Cultura

Los máximos gestos de la expresión

LLAMÁNDOSE Belmonte y teniendo tan ilustre antepasado como aquel Pasmo de Triana que se quedaba quieto cuando antes nadie lo había hecho y que, para colmo, había nacido en la calle Feria, a la otra orilla del río, la figura de Pepe Belmonte no podía pasar desapercibida, ni en el mundo de los toros ni en el de la pintura. Como taurino, pocos han tenido entre sus manos lo que el llegó a tener. Apoderado de los más grandes, Curro, Rafael y Ortega Cano, entre otros; también fue empresario de la plaza de Jerez, cuando ésta tenía importancia y no planteaba las penurias y los desafectos de una afición que ya casi no existe y que sólo ha dejado el recuerdo efímero de un tiempo que fue excelente. También como pintor, Pepe Belmonte, tuvo, asimismo, un importante lugar que, tras su fallecimiento, no se ha llenado.

La pintura de Pepe Belmonte, tanto la de tema de toros como la otra, era apasionada y apasionante; poderosa, determinante y con mucho carácter. De tanta cercanía como tuvo de los exuberantes gestos expresivos que se suceden alrededor de toros y toreros, los supo captar, quizás, tan bien como los mejores que de esto han pintado. Con pincelada resuelta, valiente, extrema, precisa y llena de sentido plástico desarrolló las infinitas variantes que establece un arte grande, sus protagonistas y todo aquello que se extiende en una profesión donde casi todo está poseído de una fuerza extrema. Pepe Belmonte planteó mejor que casi nadie ese miedo apabullante de los hombres que se juegan la vida; proyectó, de una manera pictórica rigurosísima, los vuelos de las telas toreras; dio inusitada vida artística a la infinita plasticidad de todos los elementos de la Fiesta y supo, también, como los mejores, transmitir las otras consideraciones que se extienden en una de la profesiones más extremas que existen.

Pero, Pepe Belmonte no sólo fue fiel a su apellido y desarrolló una pintura taurina tan apasionada como era de esperar llamándose como se llamaba. Pepe Belmonte fue, asimismo, un pintor de carácter en otros motivos estéticos. Ejerció de un pintor social con mucho poder, dominador de los elementos plásticos, con una sabia decisión conformante y haciendo posible una figuración expresionista puesta en escena desde la fuerza absoluta de los materiales y de la contundencia de una composición sin fisuras. La humanidad que él representaba era absoluta, aplastante, sin revés alguno; recordaba las poderosísimas posiciones del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín; nos trasladó a un universo de máximos, donde nada quedó supeditado a las fáciles manifestaciones de una plástica amable y de dulces encantos.

A Pepe Belmonte, como artista, por supuesto también como hombre, le faltó tiempo para seguir desarrollando una pintura absoluta, esa en la que él confiaba y tan claro tenía. En su vida artística - como en la existencial - no se quedó al margen, fue artista hasta el límite, se adentró por los caminos más exigentes y siempre obtuvo, como mínimo, el reconocimiento del respetable.

Ahora, después de varios años de que nos dejará, la Academia de Santa Cecilia de El Puerto homenajea a aquel pintor que, antes, fue taurino de los grandes. Un artista que supo extraerle a la figuración máximas posiciones expresivas y que planteó un desarrollo pictórico hacia delante, lleno de compromisos; manipulador acertado de los materiales plásticos y de sus desenlaces artísticos; desencadenante de momentos extremos, que él pintó en toda su absoluta expresión.

Estamos ante una exposición que nos va a volver a reencontrar con la figura excelsa de un artista grande dentro y fuera del mundo del arte.

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