Crítica de Cine

Las gamberras sumisas

Tuvimos la mala suerte de ver la primera entrega de Malas madres, enésimo producto comercial femenino (sic) que seguía camuflando la moralina familiar, patriarcal y conservadora de siempre bajo la apariencia de la comedia gamberra de mujeres de distintas clases sociales dispuestas a echar su particular cana al aire para descomprimir el peso de ser madres, esposas y trabajadoras ejemplares a tiempo completo.

Hemos vuelto a no tener buena suerte con esta segunda entrega que pone su foco en las relaciones tóxicas, eternamente infantilizadas y finalmente sentimentales entre hijas adultas y madres insoportables y entrometidas, en una fórmula triangular y por parejas que reúne, por un lado, a Mila Kunis, Kristen Bell y Kathryn Hahn, y por otro a Christine Baranski, Cheryl Hines y una Susan Sarandon disfrazada de abuela rockera y embutida en ropa de cuero, en la que se supone es una escalada de gags a costa de los complejos, los traumas, los chistes genitosexuales y demás peajes previos a la cena de Nochebuena.

Sin apenas chicha cómica y rutinaria en su reparto coral, es la pareja Hahn-Sarandon y su aroma a basura blanca y deslenguada en el barrio residencial, la que despierta ocasionalmente nuestro limitado interés y alguna sonrisa furtiva en una cinta que vuelve a arrinconar al hombre blandengue para que sus heroínas (sic) de centro comercial y depilación lowcost celebren su particular rincón de invisibilidad en el gran escaparate del consumo, las luces de neón y la sumisión familiar.

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