Cultura

"La historia de la energía nuclear es la historia de la mentira y la vergüenza"

  • David Torres ambienta en Chernobyl un fragmento de 'Punto de fisión', su nuevo libro

David Torres (Madrid, 1966) ganó el Premio Logroño de Novela con Punto de fisión, una propuesta difícil de catalogar -pero, advierte el autor, "fácil de leer"- en la que se entrecruzan cuatro historias en apariencia desvinculadas entre sí, en un andamiaje narrativo que el jurado del galardón, formado por Luis Mateo Díez, Félix J. Palma, Manuel Rivas, Fernando Marías y Care Santos, definió como "un laberíntico y prodigioso edificio".

Un editor que ve cómo se derrumban los pilares en los que se apoyaba su vida, un inspector que se enfrenta a un grupo terrorista que ha atentado contra los monumentos de la Cibeles y Neptuno, un hombre que comienza a escribir después de que le caiga encima un rayo y un niño enviado al devastado Chernobyl por la mafia ucraniana habitan las páginas de este libro en el que late, según reconoce su artífice, la influencia de Anthony Burguess, Kurt Vonnegut o Franz Kafka en el enfoque irónico del relato.

Los anteriores títulos de Torres -entre ellos El gran silencio y Niños de tiza- ya revelaban a un escritor que escapaba de lo convencional, pero Punto de fisión (Algaida) confirma que la novela es, para el creador, un territorio de libertad donde todo es posible. "Si no eres libre en la novela dónde lo vas a ser", exclama el narrador, que se propuso "mover cuatro historias que confluyeran en un mismo punto" y describir a "personajes muy distintos" hermanados sin embargo en dos rasgos, "la crisis de la mediana edad" y el derrumbe de "los valores masculinos".

Aunque el esbozo inicial apuntaba otros derroteros. "Quería hacer una novela cómica, empezar con un gatillazo y terminar con una erección. Me apetecía reírme de ese modelo que nos venden de virilidad", cuenta Torres. Pero luego "la cosa se complicó y salieron varias tramas más trágicas, sobre todo la de Chernobyl". Aunque el escritor sabía que su ficción mantendría la apuesta por el humor, una virtud que ya brillaba "con Cervantes o el Lazarillo" y que "sin embargo en este país no se toma en serio. Aquí se piensa que si estás leyendo un libro divertido no estás aprendiendo nada. Se confunde la pedantería con la seriedad, se piensa que para que un libro sea profundo tiene que ser aburrido. Y yo creo que es todo lo contrario: la novela es el arte de la diversión, el territorio de la ironía".

Entre sus criaturas, Torres reconoce identificarse con Matas, el editor que mejor encarna la vulnerabilidad del hombre contemporáneo y al que el autor le prestó la hipocondria. "Pensaba que era un tema poco tratado y hay mucho hipocondriaco suelto, yo mismo soy el ejemplo". El personaje sirve a Torres para indagar en las sombras de la masculinidad en el siglo XXI. "Igual que a la mujer le han vendido un modelo falso, al hombre nos han vendido otro que no es cierto. Nos dicen que tenemos que ser muchas cosas a la vez y todas ellas contradictorias. Y el hombre, llegado a cierta edad, es muy frágil; Matas representa a ese tipo al que la vida se le va a hacer gárgaras en cuanto falla algo. La verdad es que todos los hombres a partir de los 40 sentimos que nos han vendido una moto falsa", confiesa Torres.

Escribiendo Punto de fisión, el novelista se percató de la escasa documentación existente sobre la catástrofe nuclear de Chernobyl. "Ahora están empezando a salir libros, hay uno excelente de Santiago Camacho. Pero hay muy pocas obras ambientadas allí, muy pocos textos sobre lo que pasó", expone. A Torres le interesaba el episodio por sus similitudes con el Apocalipsis. "Nos encanta jugar con el fin del mundo con ideas peregrinas como invasiones extraterrestres, pero el verdadero fin del mundo lo tenemos ahí a la vuelta de la esquina. Con la energía nuclear intentamos cerrar los ojos al terror. Es como si hubiésemos decidido pagar ese precio, abrir esa caja de Pandora".

Y el desastre de Fukushima ha reavivado los fantasmas. "He oído cantidad de mentiras otra vez", denuncia Torres. "El lobby nuclear siempre nos ha mentido; desde Hiroshima, desde las primeras pruebas en Los Álamos, desde que hicieron la primera bomba h en las Bikini y usaron a sus propias tropas y a la población como conejillos de indias. La historia de la energía nuclear es la historia de la vergüenza, la mentira y la ocultación", declara el autor. Añade un dato aterrador al respecto: se calcula, dice, "que los casos de cáncer producidos por Chernobyl ascienden a diez millones de personas".

Torres está agradecido al jurado que reconoció su trabajo en el Premio Logroño, un conjunto de autores donde "cada uno es un maestro en lo que hace". La distinción le ha dado la tranquilidad de haber llegado a buen puerto, después de un proceso de escritura "endiabladamente difícil". El madrileño sentía que "era como escribir una fuga, esto que han intentado hacer tantos novelistas y un propósito en el que hemos fracasado casi todos, porque juegas con la literatura que es un arte lineal, no es simultáneo como la música".

Torres busca "hacer novelas que signifiquen algo en la vida del lector, que perduren una vez que se dejan en la estantería". No cree, manifiesta, en "los libros prefabricados. Alguien puede hacer ficciones para vender, pero esa fórmula fracasa en el 90% de los casos. Los títulos que venden millones no suelen ser literatura, más bien productos para papelerías". Y, aunque persigue la calidad, no quiere ganarse fama de autor difícil. "Me echo a reír cuando dicen que mi novela es rara, porque pienso en experimentos como Finnegans Wake, de Joyce, o en Beckett. Un editor en sus cabales no los publicaría hoy".

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