Diario de las artes

Los encuadres apasionantes de un tiempo nuevo

A la Movida Madrileña la historia de la Modernidad artística española le debe muchísimas cosas. Si bien todo comenzó en la década de los cincuenta después de los sombríos años que sucedieron a la tragedia cainita de la Guerra Civil, fue en aquellos apasionantes momentos, años ochenta, de protagonismo madrileño, cuando se rompieron las cintas del corsé existencial de una España ávida de ilusiones y se pusieron las bases de un tiempo nuevo que se adivinaba absolutamente distinto con planteamientos renovadores en la sociedad, en general y en el Arte, en particular.

Muchos nombres, conocidos por todos, protagonizaron aquel espacio vital lleno de ganas de vivir y de suma conciencia creativa. En la música, Alaska y los Pegamoides, Radio Futura, Gabinete Caligari, Nacha Pop...; en el cine comenzó la esclarecedora era de Pedro Almodóvar y las actrices y los actores de su particularísima factoría, la pintura estaba centralizada por Juan Carrero y Enrique Naya, aquellos populares COSTUS que transgredieron cromáticamente un escenario hasta ellos con otra pigmentación menos arriesgada - la gran obra de Guillermo Pérez Villalta 'Grupo de Personas en un atrio o Alegoría del Arte y la vida o del Presente y el Futuro', de 1975, fue un retrato de aquellas primeras figuras de la Modernidad a las que los miembros de la movida se unirían con una mayor intensidad creativa y existencial -; la Fotografía tenía, entre todos los buenos hacedores, dos nombres de referencia, Alberto García-Alix y Bárbara Allende Gil de Biedma, Ouka Lele para el Arte. A todos ellos fotografió para la posteridad Pablo Pérez-Mínguez, aquel que supo captar, de entre tanta exuberancia, los encuadres más interesantes de una realidad que no pasaba desapercibida ni creaba la más mínima indiferencia.

El Centro Damián Bayón de Santa Fe, ese espacio expositivo en el que tanto entusiasmo se suele poner en todo cuanto allí llega - creo que el trabajo de Juan Antonio Jiménez es digno de mencionarse, por sus muchas ilusiones y sus pocos medios -, nos presenta una interesante exposición, una de esas que tan bien se plantean y que tanta proyección aporta a las salas del Instituto de América y que, sin embargo, deberían ser mucho más frecuentes; una exposición de uno de los nombres propios importantes de aquella Movida Madrileña y de aquel tiempo donde se empezó a atisbar que había muchas cosas en claro proceso de cambio y de recuperación de un tiempo perdido y que se necesitaba con mucha fuerza para seguir avanzando en normalidad.

Pablo Pérez-Mínguez, madrileño de nacimiento, estuvo implicado en todos los eventos que llevaron a la fotografía a buscar nuevas sendas expresivas. Fue fundador de la revista Nueva Lente y dirigió Photocentro, que dieron trascendencia a una fotografía que ya comenzaba a plantear modernos postulados. Pero Pablo Pérez-Míngez ha sido, sin embargo, el gran positivador de los extremos planteamientos de la Movida y sus personajes, inmiscuyéndose en ellos y participando de aquella aplastante existencia. Su fotografía enmarca exactamente los potenciales expresivos que se desarrollaban en aquellos escenarios donde los excesos vitales abundaban y la vida era tomada con un especial sentido.

El fotógrafo madrileño, desaparecido prematuramente, en 2012 con sólo sesenta y cinco años, ha dado forma definitiva a unos momentos apasionantes donde las circunstancias de una sociedad que buscaba horizontes diáfanos relataba hechos dignos de ser eternizados de manera artística. Pablo Pérez-Mínguez inmortalizó un tiempo que ya es historia y que, ahora, tenemos la oportunidad de contemplar con esa perspectiva, todavía cercana, que aclara muchas de nuestras situaciones recientes. Su fotografía nos retrotrae a escenarios llenos de intensidad, de transgresora intensidad, con unos encuadres y unos personajes que superan lo real para acercarse a un universo donde todo es posible si se le dota de la mitrada adecuada. Pablo Pérez-Mínguez es fotógrafo de lo real acondicionado; es decir, de aquello que traspasa el entorno cotidiano para situarse en los esquemas de la realidad que sus protagonistas pretendían; una escena llena de luces exuberantes, de acciones extremas, de postulados casi al borde de un abismo, de contundencia en fondo y forma, de imposibles posibles y de todo cuanto de intensidad tuviera una sociedad a la que se sentía y se quería distinta.

Muy buena exposición la del Damián Bayón, un centro de arte necesario y con infinitas posibilidades al que echamos muchas veces de menos.

PABLO PÉREZ-MÍNGUEZ

Centro Damián Bayón

SANTA FE


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