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Cultura

La despedidaAlergia

Lectores sin remedio

EL año 1971 fue un año atípico y en apariencia irrelevante para Manuel Esteve Guerrero. El por entonces Director de la Biblioteca, Archivo y Museo Arqueológico Municipal (primero un simple Depósito y luego, Colección arqueológica hasta que en 1963 se le denomina Museo por orden ministerial. En la ilustración) cumplía 40 años al frente de dichas instituciones y se hallaba, por otro lado, a cuatro años de su jubilación. Si dicen que diez años es una eternidad, imagínense cuatro décadas en las que nuestro personaje había protagonizado muchas de las más importante iniciativas culturales en las que se vería inmersa la ciudad a lo largo de su historia. Sin embargo, por estas fechas ya el mismo Esteve intuye que su tiempo es más pasado que futuro. Lo cierto es que a partir de 1971 ya no veremos a Esteve a la cabeza de grandes proyectos y sí redescubriendo como en una larga despedida a viejas amistades, volviendo a una de sus pasiones juveniles, la pintura (con la que por cierto ganó algún que otro concurso de cierta relevancia e incluso algún dibujo suyo fue portada de la Revista África), o dejando sus escasas fuerzas para luchar por un sueño que él ya no vería como una nueva sede para la Biblioteca Municipal. Uno de estos reencuentros lo tendría con Fernando Bruner Prieto, viejo amigo sevillano y con el que la Biblioteca de Jerez siempre tendrá una deuda de gratitud, pues fue el donador de su libro impreso más antiguo, el incunable veneciano de 1475, que contiene los Epigramas de Marcial. Bruner viajó a Jerez precisamente para revisar aquel incunable que había donado años antes, ya que dicho libro guardaba una importante relación con Miguel Romero Martínez, erudito sevillano, sobre el que preparaba un artículo para ABC. Un par de años después Esteve tendría otro reencuentro entrañable, esta vez con Pierre Ponsot, profesor de la Universidad de Lyon, que regresaba a Jerez después de doce años. Estaba preparando un estudio sobre la economía vinícola de la zona y qué mejor que visitar a su viejo amigo. Esteve lo recibió en su despacho de la plaza de la Asunción. Quizás el profesor francés lo notó más viejo de lo esperado tras su gran mesa de caoba, siempre repleta de papeles y de algunos objetos llevados hasta allí por particulares, pensando que podrían ser interesantes piezas para el Museo. Siguieron horas de distendida charla donde se mezclarían las anécdotas con los motivos de trabajo, como la necesidad de Ponsot de consultar el libro de Jesús de las Cuevas 'Nuevas páginas sobre la viñas en Jerez', que le fue imposible conseguir en Lyon. Sí, ese en apariencia irrelevante 1971 marca en realidad el comienzo de la despedida de la vida profesional, de Manuel Esteve cuyo punto final se produciría en 1974, cuando la importante editorial Everest reedita su ya clásica 'Guía Oficial de Arte'. El último éxito, la definitiva despedida.

Ramón Clavijo Provencio

Dai Sijie. Quinteto, 2002.

Cuando uno se enfrenta con la literatura oriental, parece como si ya tuviese el cuerpo predispuesto para la delicadeza, para los nobles sentimientos, la naturaleza en estado puro, los enigmas de una cultura milenaria, etc. Y, a pesar de que el ambiente de esta novela no es precisamente el más adecuado para ello, de todo y en buenas dosis podemos encontrar en ella. Los dos jóvenes protagonistas, a los que hay que añadir la joven costurera china, sufren en sus carnes la despiadada represión impuesta por Mao: la depuración de su familia y la reeducación de estos jóvenes enviados a trabajar en los campos de arroz de un pueblo cercano a la frontera con el Tíbet. Las terribles condiciones de vida, con muy pocas perspectivas de mejora, son aliviadas por la lectura siempre clandestina de escritores franceses decimonónicos y la presencia de la costurera. Una novelita con encanto que tuvo un éxito excesivo para sus méritos. J.L.R.

Lorenzo Silva. Booket, 2002.

Aunque Lorenzo Silva es más conocido por sus novelas policíacas, cuyos protagonistas el sargento de la Guardia Civil Bevilacqua y su ayudante, la guardia Chamorro, ya se han paseado por series de televisión y por el cine, aquí nos deja una de sus grandes novelas, fruto también de su interés por el mundo africano y su historia, otra vertiente de este magnífico escritor, que podemos admirar en los libros de viajes dedicados al continente vecino. En la página web oficial del escritor (http://www.lorenzo-silva.com) podemos leer una breve reseña de esta novela y unos apuntes del propio Lorenzo Silva sobre las circunstancias de su elaboración. Nada por nuestra parte podríamos añadir a esta información, salvo como lectores el interés que despierta un relato manejado con maestría, en el que se mezclan los asuntos personales de los protagonistas con su situación bélica. Sin duda una excelente novela. J.L.R.

David Van. Ediciones Alfabia, 2010.

Sin duda es ésta una de las grandes revelaciones literarias del pasado año. Un libro intenso y desasosegante que tiene ciertas reminiscencias de 'La costa de los mosquitos', o incluso de 'La carretera' de Cormac McCarthy. Todo comienza con el traslado a una deshabitada isla de Alaska de un padre y su hijo de trece años, con la pretensión del primero de intensificar sus lazos con el segundo. Ese alejamiento del mundo en un lugar donde los paisajes son sobrecogedores por su belleza, parece una melodía en principio que puede sonar bien. Pero la relación entre padre e hijo bajo la presión del día a día en una inhóspita región donde aislados del mundo deben asegurarse el sustento diario, empieza a deslizarse por terreno desconocido hasta desembocar en un sorprendente desastre. Tiene uno la sensación de que es éste uno de esos raros libros que tras su lectura se niegan a abandonarnos definitivamente, aunque entenderán que sería inútil buscarle una explicación a esto que decimos. R.C.P.

Sofi Oksanen. Salamandra, 2011.

Después de un exitoso periplo editorial, desde su aparición en Finlandia, nos llega ahora la edición castellana del premio a la mejor novela europea del 2010. En el libro se nos relata la relación de dos mujeres de distintas generaciones que la casualidad, en este caso trágica, pone en contacto. La trama comienza cuando una anciana, Allide Truu, que malvive en una deshabitada zona rural de Estonia descubre en su jardín a una joven, Zara, víctima del tráfico de mujeres y que ha logrado escapar. Aquí, a diferencia del anterior libro que reseñábamos de David Van, se inicia una convivencia no premeditada sino casual, pero donde también las relaciones entre esas dos mujeres se va complicando a medida que avanza la historia, o las historias, pues la autora logra desplegar ante el lector un bagaje de historias pasadas que arrastran y determinan la realidad presente de las dos protagonistas, a las que vemos inexorablemente unidas por su capacidad de resistir a las mayores adversidades. R.C.P.

Así como muchos mortales somos alérgicos a toda clase de partículas y sustancias, aquel viejo profesor de Literatura había desarrollado su hipersensibilidad al verbo 'recomendar'. No se extrañen. ¿Quién no conoce a alguien alérgico al verbo 'trabajar', y entre los políticos, a los sustantivos 'honradez' e 'inteligencia'? El alérgeno le venía de sus primeros años de docencia y de la denuncia que le interpuso un compañero de trabajo por daños y perjuicios por haberle recomendado un libro. Los daños, alegaba la víctima, habían sido psicológicos (le había producido un rechazo a la letra impresa), y los perjuicios, económicos, pues el libro le había costado un dineral. Y aunque en el proceso se demostró su inocencia por la inconsistencia de la denuncia (aquél era el primer libro que leía en su vida aquel compañero y seguramente fuera ya el último), el juez le conminó a no hacer más recomendaciones si no quería verse envuelto en más problemas. Y a partir de aquel lamentable suceso, cada vez que en alguna conversación entre amigos barruntaba que alguien le iba a pedir que sugiriese algún libro, le empezaba a salir un sarpullido por todo el cuerpo, sentía picores y más de una vez hubo de ir a urgencias para que le administraran un antihistamínico. Pero aquello no tenía cura, aquella alergia se le había vuelto crónica y los especialistas le habían aconsejado (ellos también en la consulta evitaban en su presencia el uso de 'recomendar'), que evitase las situaciones de peligro, sobre todo en navidad y al comenzar el verano, épocas del año en que no hay revista o periódico que no incluya su sección de 'libros recomendados', y él, como profesor de Literatura, pertenecía a eso que se había dado en llamar 'grupo de riesgo'. Así, empezó a desarrollar un sexto sentido para huir de las situaciones comprometidas (conversaciones, cenas, copas con amigos o conocidos) y se volvió un poco más huraño, un individuo que llegaba a comportamientos antisociales cuando de libros se trataba. Y aunque siempre iba con uno en la mano, nunca y a nadie le dejaba que viese la portada, ni siquiera su título, no fuera que los síntomas de la enfermedad se le extendieran a la simple visión ajena de lo que él leía. Harto de pasar por consultas, alguien terminó por decirle que podía mejorar con más comprensión y generosidad por su parte, y si se rodeaba de personas más inteligentes. Cuando pudo jubilarse, tomó un avión y ahora está en paradero desconocido.

José López Romero

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