Cultura

"La clave de mi poesía es la serenidad ante los acontecimientos de la vida"

  • El literato cordobés y Premio Príncipe de Asturias participó ayer en el ciclo Voces en el Museo con una reflexión sobre los 'Ángeles turiferarios' de Zurbarán, "tan gaditanos como el carnaval', según el poeta

Pequeño y cercano. Pablo García Baena (Córdoba, 1923) tiene halo. Una luz agradable que lo abraza y que envuelve, con calidez, a quien se sienta a su lado. Quizás, como los Ángeles turiferarios de Zurbarán, de los que ayer habló en el Museo de Cádiz, el poeta cordobés se mueve entre la divinidad -materializada en una voz poética brillante y una sabiduría ancestral y lúcida- y la sencilla humanidad de un hombre vitalista, terreno y con un tremendo sentido del humor.

Habla despacio. Es sereno pero de verbo inquieto. Y paciente para aguantar una ronda de entrevistas apenas dos horas antes de su intervención en el ciclo Voces en el Museo donde fue presentado por el poeta gaditano José Manuel Benítez Ariza.

-¿Por qué escogió a estos 'Ángeles turiferarios'?

-Porque no son desconocidos para mí. En mi casa había un guía del Museo de Cádiz y, además, tengo un gran amistad con el poeta jerezano Juan Valencia que me mandó una postal de cada uno de los ángeles que me ha acompañado siempre. Tanto es así que en mi libro Fieles guirnaldas fugitivas (1990) hay un poema donde se nombra a uno de estos ángeles. Otras razones son que Córdoba es una ciudad angélica y que todos tenemos nuestro ángel de la guarda.

-¿Qué tienen de especial?

-Que son ángeles muy terrenales. Parece que toda su vida han estado en Cádiz, son tan gaditanos como el Carnaval y tienen muy poquito de seres halados, más bien parecen chicos que Zurbarán viera por aquí y los vistiera como para una procesión de ángeles o como cuando en la comunión se le ponía a los niños alas de seda. Sobre todo uno de ellos, el que tiene el pie extendido como aferrándose a la tierra, es especialmente terrenal, además es el más de Zurbarán, el otro parece más un trabajo de taller.

-¿Qué le ha aportado este ejercicio de reflexión entre la imagen, el genio y la palabra?

-Al reflexionar sobre esta obra me he sentido angelical (dice con media sonrisa).

-¿Hay algo que no pueda explicar la palabra?

-No tenemos otra manera de explicarnos. Bueno, también está el lenguaje de los ojos, del cuerpo... pero el lenguaje es nuestro vehículo más propio. Cuando alguien habla tu idioma es maravilloso.

-Sí, incluso alguna vez le escuché decir que el castellano es su patria.

-Así es, por eso se extiende, por eso es rico y amplio. Pero también existe un lugar donde no se habla español pero que también lo siento como patria. Ese sitio es Roma, madre de la latinidad. Los cordobeses somos más romanos que árabes, aunque se diga lo contrario.

-¿La poesía sigue llegando cuando quiere?

-Sí, indudablemente no se puede forzar. Puede ocurrir que estés tomando café con un amigo hablando de otras cosas que no son poesía y, de pronto, surja el endecasílabo perfecto o el comienzo de un verso. Pero luego hay que trabajar nadie te va a susurrar el poema.

-Claro, por ejemplo, en su poesía, el lenguaje tan preciosista debe de estar muy trabajado.

-Yo intento usar la palabra más justa no la más rara, la palabra cuyo significado se acerque más a lo que quiero pintar. El castellano es tan rico, tiene tantos sinónimos que te permite jugar, enlazar y trabajar muy bien con las palabras.

-¿Conocemos poco nuestro idioma?

-Poquísimo. A mí me ha ocurrido que poetas muy cultos me han preguntado por alguna palabra que he escrito. En realidad, eso me parece hasta divertido.

-Mucho y muchos han hablado sobre su voz poética: barroca, vitalista, sólida... ¿Cuál es su motor?

-Yo creo que la clave es la serenidad ante cualquier acontecimiento de la vida. En mi larga vida he experimentado acontecimientos de toda clase y todos ellos los he afrontado con calma. No es indiferencia, ni distanciamiento es, no sé, un toque especial, sobreponerse a las cosas. Realmente es una manera de ser que se traslada a la voz poética. Esa forma también tiene mucho que ver con Córdoba. La verdadera Córdoba es desdeñosa, sobre todo, porque sabe todo de antemano, como si tuviera asumido que tras la tempestad viene la calma.

-Ese sentir se parece mucho al concepto de aceptación cristiana.

-Aceptación y rebeldía. Esos dos conceptos también están muy presentes en mi poesía desde Cántico, esa mezcla del espíritu religioso y pagano, esa mezcla tan andaluza donde, al ser creyente la culpa tiene un mayor aliciente, la hace más interesante. El creyente aprecia el valor añadido del pecado.

-¿Qué queda del Pablo García Baena de 'Rumor oculto' (1946) y 'Antiguo muchacho' (1950)?

-No queda nada, sin embargo con la salida de Los Campos Elíseos (2006) se decía que había vuelto a los postulados de Cántico y que en Rumor oculto ya se presentía todo lo que ha venido después. Y, en el fondo, puede tener sentido porque si como he dicho la patria del poeta es el lenguaje, su lugar es la infancia, es donde surge todo. El poeta se enriquece en la infancia aunque luego crezca con las lecturas, los viajes, la vida... Lo dice Baudelaire: "El país del poeta es la infancia".

-¿Cómo fue su infancia?

-La mía muy rica y feliz hasta los 14 o 15 años que empezó la guerra. Pero es cierto que aún conservo muchos de los sentimientos de entonces y muchas lecturas. Los momentos de la siesta en Córdoba cuando me echaba a leer el Rojo y negro de Stendhal luego aparecerían en un poema 70 años después. Quién me lo iba a decir...

-Poesía y vida van de la mano

-Los libros para el escritor son un diario de vida, al menos para mi. Y para otros como Claudio Rodríguez que lo dio a entender en una ocasión que le animaron: "Claudio, tienes que escribir un libro" y él contestó: "Para eso tendría que pasarme algo". Qué lástima de Claudio. También era angélico.

-¿Qué le han aportado los premios?

-Cierta satisfacción pero tampoco han servido para que me ponga como un pavo real. Nunca he querido hacer carrera, ni he movido ni un dedo para conseguirlos. Quizás porque en el fondo eso esconde cierta humildad o la soberbia arcangélica de quien está convencido de lo que hace y le da igual lo que digan los demás.

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