Cultura

Ocho minutos de pasión

  • El último disco del cartagenero Carlos Piñana, uno de los más prolíficos solistas de la guitarra jonda, combina estilos e inspiración clásicos con sonidos pop

La pulcritud de la pulsación y la épica serena de la rumba se ve algo ensombrecida por la presencia del bajo eléctrico y los estribillos corales. Las modulaciones son sencillas pero brillantes: el flamenco nunca ha sido un arte intelectual, por mucho que algunos se empeñen: siempre ha ido por las emociones más simples y lo que este rumba evoca es la alegría del estar vivo. Con sus variaciones y todo, la vieja fórmula patentada, o, por mejor decir, importada del jazz por Paco de Lucía en los 70. En la segunda bulería comparte protagonismo, asimismo épico, con el violín de Armando García.

La taranta combina elementos tradicional-montoyistas de este palo con sones más cercanos a la canción melódica actual. El frenesí y el intimismo, como en la mejor guitarra clásica flamenca. Las notas ocupan su propio espacio en el silencio, sin atropellarse, sin empujarse, con los énfasis y aceleraciones necesarias, pero ninguna más. Más melódica, o con una melodía más próxima a las armonías pop occidentales, que la tradición tarantera, también revela una libertad de concepto e interpretación muy contemporánea, dejándose llevar por las melodías cantables sin rubor, puesto que hablamos de un apellido, Piñana, que lo ha sido todo en los cantes y toques de levante. Nada que demostrar, sólo ser, eso es la taranta. Gozosa guitarra flamenca solista en concierto, como la rondeña, que es una continuación espiritual de la taranta. El mismo espíritu que tiene a Ramón Montoya como referente pero que camina sin prejuicios ni prisas en los sones acancionados propios de nuestro tiempo. Y, aunque cae en el tono menor en algunos pasajes, de armonía más viril que en la taranta, es, al igual que ésta, una lección de libertad. La libertad que no se toman, por lo general, los guitarristas contemporáneos. Para uno que se atrevió a ser quien es, hace unos años, nos dejó boquiabiertos a todos los aficionados. Lo mismo que estos ocho minutos de Piñana puro: sin coros, sin bajos eléctricos, sin concesiones. Sí, con alguna que otra melodía de indudable influencia pop, pero con la naturalidad de la respiración musical.

La vuelta al origen, a la caverna, a la guitarra sola, como vanguardia. Lo exigen los tiempos: austeridad, esqueleto, forma limpia de hojana. Lo vienen reclamando los tiempos, desde hace unos años. Y lo seguirán haciendo hasta que nos enteremos. Se acabaron los travestismos. Aconsejaba Platón distinguir el afeite de la medicina, y estos ocho minutos son una lección de serenidad, intimismo, elegancia, pulcritud, fuerza y ternura, tradición y contemporaneidad. Medicina para el espíritu en tiempos de premura. Contemplación, tiempo detenido, murmullo de fuente. Arte de lo pequeño, de lo simple, de lo directo. De un alma a otra, sin artificios, sin intermediarios. Máscara que se cae, guitarra desnuda. Un hombre vivo, que respira. La congestión respiratoria es uno de los grandes males contemporáneos, también en el flamenco. Pues estos ocho minutos son una respiración jonda, hasta el fondo, que alimenta nuestros alveolos de oxígeno flamenco sin mezcla de otros gases.

Igualmente contemplativo, aunque menos solar, mediterráneo, resulta Año nuevo en Poznan, definido como fantasía por Norberto Torres en el libreto del disco. Más cercano, por armonía y recursos, a la música ligera actual, sobre todo cuando se apoya en el arpegio como base armónica para la sucesión de variaciones melódicas con convencionales percusiones coloristas.

La soleá es alfarera pura, con la voz de Curro Piñana, sin duda la pieza más tradicional del disco, con rasgueos clásicos y saltarinas falsetas de bordón, en la línea clásica. La farruca cambia solemnidad por lirismo de uso corriente, de nuevo sobre un arpegio recurrente y con el brillo tímbrico de las percusiones. Más variaciones sobre una rueda armónica. El estribillo lo pone aquí la tradición y la voz de Curro Piñana. Porque el flamenco es un arte de copla, no de canción, de poema en tres o cuatro versos, no de romance. Pero la tradición flamenca incorpora canciones de la más diversa procedencia, como esta del folclore asturiano, en los rasgueos y en el mencionado estribillo. El zapateado es una pieza que hoy sólo se mantiene como estilo de concierto para guitarra, que en esta ocasión comparte protagonismo melódico con la flauta.

Carlos Piñana Producido por Carlos Piñana y Armando García. Con Curro Piñana. Karonte

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