor inicial, que se ve en el cortometraje La sangre de un poeta, de Cocteau, la exposición es capaz de mostrar a la vez la geometría platónica de la arquitectura y el mobiliario de Mies van der Rohe, el talento de Balthus para pintar escenas de calle, y la derivación que de esa armonía inicial se hizo con ambigüedad inicialmente, y sin ambages en los años treinta, por artistas que contribuyeron al auge del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania, mediante obras que exaltaron el culto al cuerpo con fines racistas. Se puede ver el tríptico Los cuatro elementos, de Ziegler, que tenía Hitler encima de su chimenea. Y el recorrido acaba con el prólogo de 7 minutos que Leni Riefenstahl filmó para su película Olimpiada. Todo un viaje de 18 años desde la belleza hacia el horror.

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